El caso de Raúl

Supera tu pasado

Raúl tenía 43 años cuando sintió que estaba fallando a lo que más quería: a su mujer y a sus hijas. Su falta de Habilidades sociales creaba situaciones familiares de tensión. Amparo, su mujer, en más de una ocasión le había dicho que tenía que esforzarse, que ni ella ni las niñas iban a renunciar a tener vida social, pero que a veces sentían vergüenza por él, cuando contemplaban como en cualquier tipo de reuniones, apenas abría la boca.

Cuando analizamos el problema, lo primero que le preguntamos a Raúl fue si él, por sí mismo, quería trabajar esta falta de recursos y habilidades que mostraba, y reconoció que sí; que en realidad siempre había sido muy tímido, pero en su colegio había tenido dos buenos amigos, que le habían facilitado mucho aquellos años. La relación con ellos había sido muy buena y estrecha.

«Pero todo cambió cuando fui a la universidad y tuve que desenvolverme en un medio más abierto, donde no conocía a nadie, un medio que yo sentí hostil; de hecho, me sentí tan inseguro que, lejos de intentar abrirme a mis nuevos compañeros, me encerré dentro de mí, me aislé, y ahí ya lo pasé realmente mal, hasta que, de nuevo, conseguí entablar cierta amistad con un compañero. Afortunadamente, de vez en cuando quedaba con él los fines de semana y aún intentaba quedar también con mis dos amigos del colegio, y, gracias a eso, mi vida aún parecía algo normal, aún tenía con quien salir de vez en cuando.»

«De hecho, soy consciente de que me aprovechaba de la gente que ellos conocían, para relacionarme con personas de mi edad; así conocí a Amparo, una persona muy diferente a mí, risueña, alegre, divertida, sociable… Todos los chicos estaban un poco enamorados de Amparo, pero, increíblemente, ella se fijó en mí; aunque, como me confesó tiempo más tarde, en realidad llamé su atención por lo diferente que era de los demás, y me imagino que en su fuero interno pensó que no importaba, que con su ayuda terminaría cambiando y conseguiría ser más sociable y más abierto, pero la realidad es que esa apertura no se produjo.»

«Yo me aferré a ella con todas mis fuerzas y quise convencerme de que ya no necesitaba más, que tenía una mujer maravillosa a mi lado y, con ella, el futuro que todo hombre desearía: una familia, hijos, una buena posición económica…»

Pero el tiempo pasó, se casaron, tuvieron dos hijas y Amparo estaba harta de tirar siempre de Raúl, de arrastrarlo a las reuniones, a las comidas o cenas con amigos o familiares. Se hartó de que sus hijas vieran a un padre que sólo se dedicaba a trabajar, pero al que no le gustaba salir, ni quedar; al que le daba una pereza infinita relacionarse con alguien que no fueran ellas tres.

«Siempre he sido algo raro –reconoció Raúl ya en las primeras sesiones–; soy muy introvertido y me dan una pereza enorme las conversaciones triviales; en el trabajo también me ocurre algo parecido, por eso no me promocionan, y esto me fastidia mucho, pero ya me ha dicho mi jefe que soy un buen profesional, pero que no sé trabajar en equipo y que no confía en mí para poner gente a mi cargo. Creo que soy de los pocos que lleva tantos años desempeñando un puesto puramente técnico, y me pasa porque me siento incapaz de ser más sociable.»

«Pero ahora tengo un problema aún más importante, pues para mí Amparo y las niñas son mi vida, y entiendo que estén hartas de mí, y aunque reconozco que tengo pocas esperanzas de que vayamos a conseguir algo, quiero intentarlo con todas mis fuerzas, pues se lo debo a ellas.»

Es posible que Raúl sea un caso un poco “extremo”, pero seguro que todos conocemos a personas con pocas Habilidades sociales, que tienden a pasar inadvertidas en cualquier situación de grupo, aunque en el trato individual pueden resultar muy agradables.

Como suele ser habitual en estos casos, en cuanto empezamos a analizar las causas y el origen de su falta de habilidades, todo el interés de Raúl era convencerme de que él era así por culpa de sus padres. Raúl siempre había sido muy observador, y recordaba con pavor lo mal que se sentía cuando veía como su padre metía la pata en cuanto tenía gente a su alrededor.

«Intenté no parecerme a mi padre, empecé a sentirme incómodo cuando había más gente y, poco a poco, me volví un chico solitario y callado.»

Cada persona tiene su propia historia, y sin duda la de Raúl había sido muy importante para él, pero fallaba algo en su argumento: él podría haber reaccionado de una forma muy distinta.

Las personas que se sienten inseguras en sus relaciones sociales tienen varias opciones; la peor es encerrarse en sí mismas, aislarse y engañarse pensando que no necesitan relacionarse con nadie.

Cuando expuse a Raúl los diferentes análisis que podíamos hacer de su “historia”, comprendió que se había pasado la vida buscando excusas, en lugar de luchar valientemente por encontrar soluciones.

Una vez admitido que tenía opciones, empezamos un profundo entrenamiento en Habilidades sociales (HHSS). Trabajamos mucho su relajación, la confrontación de esos pensamientos internos que tanto lo condicionaban.

Sin duda, le ayudó mucho el estímulo de su mujer y de sus hijas en esas primeras fases complicadas del entrenamiento. Posteriormente, cuando ya fue capaz de empezar a gustarse a sí mismo, de creer que podía ser hasta ocurrente y divertido, por fin consiguió disfrutar.

Raúl dio el paso, ese paso que nos aleja del aislamiento y nos enriquece con nuestro contacto con los demás.

Además de mejorar la relación con su mujer y con sus hijas, también sus nuevas habilidades tuvieron su recompensa en su trabajo. Su jefe le comunicó que estaban satisfechos con su cambio de actitud y que sería promocionado.

Pero con ser importantes estos logros, lo fundamental es que Raúl aprendió a creer en él y, cuando lo hizo, logró el principal objetivo de su vida.

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