Cuando llegó a la consulta Alejandra nos dijo que se sentía rota por dentro, con angustia, miedo y desesperanza en el alma. Tenía 26 años, era azafata y hacía 6 meses que había roto su pareja con ella. Había sido alguien un poco más especial de una colección de parejas que terminaban de manera parecida.
Tenía la sensación de que ella no había sabido amar y se había cargado la relación una vez más. Actualmente sentía que su vida era un caos.
Debido a su profesión pasaba días fuera de casa con horarios irregulares que le causaban desajustes en el sueño. Nunca había sido muy de hábitos estables y era, además, muy noctámbula.
Tenía problemas con la alimentación. Se daba atracones compulsivos como antídoto, decía ella, ante el vacío interior que sentía. De vez en cuando vomitaba para compensar el exceso de ingesta, pero esto no era un problema para ella.
Tenía un físico agraciado, y con el estilo de vida que llevaba sin parar, se mantenía en un peso adecuado. Le decían que era muy atractiva, pero ella siempre se veía como el patito feo.
En alguna ocasión se había autolesionado con cortes en el brazo que nadie había visto jamás. También había tenido pensamientos bastante recurrentes de suicidio y de terminar con el sufrimiento, pero jamás había pensado en cómo materializarlo. Era como un deseo soterrado, ya que no pensaba que le fuera a ir bien en la vida ni que su angustia fuera a desaparecer.
En la primera sesión ya me contó lo que para ella eran los orígenes de su peregrinaje interior. Su infancia no había sido fácil.
Su padre había sido alcohólico cuando ella nació y hasta sus 20 años. Ahora su padre no bebía, pero su salud estaba resentida. Sus hermanos y ella, que era la mayor (después venía una chica 5 años menor y el pequeño de la casa con el que se llevaba 6 años), habían sufrido el comportamiento violento de su padre cuando bebía.
Al principio, esto sucedía de vez en cuando, pero de los 16 años a los 20 años, para Alejandra su casa era un auténtico infierno. Se marchó de casa a los 23 años, cuando sus hermanos ya eran suficientemente mayores y su padre estaba más centrado.
Su madre había sido una mujer resignada, dependiente de su padre y que pensaba que tenía que estar al lado de su marido y que ya se solucionaría todo.
Alejandra me contaba que había vivido experiencias desconcertantes con su padre, temibles e impredecibles. Sentía terror, impotencia y falta de control sobre lo que le podía venir.
En la actualidad no se entendía a sí misma. Se odiaba por responder ella con rechazo y agresividad a las personas que más quería, cayendo en hacer lo mismo que le había hecho su padre a ella. Alejandra tenía un apego desorganizado.
Vamos a ver cómo se unieron las piezas rotas del corazón de Alejandra:
Para trabajar con sus situaciones traumáticas: la estimulación bilateral o el EMDR, visualización del lugar seguro (y otras herramientas basadas en la Terapia Focalizada en la Compasión de P. Gilbert)…
Para trabajar la reconciliación de Alejandra con el pasado: técnicas como la línea de vida, cartas simbólicas…
Para recomponerla e integrar su identidad, reconociendo el esfuerzo y el trabajo realizado y la consideración de su valía: diario de logros, autorrefuerzo, prácticas formales e informales sobre el perdón, el amor bondadoso y el agradecimiento (mindfulness y autocompasión)…