Aurora tenía 45 años cuando vino a consulta.
En la primera sesión le pregunté al menos en dos ocasiones su edad, pues su apariencia física se correspondía más con una persona cercana a los sesenta años. Su pelo era totalmente blanco y poco cuidado, acorde con el resto de su aspecto físico y su vestimenta.
Su rostro y toda su figura eran el claro exponente de una persona que llevaba muchos años de sufrimiento a sus espaldas, y a la que ya no le quedaban fuerzas ni para alzar la mirada.
Estaba muy preocupada por su hijo de 14 años, que cada día se mostraba más déspota y agresivo con ella.
Además, recientemente, les habían llamado del colegio para decirles que era un niño poco sociable, que parecía disfrutar con conductas vejatorias hacia sus compañeros. Esta fue la señal que había activado todas las alarmas de Aurora.
A pesar de que, aparentemente, la principal preocupación era su hijo, el padre de la criatura no había mostrado el mínimo interés por venir al psicólogo.
Muy al contrario, parece que salió riéndose del colegio y mostrándose orgulloso de su vástago.
Rápidamente vimos que detrás del problema de su hijo, se escondía un drama en la vida de nuestra protagonista.
Aurora era una persona sensible, afectiva, cercana y generosa, que apenas tenía contacto con su familia y sus amistades de siempre.
Había conocido a su marido cuando tenía 29 años y, aunque siempre le pareció algo extraño, se había sentido atraída por su forma de ser algo enigmática.
Ella trabajaba en una empresa como administrativa y él era uno de los principales proveedores que tenían.
Al principio, él pareció muy interesado por Aurora, su actitud era muy halagadora hacia ella.
Pronto la envolvió en regalos y le dijo que era la persona que siempre había buscado, con quien quería compartir su vida y formar una familia.
Curiosamente, la madre de Aurora fue la primera en darse cuenta que Roberto no era “trigo limpio” y así se lo dijo a su hija.
Pero nuestra protagonista pensó que eran los típicos miedos de una madre que teme perder el puesto de honor que tiene en la vida de su hija.
A sus amigas tampoco les había gustado demasiado Roberto, pero vieron tan entusiasmada a Aurora que pensaron que, simplemente, era un hombre un poco raro y absorbente, que había descubierto a una chica muy generosa y la quería sólo para él.
Pronto, Roberto empezó a mostrar sus altos niveles de psicopatía, y lo hizo ya en el viaje de novios.
Fue muy rudo y egoísta en las relaciones sexuales, hasta el extremo de que Aurora empezó a sentirse menospreciada, cuando no vejada.
Ante sus demandas de mayor ternura, le respondió que ya estaba harto de tanta zalamería, que ya no eran novios y que ahora se trataba de tener pronto un hijo (que era su principal objetivo) y de asumir que él era el jefe de familia.
No habían pasado tres meses cuando Aurora comprendió en toda su dimensión lo que significaba ser jefe de familia para Roberto.
Aunque ella también trabajaba fuera, él no hacía nada en la casa y se mostraba muy irascible cuando las cosas no estaban como a él le gustaban.
Nuestra protagonista intentaba multiplicarse para que no se enfadara, se esmeraba con la comida, con la ropa, con la limpieza…, para que todo estuviera a su gusto, pero Roberto siempre parecía dispuesto a montar bronca con cualquier excusa y no paraba de decirle lo inútil que era: “Si hubiera sabido que eras tan torpe, no hubiera cargado contigo.”
Aunque Aurora pronto pensó que su boda había sido una gran equivocación, cuando quiso darse cuenta ya estaba embarazada y se sentía sin fuerzas para nada, salvo para intentar volcarse en su próxima maternidad.
Cuando dio a luz constató que Roberto no sentía nada por ella, sólo estaba preocupado y ansioso por comprobar que su hijo había nacido sano y que ¡se parecía a él!
Pero el parto había sido difícil. Aurora había perdido mucha sangre y se había quedado muy débil, por lo que su madre les pidió encarecidamente que fueran a su casa, para cuidar a su hija.
Roberto se negó en redondo, por lo que la abuela decidió trasladarse a la casa de la pareja un par de semanas hasta que Aurora estuviera recuperada.
Al tercer día, su yerno la echó con el argumento de que Aurora ya estaba perfectamente para cuidar al niño y no debía “acostumbrarse mal.”
