Dori y David parecían el típico ejemplo de pareja feliz. Llevaban juntos veinticuatro años y tenían dos hijos de dieciocho y dieciséis, que no presentaban problemas especiales. Gozaban de una buena situación económica, y aparentemente tenían muchos amigos y una vida social bastante intensa.
Desde el punto de vista físico, aunque Dori había experimentado un “bajón” después de una intervención quirúrgica, eran dos personas atractivas, que se conservaban bien. A pesar de todo, David llevaba varios meses preocupado ante las continuas quejas de Dori, pues ella se encontraba en medio de una crisis muy profunda, y no paraba de manifestarle su insatisfacción y su con- vencimiento de que él tenía la culpa, pues desde hacía tiempo no se sentía querida. David, en realidad, venía para que le orientásemos sobre cómo debía tratar a Dori, y para pedirnos que intentásemos ayudar a su mujer. David, a petición nuestra, le había comentado a Dori que nos gustaría verla, pero ella le había dicho que no se encontraba con ánimos para venir y contar lo que le pasaba, que en realidad ya se lo había dicho a él mil veces, que le resultaba muy doloroso volverlo a exponer, que nos lo trasmitiese David, si es que se había enterado de algo; que ya vendría luego, cuando empezara a ver los primeros efectos.
En estas circunstancias, siempre que nos resulta posible, intentamos no forzar al miembro de la pareja que no quiere acudir a consulta. Además, cuando alguien está en esa crisis emocional, normalmente la persona que vive a su lado se encuentra perdida, y necesita también ayuda y orientación de forma inmediata.
Afortunadamente, David era animoso, sensible, enamorado de su mujer, con muchas ganas de poder ayudar, de mejorar y superarse día a día. Para David su familia era lo más importante, y le generaba mucha infelicidad ver a Dori en esas circunstancias, y contemplar como él, lejos de ayudarle a mejorar su estado de ánimo, parecía actuar de una forma especialmente torpe, que crispaba aún más a su pareja. A su manera, lo había intentando, pero se encontraba en un callejón sin salida. Los primeros años de la pareja habían sido muy duros; a los dos años de casarse habían decidido montar una empresa y ambos habían trabajado de forma incansable; solo cuando la situación económica fue más estable se permitieron tener hijos.
Dori siguió en la empresa hasta hace seis años, en que tuvo diversos problemas de salud, que terminaron con una intervención quirúrgica importante. A raíz de la operación, se sintió muy mermada física y anímicamente, y ambos, de común acuerdo, decidieron que era el momento de concederse un merecido descanso. Por otra parte, la empresa había alcanzado una economía muy saneada, y podían cubrir el puesto de Dori sin problemas.
Al principio, Dori se volcó en los niños y en su recuperación física y emocional, y parecía que poco a poco iba saliendo del bache, pero su carácter empezó a cambiar: su paciencia cada vez era menor, su humor se había hecho más agrio, su insatisfacción crecía por momentos, no lograba descansar bien por la noche desde hacía años…, y la convivencia fue deteriorándose, primero, con los niños, y después, con David.
Actualmente, la relación con los chicos había mejorado, pero sus insatisfacciones seguían presentes y todas parecían tener un único destinatario: David. Estaba claro que había que intervenir: dos personas estaban sufriendo y su relación de pareja empeoraba día a día.
El análisis riguroso que efectuamos sobre los principales hechos acontecidos en los últimos años nos permitió situar bastante bien el origen y la causa de la transformación que Dori había experimentado. Uno de nuestros primeros objetivos fue informar a David, de forma pormenorizada, de las consecuencias que, tanto desde el punto de vista físico como anímico, había producido en Dori la menopausia precoz que había sufrido.
Con el problema “bien situado”, David empezó a rellenar un Registro de Conducta. Los datos no podían ser más elocuentes; Dori sufría una crisis profunda en su estado de ánimo; no llegaba a ser una depresión como tal, pero el sentimiento de tristeza e insatisfacción era tan permanente que había terminado por dejar huella en una persona con la fuerza y la voluntad de Dori. Ella se había esforzado al máximo para que su estado anímico no repercutiera en la relación con sus hijos, y lo estaba consiguiendo, pero como por algún sitio tenía que romperse esa cuerda tan floja, David se había erigido en el centro y en el origen de todas sus desgracias e insatisfacciones. Literalmente, parecía que no le pudiese ni ver; saltaba a las primeras de cambio, le recriminaba por lo que hacía, por lo que dejaba de hacer y difícilmente pasaba un día sin que tuvieran una discusión fuerte.
David intentaba que ella viera lo injusto de su postura, pero con sus argumentos solo conseguía irritarla cada vez más. Dori reaccionaba encerrándose en sí misma y dirigiéndole todos sus reproches. Nos costó que David comprendiera que Dori estaba tan mal que no podía llegar a ella a través del razonamiento, sino por medio de la emoción.
