De dulces niñas a ‘malotas’: ¿Es peor la adolescencia femenina? Ángel Peralbo para «La Vanguardia».

Eva Millet
La Vanguardia

La transformación de niña encantadora en quinceañera insoportable es una realidad intensificada en los últimos años. La relación con una adolescente puede vivirse como un doloroso fracaso, en especial por parte de las madres.

De los abrazos cariñosos al rechazo indisimulado. De las sonrisas encantadoras a los morros. De contarlo todo a no explicar nada. De la atención incondicional al «no me des la lata» (o la chapa o la vara, según el argot que corresponda). De esos «¡os quiero!» que provocaban un vuelco al corazón al «¡os odio!» (a veces con la puntilla «sois los peores padres del mundo») que parecen partirlo en dos.

Bienvenidos a la adolescencia, o por lo menos, a un aspecto de la adolescencia. Una etapa dura tanto para padres e hijos pero que, dicen los tópicos, es especialmente intensa en las chicas. ¿Es eso cierto? ¿Va a quedarse así, nuestra hija? Desagradable, desafiante… Irreconocible, en definitiva. ¿Volverá alguna vez a la normalidad?

Para responder a estas y otras preguntas me dirijo al psicólogo Ángel Peralbo, del Centro de Psicología Alava-Reyes, de Madrid. Peralbo es autor, entre otros, del libro De niñas a malotas (La Esfera de los Libros). Un título llamativo que, cuenta, “está relacionado con esa sorpresa que muchas familias tienen cuando sus hijas llegan a la adolescencia. Cuando esas niñas que parecían princesitas encantadoras y aparentemente cumplían todos los cánones para no sospechar que tendrían una adolescencia complicada, de repente, explotan en una adolescencia que no se no veía venir”.

Ese “no ver venir” llega por tierra, mar y aire. Con un fuego cruzado que puede implicar portazos, palabrotas, gritos, insultos, problemas en clase, fuertes discusiones en casa e, incluso, agresiones físicas. Y es que, como detalla Peralbo, la adolescencia femenina se ha masculinizado: “Cada vez tratamos más chicas adolescentes con casos que antes eran típicamente propios de los chicos”. Como conflictividad en el aula y en casa y conductas de riesgo como cierta promiscuidad y, en especial, consumo de cannabis y alcohol. “Todo ello ha aumentado notablemente en las niñas. Se trata de un elemento de igualdad bastante cuestionable, porque es igualdad a riesgo”, recalca este experto.

«Cada vez tratamos más chicas con casos que antes eran propios de los chicos, como problemas en clase y conductas de riesgo, como drogas o alcohol”

Pese a que hay estudios a nivel europeo que detectan que las adolescentes son más vulnerables que los chicos a sufrir trastornos psicológicos, a Peralbo no le gusta la idea de que las adolescencias femeninas sean peores. “Los tópicos hay que contrastarlos, romperlos o reafirmarlos pero es algo difícil desde del punto científico, porque… ¡son tópicos!”. Para él, “son las experiencias de los padres las que, al final, mandan y, desde luego, hay chicas muy fáciles y chicos muy difíciles y a la inversa”. Lo que le preocupa, reitera, “es esa igualdad complicada” en la que se están metiendo las chicas: “Eso sí que lo veo negativo; perder el control sobre ambos”.

¿Cuándo deja de ser normal una adolescencia y se han de tomar medidas? “Cuanto antes”, responde Peralbo, que aconseja no esperar a una llamada del colegio u otro toque fuerte de atención. “Como ocurre cuando llega un bebé, los padres han de preparar la llegada a la adolescencia: promuevo que se anticipen y aborden estos cambios. Y, si se manejan bien, no generarán ni un problema con el vínculo afectivo ni problemas a mayores dentro y fuera de casa”, argumenta.

Este abordaje, señala, no debe hacerse desde la preocupación excesiva e, incluso, desde el miedo, que es una emoción que puede aparecer durante este trance. A menudo viene acompañado de la frustración y el sentimiento de fracaso; de haberlo hecho fatal. Todo ello hace que muchos padres de adolescentes se bloqueen. En parte, porque la transformación durante esta etapa no deja de ser una pérdida: la niña dulce y maravillosa ya no existe, se ha convertido en un ser a veces irreconocible e, incluso, desagradable.

