Los padres de Belén vinieron a consulta muy preocupados, pues les habían llamado del instituto, para decirles que su hija Belén estaba liderando el acoso hacia una compañera de su clase. Un acoso que había sido descubierto cuando esta niña, in extremis, al límite del sufrimiento que podía tener, había confesado que llevaba dos años viviendo la peor pesadilla de su vida.
Jamás hubieran podido imaginar que algo así pudiera ocurrir. Tenían dos hijas, Belén era la pequeña, y aunque reconocían que siempre había tenido muchos celos de su hermana, y que con frecuencia podía mostrarse irascible, incluso algo déspota y tirana, nunca hubieran pensado que fuera capaz de mentir tanto, de liderar un acoso y de “ensañarse” de forma prolongada con una compañera más débil, que se había incorporado a su clase dos años atrás. Un ensañamiento que había dejado al descubierto la crueldad de Belén.
Ellos siempre habían sido muy condescendientes con su hija. Pensaron que terminaría madurando, que el tiempo todo lo arreglaría. Por ello, llevaban años sin dar demasiada importancia a sus provocaciones, a sus “salidas de tono”, a sus mentiras constantes, a su egoísmo manifiesto, y a las conductas y comentarios llenos de envidia hacia su hermana.
A pesar de que los tutores, en más de una ocasión, les habían alertado, precisamente sobre sus mentiras constantes, sobre los Problemas de conducta y la actitud desafiante, manipuladora y con frecuencia agresiva que presentaba Belén, ellos no dieron demasiada importancia a estas llamadas de atención, y de nuevo disculparon a su hija, argumentando que estaba en una edad difícil, y que con paciencia y diálogo, todo se resolvería.
Esta vez, ya era imposible mirar para otro lado. Había una chica que llevaba dos años viviendo un acoso desgarrador, una situación imposible de resistir para cualquier persona sensible, y su hija era la principal responsable e inductora de este acoso.
Estos son casos muy delicados, donde los padres siempre quieren que “tratemos” inmediatamente a los hijos, pensando que ahí está la solución; sin darse cuenta que siempre hay que empezar por ellos, y sólo cuando hayamos trabajado lo suficiente, cuando ya tengan las ideas claras y sean capaces de actuar con la seguridad, la decisión y la valentía que el caso requiere, entonces es cuando conviene que los especialistas empecemos con los hijos.
Los padres de Belén se quedaron muy sorprendidos cuando, ya por teléfono, les dijimos que vinieran solos a la primera consulta, sin su hija.
Las características del caso eran muy típicas y muy conocidas para nosotros. Eran dos padres excesivamente blandos (los dos), muy bienintencionados y demasiado ingenuos, que siempre habían intentado tener una actitud muy cercana y afectiva con sus hijas, y que creían que con diálogo y paciencia todo se arreglaba.
Su argumento fundamental era que si esto había servido con su hija mayor, que no presentaba problema alguno, ¿por qué no iba a resultar con la pequeña? Esta es una confusión que muestran muchos padres, creen que lo justo es tratar a todos los hijos por igual, sin darse cuenta que ese trato “igualitario” es un gran error, incluso, una grave injusticia.
Los psicólogos sabemos que todos los niños, todos, son distintos; que además son únicos, por lo que cada uno necesita ser tratado de una forma diferente, una forma adecuada a sus características singulares; hacer lo contrario, nos lleva a la incoherencia, y en lugar de ayudarles, les confundimos.
Precisamente, los niños menos generosos, los celosos, los que se muestran más insatisfechos, son los que más necesitan que sus padres pongan unos límites muy claros, que establezcan unas normas de obligado cumplimiento, y que no duden en actuar ante sus transgresiones, para que sus hijos vivan, de forma inmediata, las consecuencias de lo que hacen…
En contra de lo que muchos piensan, los niños y niñas “difíciles”, terminan reaccionando bien, cuando ven a sus padres equilibrados, firmes y seguros.
Belén manifestó sus “tendencias” desde muy pequeña. Siempre se mostró insatisfecha con lo que tenía, constantemente mentía y pedía más y más…, y sus padres caían en su juego y perdían el pulso que su hija les echaba.
Hoy sigue teniendo celos de su hermana mayor, y ello a pesar de que esta intentó hasta hace unos años ser paciente, cercana y afectiva con su hermana pequeña.
Precisamente, había sido su hermana mayor quien más les había alertado a los padres de su equivocación. Ella se había dado cuenta de que Belén necesitaba límites y normas muy claras. En casa, su hermana pequeña mentía constantemente, fabulaba y hacia lo que quería con sus padres, pero desde hacía cuatro años sabía que sus tretas no le valían con su hermana, y aunque de vez en cuando intentaba provocarla, era consciente de que ahí tenía todas las de perder.