Cuando alguien está hundido hasta ese punto, solo podemos ayudarle situándonos a su mismo nivel; no intentemos que utilicen la lógica y el razonamiento objetivo, porque en esos momentos les resulta imposible; es un esfuerzo sobrehumano para ellos. Necesitan nuestro apoyo, nuestro calor y nuestra comprensión, y en ello debemos volcarnos.
David, por fin, aprendió:
1. A distinguir que cuando Dori le decía que no se sentía querida, en realidad lo que le es- taba diciendo es que no podía más, que no era feliz, que se sentía insatisfecha, aburrida y desesperada, que estaba agotada de no dormir por las noches, que se pasaba el día abanicándose y abrigándose, pues pasaba de los sudores más incómodos a la sensación de frío más penetrante; que quería ser la mujer alegre, optimista y vital que siempre había sido. Le costó mucho, pues él cometía el típico error de analizar literalmente sus palabras; no era capaz de ver el auténtico mensaje de Dori, se quedaba en que ella le decía que no se sentía querida, y se empeñaba en que le explicase cómo podía ser tan injusta y de- cir que no la quería, cuando él se pasaba la vida pendiente de ella.
2. A escuchar, a respetar sus estados de ánimo, a no rebatir cada palabra que Dori pronunciaba, a prestar atención a su comunicación no verbal (a sus gestos de desolación, a sus movimientos sin fuerzas, a su cara y sus ojos marcados por la tristeza y la desesperanza)…
3. Que Dori necesitaba cercanía, cercanía anímica, necesitaba cariño, afecto y ternura.
4. Que el afecto anida en los sentimientos profundos y se manifiesta en los movimientos lentos, suaves, pacientes, llenos de calor y sensibilidad.
5. Que cuando una persona luchadora se queja a su pareja, no lo hace para regañarla, lo hace para intentar salvar lo que siente que está en peligro de naufragar.
6. A amar de la forma que Dori necesitaba sentirse amada. En realidad, ella le había dado muchas señales, pero David se había quedado en la literalidad de las palabras, no en la profundidad de los mensajes.
Por su parte, pasado el primer mes, Dori vino a consulta, y su contribución fue vital. Una vez que ella se dio cuenta de que David no era el culpable de su malestar ni de su insatisfacción, comprendió que no terminaría de recuperarse por completo si no asumía el control de sus propios pensamientos; de esos pensamientos negativos que la acompañaban durante los últimos años, y que continuamente le provocaban contratiempos, emociones dolorosas, desconsuelo e insatisfacción.
También Dori aprendió:
1. Que, en última instancia, cada uno es responsable de su estado emocional.
2. Que, a pesar de las circunstancias adversas, podemos encontrarnos razonablemente bien con nosotros mismos, si conseguimos controlar nuestros pensamientos; si aceptamos que hay cosas que podemos hacer y otras que humanamente se nos escapan.
3. Que nunca nos sentiremos no queridos si, por encima de todo, seguimos queriéndonos a nosotros mismos.
4. Que podemos estar fastidiados físicamente, pero que con esfuerzo y con decisión, pode- mos conservar nuestra salud psíquica.
5. A no pasar factura y a concentrar todas sus energías en salir adelante y conseguir sus objetivos.
6. Que la queja, cuando es permanente, se convierte en nuestro peor enemigo, pues, lejos de ayudarnos a conseguir nuestros objetivos, nos aleja tanto de ellos como de las personas que nos rodean.
7. Que el trabajo, cuando te gusta lo que haces y el horario no te roba la vida, es un buen compañero, que te ayuda a salir de tus problemas, que te facilita el contacto y la relación con otras personas, que te proporciona una independencia y una autonomía que siempre son positivas
8. Por último, a darse cuenta de que no podía pedir a los hombres, aunque el hombre fuera su marido, que pensaran, reflexionaran y sintieran como mujeres.
Una de las decisiones que Dori tomó fue volver al trabajo. Afortunadamente, en su caso podía permitirse una jornada reducida, y así lo hizo.
Volvió al trabajo no para llenar vacíos, que ella sabía que debería cubrir de otra forma, sino para sentirse de nuevo satisfecha con lo que hacía, porque sabía hacerlo bien.
Necesitaba sentir que el tiempo era finito para volver a valorarlo. Precisaba volver a experimentar que la relación con las personas es una forma de seguir creciendo cada día y de ali- mentar nuestra experiencia.
Consiguió, por último, recuperar la tranquilidad y la paz que nos da el saber que tenemos autonomía económica…
Dori y David recuperaron la confianza el uno en el otro, pero recuperaron algo más importante: la comprensión, el respeto mutuo y la valoración personal.