El caso de Ismael

Niños conflictivos: Agresividad

Marta acudió a vernos desesperada ya, por la rabia que presentaba y por las reacciones de enfado tan intensas que mostraba su hijo en casa y en el colegio. Cuando las cosas no salían como él deseaba ya se temía lo peor, como nos expresaba en el primer encuentro. Era hijo único y sus padres se habían separado cuatro años atrás.

El detonante para que Marta acudiera a nuestro centro fue, como en muchos otros casos, que desde el colegio les dijeron que la situación había traspasado los límites razonables y tenían que buscar una solución externa, en este caso la ayuda de un psicólogo que les pudiera orientar sobre qué hacer en estos casos.

Ismael tenía seis años y aunque en general se mostraba un poco disperso con tareas que requerían atención mantenida en el tiempo, como los deberes del colegio, o ciertos hábitos de casa, no siempre mostraba problemas en este sentido, era más bien algo que podía fluctuar. En el colegio, pasaba que cuando se metían con él, sus reacciones eran tremendas y para defenderse de un insulto se mostraba muy agresivo e incluso llegaba a pegarse frecuentemente con sus compañeros; por otro lado, con los profesores también tenía reacciones de ira cuando le contrariaban con alguna orden que él no estaba por la labor de cumplir o cuando le regañaban por algo que había hecho mal.

En casa conocimos muy bien todos los problemas que se estaban dando, gracias por un lado a la exhaustiva información que nos brindaba Marta y por otro, a los registros de conducta que a cada momento que había cualquier problema con Benito ella hacía, anotando perfectamente y con todo lujo de detalles; por ejemplo, la vez que el niño le dijo que si no terminaba la tarea no saldría a la calle, él empezó a tirar juguetes por el suelo, a dar golpes en la mesa, a gritar… también le pedíamos que anotase cómo reaccionaba ella en estas ocasiones y por ejemplo en esta circunstancia concreta lo que hacía era que trataba de calmarle diciéndole cosas como,
– calma Benito, te estás desbocando,
– si sigues así ya verás,
– tú sigue así,
– vale ya que te va a dar algo, saldremos un rato y luego lo harás…

Incluso ya cuando ella revisaba los registros de conducta iba descubriendo cosas importantes, que hasta ese momento ni era consciente de que tuviera tanta importancia la forma en la que ella estuviese actuando, pero sobre todo cuando los íbamos revisando en consulta, saltaba a la vista un conjunto de variables que estaban involucradas y que estaban manteniendo en gran medida los comportamientos problema de Benito. Y se veía que el grado de permisividad al que había llegado Marta con el tiempo, era tan grande que ella misma que en principio no se tenía por una persona tan laxa en este sentido, sino con las cosas muy claras y mucho más inflexible, cedía en demasiadas ocasiones.

Y así le ayudé a descubrir cómo Benito a través de sus conductas de fuerza, enfado y presión, conseguía lo que quería en cada momento; si estaba disperso o cansado de trabajar paraba, si se enfadaba por cualquier cuestión doméstica sin importancia se mostraba furioso o si tenía cualquier circunstancia que le hiciese sentirse frustrado lo solía pagar en casa, aturullándose y cogiendo unos enfados monumentales.

Marta entendió que muy probablemente había llegado a esos niveles de permisividad por desgaste, por tener la sensación de no poder soportar más la fuerza que Benito imprimía en ciertos momentos, de no encontrarse emocionalmente equilibrada si no le dejaba hacer lo que quisiera. Como decía,
– cada vez que se pone así no lo soporto,
– sólo de pensar que se pueda poner como una fiera,
– y cuando empieza a dar golpes y pienso que le puedan oír los vecinos…
Y cediendo y cediendo Benito también había descubierto los puntos débiles de su madre, lo que tenía que hacer para que su madre se desbordara y le permitiera hacer. En los registros siempre acababa consiguiendo lo que quería y Marta acababa tranquila porque él se relajaba cuando lo conseguía.

A partir de este momento nos dedicamos a refortalecer a Marta, a ayudarle a recuperar esa firmeza perdida, aportándole estrategias que le permitieran a autocontrolarse hasta el extremo de que demostrara a Benito que nunca iba a ceder cuando él se pusiera tan agresivo y bruto, que nunca iba a conseguir así ninguna cesión por parte de ella. Al principio fue duro porque él insistiría mucho más al ver que su madre no cedía como de costumbre, pero sólo hasta que se convencía de que nunca lo iba a hacer.

Fue clave en este sentido conseguir que Marta, cuando Benito empezaba a querer liarla, se mantuviera alejada y a lo suyo haciendo cosas para que él percibiera que no iba a estar pendiente de él. Y en este sentido tuvimos que trabajar para que ella dejase de decirse a sí misma que iba a ser un desastre, que iba a romper un montón de cosas, o que no dejaría de gritar hasta que viniera algún vecino, pues estos pensamientos se habían convertido en parte, en los culpables de que ella se derrumbara emocionalmente y perdiera las batallas, una tras otra.

Como siempre pasa con los niños, para sorpresa de sus padres, cuando topan con el límite y no lo pueden traspasar, como en este caso que Marta ya no cedía, se regulan de forma considerable.

Hay que huir de la tendencia a estar continuamente pidiéndoles disculpas tras haber perdido el control pues se puede convertir en un mecanismo automático perjudicial ya que nos libera momentáneamente del malestar producido por el arrepentimiento por haber dicho o hecho algo, que nos parece equivocado, alejando algo nuestros pensamientos negativos, pero nos hace correr el riesgo de ser después más laxos de lo que quisiéramos.

Si podríamos afirmar que como patrón educativo, el estilo autoritario se pasa y el estilo permisivo no llega, el control de las emociones permite que los padres se tomen tiempo para pensar bien lo que quieren transmitir a sus hijos, las consecuencias que desean ponerles cuando han cometido alguna falta, evitar ciertos conflictos, sobre todo si son adolescentes, mantenerse firmes en lo que han dicho, aunque duden internamente, en definitiva, facilita un estilo educativo más eficaz, con más elementos reflexionados y escogidos y menos patrones automáticos que mediatizan una y otra vez las relaciones en casa.

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