El caso de Fernando

Niños conflictivos: Agresividad

Fernando era un chaval muy avispado, bastante inteligente y gran deportista. Era el mayor de tres hermanos.

En la calle, en el colegio e incluso, dentro de su familia extensa, tíos y abuelos, era considerado como un chico majo y serio.

Sin embargo en casa, Fernando era el típico caso considerado como “prácticamente sin solución”.

Sus padres, los más afectados, eran los que aún no rindiéndose, contenían un grado tal de desesperación que estaban casi convencidos de que Fernando ya era así y difícilmente conseguirían cambiarlo. Tenían la sensación de haberlo intentado todo, de haberlo castigado de todas las maneras posibles, incluso de haber solicitado la ayuda correspondiente y no estar obteniendo más que la instauración de conductas en el niño, que si bien, a veces habían podido experimentar algún mínimo cambio, no sólo no se mantenía éste, sino que después iba a peor.( Para que entendamos mejor este aspecto de agobio en los padres, mezclado con la fuerza que les daba intentar salir hacia delante, sirva lo ilustrativo que resulta el hecho de que en el último año el niño asistía a consulta de un profesional, pero las llevaban a cabo en la sala de espera porque el chico se negaba a entrar en el despacho. Esto, además de dar una idea del poderío que Fernando demostraba ante los que intentaban doblegarle, demostraba lo anteriormente dicho, respecto a lo incondicional de los padres por conseguir resultados.)

He de admitir que cuando nos llega al equipo un caso con estas características, aunque pueda parecer lo contrario, por la experiencia acumulada, al principio genera cierta preocupación, incluso cierta falta de explicación a lo que puede estar ocurriendo. Después de tanto tiempo estoy convencido de que esta es la clave para empezar a hacerlo bien, no dando nada por sentado y procediendo a observar sin las interferencias que podrían producir tantos casos parecidos del pasado. Entiendo que quedaría muy bien decir que estos casos se ven resueltos desde el principio, pero en honor a la verdad, esto no se ve hasta que se realizan esos primeros registros de conducta, que tanto aportan a los propios padres y por supuesto, a nosotros, y que nos ayuda a descubrir las variables que mantienen y/o causan las conductas problemáticas de los hijos.

La gran mayoría de los padres se sorprenden cuando, para empezar, les pedimos que registren en casa, las conductas problemáticas de sus hijos, casi la misma proporción de padres que tras esos primeros registros, empiezan a ver y a entender hechos, que han ocurrido delante de ellos durante meses y meses.

Tras el estudio de esos registros, y no más allá de la tercera visita de los padres de Fernando, empecé a darles orientación precisa sobre qué hacer para conseguir el control externo del comportamiento de su hijo.

En este punto quien se sorprende soy yo, de que tanto tiempo interviniendo con el niño y resulta que ellos no eran conscientes de conocer pautas claras y concisas de qué hacer. En algún momento tiempo atrás, alguna indicación de tipo general sí les habían dado, algo que en el mejor de los casos les había aliviado por momentos pero que no llegaba a proporcionarles ni la seguridad en lo qué hacer y por supuesto, ni el acierto en la intervención.

Aquí es importante explicar a los padres el por qué están ocurriendo determinados comportamientos agresivos de su hijos y cuáles son los efectos que tendrán lo que ellos están comenzando a hacer, por indicaciones mías, incluyendo aquí las reacciones primeras de Fernando, que ya sabemos que van a ser negativas, sobre todo, porque se va a desconcertar, al ver que sus padres no actúan como de costumbre.

Tras el desconcierto viene su absoluto convencimiento de que sus padres no van a durar mucho y así finalmente, podrá imponer su criterio por encima de todo. Esto, en el niño agresivo, se traduce en la estrategia que domina y que le permite sentirse seguro, que es su agresividad, al menos en los momentos de conflictos y que resulta ser más intensa y extrema en ese momento. Sus padres me decían:

“Le decimos que se aparte y que se marche a la habitación, que desaparezca ya, y entonces se gira y cuando traspasa el umbral de la puerta, la hermana empieza a llorar. Le ha agredido.” “nos pusimos firmes y no le permitimos salir, y entonces, se marchó a la habitación y comenzó a gritar y silbar por la ventana, desconcertante.”.

Los padres supieron que había que aguantar, sin volver a actuaciones que en el pasado les podían haber resuelto ciertos conflictos pero que ahora sería un paso atrás. La perseverancia aquí es crucial y de ella dependerán los acontecimientos futuros. Por lo tanto, aquí los padres entendieron que había que perseverar por encima de todo, hasta que Fernando aprendiera sin fisuras que estaban dispuestos a aguantar lo que fuese necesario, pero que las conductas agresivas ya no le valían con ellos.

La juventud está asociada a una mayor perseverancia en conductas que creen que conllevan el éxito. La vitalidad y la expectativa de que lo conseguirán, junto a la dificultad de pensar en otras alternativas les ayuda a los chicos a utilizar hasta la saciedad las estrategias que conocen; en cambio, los adultos, aprovechándose de la experiencia y el ahorro cognitivo que ésta proporciona, acortan con facilidad el esfuerzo si no tienen claro que lo conseguirán y sobre todo cuando creen que sus hijos ya no van a cambiar porque son así en cierta manera.

Pasadas otras dos o tres semanas, la situación era bien distinta. Fernando tenía muy claro, por vez primera en mucho tiempo, que sus conductas agresivas ya no le servían para casi nada.