Cuando Aurora agotó el permiso de maternidad, él insistió en que pidiera una excedencia para cuidar al niño y evitar llevarle a la guardería.
Aunque nuestra protagonista sentía necesidad de liberarse un poco, y por una parte tenía ganas de incorporarse al trabajo, pensó que lo mejor para el niño era quedarse en casa con ella.
Ahí, según ella, “firmó su sentencia de muerte.”
Si hasta esa fecha Roberto había sido un marido poco afectivo, distante y muy exigente con ella, a raíz de la excedencia su actitud aún empeoró y se mostraba como un señor “feudal,” al que su esposa debía rendirle pleitesía.
Aunque Aurora intentó reincorporarse al trabajo repetidas veces, él se negó por completo, argumentando que el niño era lo primero y que, además, para la birria de dinero que ganaba, mejor se quedaba en casa atendiéndoles a él y a su hijo.
Y como él pagaba todo, ella no tenía derecho a nada.
Poco a poco fue perdiendo el contacto con sus amigas y con su familia, pues Roberto insistía en que su suegra era una mala influencia para el niño, y apenas consentía en que viese a su nieto.
Como suele suceder en estos casos, Aurora se volcó en su hijo y trató de convencerse de que no tenía otra opción que aguantar las descalificaciones y las humillaciones continuas de Roberto.
Alguna vez que ya no podía más y le había expresado a su marido que quería separarse, éste le amenazaba diciéndole que no volvería a ver a su hijo.
Le advertía que ya se las apañaría para demostrar que era una inútil, que estaba incapacitada para educar a su hijo, y que no soñase con seguir viviendo a su costa, pues él jamás le pasaría dinero.
El niño, de pequeño, era cariñoso con su madre.
Pero al ver cómo la trataba su padre, al principio intentó ponerse en medio y defenderla.
Después pasó a afear a su madre que no fuera capaz de responderle a su padre.
Finalmente, desde hacía dos años, había terminado por ser un “imitador” de su progenitor y tenía con ella la misma actitud que Roberto.
Cuando su hijo empezó a mostrarse agresivo y déspota con ella, Aurora se sintió tan fracasada, tan hundida y tan insegura, que ya no tuvo fuerzas para intentar poner límites a su hijo.
De la misma forma, ya no le quedaban ilusiones para vivir.
Pero la llamada del colegio la hizo reaccionar.
Comprendió que su hijo se estaba convirtiendo en un “monstruo” como su marido y que no podía permanecer impasible ante ello.
“Mi marido está mal,” nos dijo el primer día de consulta.
“Está mal de la cabeza. Yo no sé exactamente lo que tiene, pero no es normal que esté siempre enfadado e insatisfecho. Apenas tiene amigos y cuando los ve finge y parece hasta simpático, pero es una persona cruel, que disfruta haciéndome daño, humillándome, que miente constantemente, hasta el punto de que en su vida todo es una ficción, un teatro, todo es mentira.”
Como siempre, lo primero que hicimos, además de mostrar nuestra cercanía y nuestra felicitación porque hubiera dado el paso de reaccionar e intentar luchar por rescatar a su hijo, fue pedirle que escribiera durante la próxima semana todas las situaciones en que su marido o su hijo se mostraban agresivos.
Le pedimos que escribiera siempre que mentían, que la insultaban…
“Pues no voy a parar de escribir,” contestó Aurora.
Para estos casos, les damos una especie de plantilla, lo que llamamos una Hoja de Registro, que nos permite analizar de forma objetiva la realidad que está viviendo y que a la persona le facilita la forma de recoger todo lo que está sucediendo.
Le pedimos a Aurora que, durante la primera semana, cumplimentase una hoja de registro.
De esta forma, ella empezaría a identificar las reacciones fisiológicas tan intensas que experimentaba en su día a día y que la agotaban, así como los pensamientos que estaban asociados a las mismas.
A continuación, una vez que ella descubrió hasta qué punto su organismo le mandaba señales de “alerta” para que reaccionara, estaba en condiciones de profundizar en el análisis de las conductas que tenían lugar en su familia.
Aurora lo hizo muy bien.
Cada vez que había alguna tensión o discusión en casa, anotaba literalmente la hora y el día que se producía; dónde estaban, con quién y qué hacían.