Su hermana mayor se convenció de que Belén interpretaba la paciencia y la actitud de diálogo de sus padres como una muestra de inseguridad y debilidad, pero sus padres pensaron que era muy dura con su hermana y no le hicieron caso.
Además de los registros que les pedimos a los padres que hicieran sobre la conducta de Belén, donde también debían anotar de forma literal cómo ellos y su hija mayor respondían; nos pusimos en contacto con el instituto, para recabar la información objetiva del caso, para conocer el comportamiento y la actitud que en general mostraba Belén y de cómo había actuado de forma específica en el tema del acoso hacia la compañera de su clase.
Los registros de la familia (la hija mayor también quiso hacerlos) y la información del instituto no dejaban lugar a dudas: Belén acusaba al máximo esa falta de límites, normas, pautas, hábitos… que sus padres deberían haber instaurado desde pequeña, pero lo que más echaba en falta, era la ausencia de consecuencias ante las conductas provocadoras que siempre había presentado; conductas generalmente agresivas y, en el caso de la compañera de clase, con una intención clara e inequívoca de provocar sufrimiento, de reírse de una chica que se mostraba asustada e indefensa ante las humillaciones y vejaciones de que era objeto.
El programa fue muy claro: nos pusimos totalmente de acuerdo con el instituto y los padres en los límites, las normas y las consecuencias que, tanto en el medio escolar como en casa, exigiríamos a Belén.
Para tener éxito, además del entrenamiento exhaustivo que hicimos con los padres, para que se “situaran” y fueran capaces de actuar con la seguridad y determinación que su hija necesitaba, también trabajamos en una segunda fase con Belén, para que fuese consciente de que ese camino sólo le llevaría a la marginación y a una insatisfacción constante en su vida.
Por otra parte, resultaba urgente que se sensibilizase hacia el sufrimiento tan cruel que había provocado, que adquiriese un mínimo de empatía, que fuese capaz de ponerse en el lugar de los otros y de rechazar las conductas llenas de agresividad, incluso de crueldad, que había mostrado con muchas personas, pero especialmente con su compañera, que había sido víctima de un acoso desgarrador.
Como esperábamos, a pesar de todo, fue más fácil trabajar con Belén, que con sus padres. Ella, después de las lógicas resistencias y los primeros “pulsos” que echó, una vez acabado su repertorio de mentiras y fabulaciones, terminó reaccionando y asumiendo la autoría del acoso, el liderazgo que había llevado con parte de sus compañeras, para lograr que esa niña desease con todas sus fuerzas no existir, pasar desapercibida y abandonar su instituto. Cuando analizamos los hechos en profundidad, se sorprendió de su crueldad y solo consiguió decir, a modo de disculpa, “no pensé que nos estábamos pasando tanto, que ella estaba sufriendo de esa manera”
Como a pesar de todo era una persona inteligente, terminó por darse cuenta y asumir que podía tener el éxito y la atención que siempre buscaba, con unas conductas muy diferentes. En realidad, era una chica con mucha agilidad y rapidez mental, con mucho ingenio que, convenientemente utilizado, podía destacar en positivo; además, era muy hábil en sus relaciones con los demás, sólo teníamos que girar 180º la dirección de su liderazgo, para que pasara de ser una persona tóxica a una líder positiva.
El punto de inflexión, lo que nos dio la pauta a seguir, fue establecer bien el primer límite, y ese primer límite, a partir de ese momento, fue NO TOLERAR NINGUNA MENTIRA MÁS.
La historia de Belén nos demostró que sus padres habían actuado con mucha ingenuidad ante sus mentiras, y lo habían hecho desde que era muy pequeña. Esta actitud de los padres, sin duda, le había resultado muy confusa a la niña; no entendía como eran tan “tontos” de no darse cuenta de que mentía y, por ello, había entrado en una espiral que, con el paso de los años, había desembocado en una de las peores conductas que podemos tener: acosar a alguien a quien vemos débil, para divertirnos con el dolor y el sufrimiento que le provocamos.
El tema del acoso merecería un libro aparte, por lo que no vamos a extendernos en todo el proceso que seguimos. Afortunadamente, el acoso terminó y aunque, al final de curso, los padres de la niña acosada decidieron cambiarla de instituto, Belén quedó vacunada y, difícilmente, volverá a mostrar esas conductas, que hoy tanto rechaza.
Continuamos durante unos meses con el trabajo a tres bandas: con sus padres, para que no tuvieran la tentación de relajarse, con Belén (quien lo agradeció y lo aprovechó mucho) y con el instituto, que respondieron muy bien, una vez que fueron conscientes del caso de acoso que habían tenido.
Pero lo importante de esta historia es que:
Cuando los padres no están alertas y no reaccionan ante las mentiras reiteradas de sus hijos, llegará un momento en que los hechos les mostrarán las consecuencias de su inacción.