El caso de Mar y Julio

Trastornos en la adolescencia. Anorexia

“Nuestra hija Ana, de dieciséis años, la mayor de dos hermanas –nos contaban Mar y Julio–, llegaba a casa después del Instituto, comía y subía a su habitación a estudiar y a conectarse con las amigas. Permanecía sola en casa hasta que llegaba la ruta del colegio de su hermana. Sobre las nueve de la noche llegábamos nosotros, después de trabajar, cenábamos y ella volvía a su cuarto.

Esto era lo que mi marido y yo pensábamos que ocurría diariamente en casa. Estábamos ajenos al trastorno de alimentación que Ana padecía desde hace ya dos años aproximadamente.

Mi hija fue adelgazando poco a poco, pero entendíamos que era una cosa de la edad. Observamos cambios en sus preferencias de ingesta de alimentos, comía menos.

Al principio, le comentábamos que al perder unos kilos se la veía más guapa. Se vestía con ropa ancha y no nos dimos cuenta de su físico. Su estado de ánimo cambió, más callada, más tristona. Dejó de salir con sus amigas y siempre les daba excusas de que tenía cosas que hacer.

Todo se destapó cuando una mañana se desmayó en el salón cuando se disponía a salir al instituto. La llevamos a urgencias y quedó ingresada porque tenía una desnutrición importante, un índice de masa corporal de 17, y la dejaron en el servicio de psiquiatría.

Cuando le dieron el alta, nos recomendaron que no podía estar sola y decidimos que yo dejara de trabajar para estar con ella y cuidarla. Nos sentíamos angustiados por el sentimiento de culpabilidad, por no haber dedicado más tiempo a nuestras hijas, al estar tan centrados en el trabajo. ¿Dónde estuvimos mientras adelgazaba, mientras vomitaba, escondía comida o hacía ejercicio físico? ¿Cómo no me di cuenta de que no tenía la regla con regularidad? ¿Qué hemos hecho mal?”.

Empezamos a plantear la situación de cuidar a su hija como una oportunidad para mejorar la comunicación con ella, para conocerse mejor entre ellos, para aprender a convivir con el problema y, sobre todo, para aprender a cuidar sin juzgarse ni juzgar. Ellos son responsables de sus actos y con la dedicación al trabajo para sacar su negocio adelante no tenían la intención de perjudicar a Ana y, por tanto, tenían que abordar ese sentimiento de culpabilidad, racionalizarlo y eliminarlo.

Además, los psicólogos sabemos que cuando confluyen varios factores se producen este tipo de trastornos y no es únicamente el tipo de relación que establecen los padres con los hijos.

Por otra parte, los trastornos de la conducta alimentaria en general y la anorexia en particular son trastornos que la paciente oculta y a veces es difícil darse cuenta y descubrirlos a tiempo. El sentimiento de culpabilidad se fue transformando en responsabilidad, pero no por lo ocurrido, sino por lo que tendrían que hacer a partir de ahora. No era el momento de buscar culpables, sino de hallar soluciones.

Cuidar es centrar la atención en las soluciones y no en buscar culpables de lo sucedido. Describamos los comportamientos que tenemos que cambiar, mantener o fortalecer, pero no los juzguemos.

El trastorno que padecía su hija y la tarea diaria de cuidarla generaba ansiedad en los padres y mucha preocupación, sobre todo a Mar, que estaba más tiempo con su hija.

La comunicación era difícil, y la irritabilidad de todos era lo habitual. Sin darse cuenta, estaban atendiendo más a los comportamientos problemáticos de Ana y todo giraba en torno a ella, descuidando otras cosas importantes de la familia.

“Estoy a punto de tirar la toalla –nos confesaba Mar–; solamente vivo para ella y no me lo agradece. Mi otra hija también nos necesita y no le dedico tiempo. Mi marido llega muy cansado e intento mantenerle un poco al margen de todo esto. Les contesto de mala manera por cosas que no tienen importancia y luego me arrepiento. Me siento nerviosa y apática, no tengo ganas de hacer nada”.

Durante el tratamiento psicológico les proporcioné mucha información sobre el trastorno que padecía su hija. Tenían que saber a lo que se enfrentaban.

Aprendieron a describir los comportamientos de Ana, sin juzgarla. Comprendieron que tenían que administrar consecuencias para cada una de las conductas; a veces, ignorando las manipulaciones; otras veces, privándola de cosas que deseaba hacer o tener, y, sobre todo, en la mayoría de las ocasiones, reforzándola y felicitándola cuando la veían haciendo algo útil para la consecución de los objetivos de estar bien, de volver a estar sana.

Entendieron que cuidar a su hija era una oportunidad de mejorar la comunicación y se volcaron para fortalecer la forma de decir las cosas, de elegir el momento adecuado para hablar, de expresar con claridad lo que sentían pero sin molestar a su hija; en definitiva, descubrieron la asertividad.

Empezaron a planificar actividades de ocio individualmente, en pareja, en familia, no solo para disfrutar, sino también para reducir el nerviosismo. Aprendieron a desconectar, a sonreír.

Si nos agobian las dificultades es porque hemos dejado de mirar hacia el objetivo, hacia la meta a la que nos dirigimos.

Mar y Julio no se dieron cuenta de lo que estaba pasando, pero cuando fueron conscientes de la situación de su hija, no dudaron en ponerse en marcha, dejaron de lamentarse e iniciaron el camino de cuidarse para cuidar dando lo mejor de cada uno para llegar a la solución del problema.

Situado en Madrid, somos uno de los Centros de Psicología más grandes de España formado por un equipo multidisciplinar de Psicólogos, Psiquiatras, Logopedas y Neuropsicólogos, que nos permite trabajar con todos los rangos de edad y tipos de terapia.