El caso de Martín

Trabajando la paciencia en el día a día. Padres por el autocontrol

Martín, padre de Ernesto, tenía serias dificultades para no discutir e incluso llegar a más casi a diario, en el momento de las tareas del colegio. Había intentado dejarlo ya o al menos disminuir el ritmo y se hacía firmes propósitos para conseguirlo cada año en septiembre, cuando empezaba el nuevo curso.

Una vez más, no lo conseguía, y aquello parecía la guerra. Cuanto más quería él que Ernesto se organizara y se centrara, más parecía que éste lo hacía aposta y esperaba a que su padre le instara a hacerlo.

Como Martín se desesperaba, Ernesto, que también se alteraba mucho, se aprovechaba de ello y dilataba los tiempos de tal manera que se había convertido en un experto en perder y hacer perder el tiempo a su padre, además de conseguir sacarle de sus casillas sin demasiada dificultad. Lo que más le molestaba a Martín era esa risa socarrona que le salía a Ernesto cuando veía a su padre claramente enfadado. Se producía la gran explosión. En ocasiones, acababa insultándole e incluso levantándole la mano.

Cuando estamos en este punto de alta conflictividad, que a priori puede escan-dalizar a algunos padres, he de decir que desgraciadamente se puede llegar a él casi sin darse cuenta y también sin ser conscientes de la gravedad de permanecer en él durante demasiado tiempo.

Con el tiempo, las consecuencias para el nivel de afectividad familiar y para sentirse eficaces como padres son tremendas. Una de las causas más poderosas por las que los padres se pueden sentir fracasados es cuando son conscientes de que pierden el control y hacen y dicen cosas a sus hijos de las que después se arrepienten.

Martín, para salir adelante, tuvo primero que terminar de caer en la cuenta de que él no podía seguir haciendo ese papel, más propio de un profesor particular o maestro, y, así, poder centrarse en otras cuestiones paternales, que con un hijo nunca faltan. En parte, lo que había pasado era que por miedo a que su hijo fracasara en los estudios, y dadas las evidentes dificultades que tenía al respecto, asumió él mismo la ardua tarea de afrontar con Ernesto todo lo relacionado con lo escolar, y llegó un momento en que, en vez de ir dejando cada año que él se fuese valiendo por sí mismo, al menos en parte, pasó todo lo contrario; es decir, que solo no era capaz de hacer nada y con su padre sí, pero con las dificultades antes señaladas.

El nivel de estrés que presentaba Martín era extremo, y había llegado a un estado que ya casi era permanente, pues el problema le tenía desquiciado incluso cuando no estaba con Ernesto.

El caso de Martín ilustra muy bien el uso de esta técnica consistente en autogenerarse un cambio brusco de temperatura, aplicándose agua muy fría en diferentes partes del cuerpo. Incluso a veces llega a ser necesario aplicar hielo en una parte y agua caliente en otra.

Aunque aprendió a autocontrolarse en varias fases, e incluso asistiendo a uno de los cursos que tenemos diseñados para que en seis horas se pueda ejercitar de manera práctica el autocontrol emocional, tuvo que aplicarse agua fría en la parte anterior de las muñecas en muchos momentos.

Esta estrategia cada vez fue menos necesaria, pero sin ella, en muchas ocasiones, habría fracasado seguramente en su autocontrol y habría llegado al convencimiento de que él nunca podría reconducir su ira y relacionarse con su hijo con normalidad.

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