“No puedo más, estoy agotada y exhausta; no tengo fuerzas para pasar de nuevo por este calvario”. Estas fueron las palabras de Puri, una mujer de 52 años que había tenido un cáncer de mama hacía cuatro años y que en la última revisión le habían confirmado una recidiva. De nuevo el cáncer se convertía en su peor pesadilla.
Es tan humano sentir impotencia cuando ya has librado una batalla tan dura y tan desigual, donde has sufrido tanto, donde tu organismo se quedó tan dañado, tan damnificado, tan lleno de heridas internas y externas, que cuando sientes que vuelve de nuevo esa “invasión”, ese drama, esa tortura… tu cuerpo y tu mente parecen rendirse al dolor, al miedo y al sufrimiento, y muestran su impotencia en ese lamento tan desgarrador, que se resume en esas palabras, apenas audibles, que acompañas con un movimiento horizontal de cabeza, y con los ojos cerrados exclamas: “Ya no puedo más”.
A veces, la vida parece ponernos a prueba más allá de lo que podemos soportar; a veces, resulta tan injusto y tan cruel que lo menos que podemos expresar es nuestro desacuerdo, nuestra renuncia, en una primera fase, a seguir luchando.
En estos casos, las palabras más curativas no vienen del exterior; lo que más ayuda es que la persona, esa persona que está viviendo un auténtico drama, que está presa de miedo y de dolor, se sienta escuchada, comprendida, respetada y profundamente querida por su entorno.
Pero quizás, en este punto, algunos lectores estén extrañados, pues llevamos muchas páginas diciendo que la principal ayuda que podemos tener en nuestra vida está dentro de nosotros, en nuestro interior; ¿cómo entonces, podrían preguntarse, estoy diciendo que lo que más ayuda a la persona es sentirse querida por su entorno? No es contradictorio: desde el exterior, lo que más le puede ayudar es nuestro cariño, nuestro amor y nuestro respeto profundo ante su dolor y el drama que está viviendo.
Y le puede ayudar, precisamente, para que se active antes ese resorte interno que será su principal recurso, su principal “arma” para derrotar de nuevo a su enfermedad; para ganar esa nueva batalla que tiene que librar. Y ese resorte interno es, y fue en el caso de Puri, “creer en ella”, para ser “lo mejor de su vida”.
Una vez que pasó el primer impacto, transcurridos unos días de auténtico duelo, nuestra protagonista, arropada por su familia y sus seres más queridos, volvió a sacar lo mejor que llevaba dentro, y de nuevo se enfrentó a esa enfermedad tan cruel con lo mejor de sí misma. Como nos dijo en nuestra última sesión: “Para enfrentarme a lo peor, he necesitado sacar lo mejor de mí; de lo contrario, el cáncer me habría vencido”.
Puri tuvo claro que no puedes ganar una guerra tan cruel sin ir suficientemente equipada, y el mejor equipaje lo tienes dentro de ti: no es un equipaje físico, es mental.
Los médicos y todo el personal sanitario, sin duda, hicieron una gran labor; sin ellos, sin la medicina científica, la meta habría sido imposible. Y remarco este punto, porque hubo un momento, una pequeña fase, al principio de su recidiva, cuando de nuevo supo que el cáncer había vuelto, que nuestra protagonista tuvo la tentación de abrazar lo que hemos denominado o se conoce como corrientes pseudocientíficas.
Tuvo la tentación, muy humana, de dudar y dejarse llevar por lo fácil, por esas personas que te dicen que no tienes que luchar, que la medicina científica y sus tratamientos convencionales no te salvarán, que sólo te producirán dolor y que la quimio y la radio mata tus células y quema tu cuerpo… Cuando te dicen que te puedes curar sin medicación, sin operación, sin radio…, sin esfuerzo, sin dolor… Repito, es muy humano prestar oídos a esos cantos de sirena, es muy tentador.
Afortunadamente, Puri siempre ha sido una persona inteligente, racional, además de valiente, y superó esa tentación. Gracias a esa decisión, y a que creyó en ella y luchó con lo mejor de su vida; gracias al esfuerzo de la medicina tradicional, y al cariño de su familia, de sus seres queridos…, gracias a lo mejor de tantas personas que trabajaron por un mismo objetivo, nuestra amiga superó esa lucha, aparentemente tan desigual, pero donde tenía un arma secreta: creer siempre en ella; confiar en su fuerza, en su determinación, en su coraje, en sus ganas de vivir…
He seleccionado este caso, porque siento una profunda indignación ante esas corrientes, y esos sujetos (me cuesta llamarles personas) que se aprovechan del estado de debilidad y vulnerabilidad en que se encuentran personas enfermas, y lo hacen con fines tan espurios, tan innobles, tan canallas como es ganar dinero a costa de lo que sea; a costa incluso de la vida y la salud de esas personas enfermas.
La familia de Puri estuvo muy atenta ante esas dudas que la invadieron, cuando ella se enfrentaba a la perspectiva de un tratamiento largo, difícil y doloroso, y nuestra protagonista sintió que quizás había otra alternativa; había oído hablar de otras formas de enfocar la enfermedad, otras formas donde te ofrecen un falso camino de rosas.
Afortunadamente, esas dudas pronto desaparecieron cuando estimó que, si realmente esas terapias alternativas funcionasen, no habría fuerza ni intereses económicos en el mundo tan poderosos como para poder ocultarlo, para taparlo y sepultarlo.
Otra ventaja es que Puri creía profundamente en el equipo sanitario que la trataba y, por encima de todo, se dio cuenta de que no podía ganar una batalla tan difícil si renunciaba a aportar lo mejor de sí.
“¿Cómo esas corrientes, esas terapias alternativas te dicen que tú no tienes que hacer nada, cuando yo estoy convencida de que mi actitud es crucial para salvarme la vida?”
Ella misma se respondió a la gran pregunta: ¿Qué necesitas para superar las adversidades, cuando las circunstancias te ponen a prueba? “Necesitas sacar lo mejor de ti”.