A continuación, qué hacía la persona que mostraba una conducta agresiva, cómo reaccionaban los otros (literalmente qué contestaban o hacían y, ante eso, de nuevo, qué contestaba la persona/s agresiva/s).
Finalmente, en relación a sí misma, anotaba qué podría ella haber hecho de forma diferente.
Sin duda, teníamos un trabajo muy intenso por delante.
Efectivamente, padre e hijo la insultaban y humillaban a diario.
El análisis que hicimos de la problemática que estaba viviendo Aurora nos indicaba que, sin duda, primero teníamos que empezar por ella.
Era urgente que pudiera mirarse de nuevo a sí misma, que recuperase su confianza, su autoestima y su dignidad.
Y para eso, afortunadamente, no necesitábamos a su marido y su hijo.
Nuestro foco de trabajo fue Aurora.
Poco a poco vio que sus pensamientos le pertenecían y, en esos momentos, sólo contribuían a que se hundiera y se debilitara cada día más.
(No paraba de pensar que era una persona despreciable, que cada día se dejaba humillar, vejar…, que no merecía vivir, y no tenía fuerzas para reaccionar.)
Empezamos a sustituir esos pensamientos por otros más positivos y más objetivos.
Ella no era una persona despreciable.
Por el contrario, era una persona sensible, enormemente generosa, que estaba muy débil, pero que tenía capacidad para reaccionar y conseguiría hacerlo.
Poco a poco fue sintiéndose mejor con ella misma, subiendo su autoestima y recuperando lentamente su confianza.
Cuando ya la vimos preparada, empezamos la siguiente fase, con su hijo.
Eran muchas las conductas y actitudes a corregir, y sabíamos que no podíamos contar con la ayuda del padre.
Pero podíamos empezar a poner determinados límites a las conductas agresivas y humillantes de su hijo.
Este se quedó sorprendido cuando vio que, de repente, su madre no lloraba, no entraba en sus provocaciones y, cuando se quejaba de algo, por ejemplo de la comida, se levantaba, le quitaba el plato y lo tiraba a la basura.
Con mucha paciencia y una perseverancia a prueba de todo, Aurora consiguió que su hijo primero se sorprendiera, luego se quejase, después intentase provocarla por otros medios y, finalmente, empezara a cambiar las conductas con su madre.
Su marido, al principio, se reía.
Después incrementaba su agresividad, en la medida en que veía que Aurora reaccionaba y ponía límites a su hijo.
Pero llegó un momento en que le pasó como a su vástago: se quedaba atónico ante la firmeza y la seguridad que mostraba Aurora.
Finalmente, cuando se sintió con fuerzas, cuando comprendió que había llegado al máximo de lo que podía conseguir en su casa, decidió que lo mejor para ella, y también para su hijo, era separarse.
Con toda la decisión que le había faltado durante años, puso una demanda de separación y, curiosamente, en lugar de sentirse abrumada, por primera vez en muchos años se sintió libre y en paz con ella misma.
Cuando le preguntamos a Aurora qué era lo que más le había hecho reaccionar y lo que más daño le había causado en su relación, su contestación fue: LA MENTIRA.
«La mentira en que vivía mi marido fue lo que más daño me causó, la mentira que empleó para embaucarme y conquistarme primero y para debilitarme después, una vez casados.
Esas mentiras con las que intentaba hundirme, haciéndome creer que yo no valía nada, que era una persona miserable y cobarde, que había tenido la suerte de “engancharle” y vivir a su costa.
Esas mentiras con las que me ridiculizaba delante de sus amigos.
Esas mentiras con las que me hizo creer que mi familia y mis amigas me despreciarían si él les contase el tipo de persona asquerosa que yo era.
En definitiva, esas mentiras que me dejaron sin fuerza, que me hundieron y que luego vi cómo mi hijo las repetía.
Cómo se estaba convirtiendo en el ser despreciable, egoísta y cruel que era su padre.»
«Tú sabes que eres una persona valiente y generosa, Aurora,» le dije en la última sesión.
«Has sido capaz de salir de una situación de constante maltrato, y has logrado lo que parecía un imposible.
Tienes mucho mérito.
La convivencia con alguien como tu marido, con los altos niveles de psicopatía que presenta, es un infierno para cualquiera.
Pero supiste poner punto final, y a partir de este momento, se terminaron sus mentiras.
Hoy te has ganado el derecho de vivir una vida libre, una vida de verdad: TU VIDA.»