Ante ello el rechazo -e, incluso, el odio-, son otras de las sensaciones que pueden tener los padres, haciéndoles sentir muy mal. Ante este tsunami, Peralbo aconseja desdramatizar: “En consulta siempre me expresan estas emociones con una congoja tremenda, porque saben que no las deberían experimentar”. Pero hay que aceptarlas, aconseja, sabiendo que son el reflejo de una situación concreta y transitoria. Y una vez hecho, sacárselas de encima: “Estas emociones duran poco a no ser que les demos una importancia terrible y hagamos con ellas cosas terribles, como quedarnos rayados con ellas”. Un error asegura: “Porque igual que tú no te puedes creer cuando tu adolescente te dice ‘te odio, eres el peor‘, pues ocurre lo mismo cuando tu lo sientes”.

Más que nunca, insta Peralbo, los padres han de ser los adultos durante este periodo. Y pasar a la acción: a la búsqueda de una nueva relación con la hija o el hijo. Batallar por no perder el vínculo afectivo. “Recordar que cuando uno está enfadado (y más si es adolescente), uno dice o piensa cosas terribles. No les podemos dar una profundidad de adulto… Porque aunque nos digan que ya no nos quieren, ese adolescente nos sigue necesitando. Nos necesita para reafirmar esa seguridad que ha perdido durante el proceso explosivo que implica este periodo”.

«Aunque diga que no nos quiere, ese adolescente nos necesita para reafirmar la seguridad que ha perdido durante el proceso explosivo que implica este periodo”

¿Dura mucho, este periodo? Mentiríamos si dijéramos que no y, “precisamente por ello”, añade el especialista, “lo mejor es que dure en unas condiciones soportables”. Los padres tienen que ser capaces de buscar recursos para que la situación no se deteriore y no acabe siendo un problema grave. A priori no tendría que serlo: “Ese cambio de niñas a malotas muchas veces es más postureo o reivindicativo que profundo”, señala Peralbo.

Entre estos recursos son fundamentales la paciencia y la autorregulación. “Los padres muchas veces pasan días enfadados con los adolescentes, y eso es tremendo. Ellos no lo hacen así. Los adultos tenemos unos tiempos psicológicos que no podemos permitirnos…”, dice Peralbo. Esta capacidad de pasar página no implica dejar de ser firmes, otro recurso clave. “Si los padres pueden ser duros cuando hay que serlo pero siempre cercanos, entonces, se ha encontrado el equilibrio perfecto”, sintetiza. Y la adolescencia —esa enfermedad que, aseguran, se cura con el tiempo—, se vivirá de forma más soportable e, incluso, agradable.

En De niñas a malotas Ángel Peralbo dedica un capítulo a la relación, a menudo complicada, entre madres e hijas durante esta etapa. Esta rebeldía inusitada de las hijas desconcierta y duele especialmente a las madres, que suelen ser las que salen peor paradas. “Lo que me trasladan es un: ‘¿Cómo puede ser? Si durante muchísimo tiempo hemos tenida una conexión buenísima, llena de cariño y confianza. Y ahora soy a la que más me arrea verbalmente…’”, ilustra el psicólogo sobre una transformación que radica, precisamente, en este vínculo tan intenso de madre e hija.

«Los padres pueden ser duros cuando hay que serlo pero siempre cercanos: ese sería el equilibrio perfecto”

En parejas separadas, este choque puede complicarse más con frases tipo: «¡Me voy a vivir con papá!». Es lo que le dice A., de catorce años, a su madre cuando discuten, llenándola de ansiedad. “Sí, en más casos de lo que sería deseable, las hijas se aprovechan y la manipulación se manifiesta”, comenta el terapeuta. Lo que él recomienda: “Es seguir siendo muy coherente con tus normas, tus reglas y tu casa”. Y no olvidar el factor farol: “Veo muchísimos casos en que los hijos amenazan con irse con el padre y… la mayoría no quieren. Es una amenaza baldía”.

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