(Para empezar, gracias a ellas nunca conseguía nada de lo que pretendía,) por ejemplo ya no había podido ir a los últimos partidos de fútbol que tanto le gustaba, pues estaba abonado al equipo de sus sueños, y de una forma u otra, casi siempre había conseguido asistir o verlos en la televisión. Ni siquiera esto último podía hacerlo, si ese día había llevado a cabo un comportamiento agresivo, y además no le ayudaba nada ni el hecho de gritar y armar jaleo para que le oyeran los vecinos, ni tampoco quejarse y vocear que lo trataban injustamente. En tiempos pasados, había llegado a ser tan cansino, que en ocasiones, le dejaban por imposible y por no poner las cosas peor.

Pero además sus padres ya no estaban ni permanentemente enfadados con él, ni siquiera en los momentos de tensión, que recordaban a los anteriormente vividos, tampoco le mostraban demasiada atención, sino que cortaban totalmente la comunicación con él y seguían casi como si nada. De pronto también había dejado de escuchar cosas como: “Siempre estás igual” “No hay quién te aguante” “Te comportas fatal” “Eres tremendo”.

Conclusión: si sus conductas agresivas ya no servían para nada, en todo caso, sí se fastidiaba él, porque cuando aparecían, irremediablemente y casi como un automatismo, se quedaba sin ir al fútbol, o sin ir a las canchas de baloncesto, o sin salir a patinar, o lo que fuese que en ese momento resultase gratificante para él. Entendió que él era el único que perdía.

Llegado este momento y cuando lo creí oportuno, les pedí que asistieran a consulta ya con él. (Hasta entonces les sugerí que mantuviesen a Fernando las consultas con el anterior profesional, a pesar de que no colaboraba nada, para que no se saliera con la suya y sintiese que podía superar la tenacidad de sus padres.) Cuando le dijeron que tendría que venir a verme, su reacción no se hizo esperar; no entendía por qué, no quería bajo ningún concepto y finalmente, cuando vio que no tenía alternativa, cambió el discurso y empezó a decir que vendría pero que no iba a hablar nada con el psicólogo.( Aquí es donde por su experiencia, creía que también podía plantarse en la sala de espera y no entrar o utilizar alguna otra estrategia parecida pero que, entre otras cosas, nosotros conocemos muy bien.)

(Primero hice entrar a los padres solos y tras unos minutos de repaso conjunto a los registros de conducta y a su actuación y pautas oportunas, les acompañé a una sala de espera, distinta a la que ocupaba Fernando. A continuación fui a buscarlo y cuando vio que sus padres no estaban, no daba crédito.) Cuando estuvimos solos pude ver a un chico muy inteligente y muy cauteloso y temeroso de por dónde irían las cosas allí a solas con el psicólogo.

Dado que ya venía entrenado en que le reforzaran positivamente, pues sus padres en las últimas semanas lo habían hecho, fue bastante fácil hacerle ver todo lo que había conseguido de bueno, con sus comportamientos positivos de las últimas semanas e identificar las conductas que no le salían a cuenta, pero, en este caso en concreto, no desde una posición de echárselo en cara de ninguna manera, sino desde la comprensión de lo difícil que a veces le puede haber resultado controlar sus respuestas.

Pude apreciar su alta impulsividad, que hacía de sus respuestas algo rápido, que en muchas ocasiones se escapaba a su control y gracias al trabajo de sus padres, su entorno ahora ya no reaccionaba de manera automática, sino que pensaban bien la respuesta adecuada.

Esto permitió transmitirle la idea de que dado que lo que quería era estar bien en casa, sentirse apreciado y no lo contrario, y ya sabía cómo había que hacerlo, ahora había que trabajar para asegurarse el poder usar las estrategias que le permitieran conseguirlo( y dejar de venir al psicólogo cuanto antes, puesto que me expresó que era algo que no le hacía sentirse bien, desde hacía mucho tiempo. Vio que por mi parte no había ningún problema en ponerle tiempo de caducidad, con el compromiso de ambos ligado a su interés y consecución y mantenimiento de objetivos.) Y así fue como comenzamos, con cierta colaboración por su parte.

Aunque en este punto pueda parecer un comienzo fácil, puedo asegurar que la clave estuvo en el trabajo previo que hicieron los padres, las semanas durante las cuales habían alcanzado un alto grado de complicidad entre los dos y una claridad suficiente como para actuar con contundencia y seguridad y mandarle el mensaje de que esto se iba a solucionar.

Al ser un chaval inteligente y tener ya una verdadera necesidad de cambio, pues si no, las cosas en casa podían ponérsele complicadas, como había podido comprobar, comenzamos a trabajar muy bien y bastante a gusto.

Todas las estrategias que le enseñé a Fernando para aprender a controlar sus respuestas agresivas, una vez que le expliqué por qué se producían y se mantenían y una vez él mismo sabía a qué le conducían, las puso en marcha sin demasiada dificultad. Una de las cuestiones que más le costaba, se producía cuando entendía que se estaba dando una injusticia respecto a él en comparación con alguno de sus hermanos, momento en el que se exasperaba automáticamente y le entraba una rabia que rápidamente le precipitaba a verbalizar duramente la situación, lo que incluía insultar, chillar e incluso dar algún golpe en las puertas.

Como a estas edades entienden muy bien lo que es el autocontrol, porque lo pierden muy a menudo, le enseñamos a llevarlo a cabo mediante técnicas de relajación, empezando por la más sencilla, que es la respiración diafragmática y siguiendo por alguna más compleja para etapas posteriores.

Como Fernando era bastante obsesivo y le daba muchas vueltas a las cosas, rayándose, como decía él, le enseñamos a disminuir este tipo de pensamientos también, para que pudiese tener no solamente el control de su enfado, sino de los pensamientos que precipitaban aquel y alargaban sus estados, horas y horas.

Y poco a poco, fuimos pasando a la fase de mantenimiento de la nueva situación, que es donde residen las claves del verdadero y duradero cambio buscado.

A través del distanciamiento de las visitas con Fernando, en la línea de lo que habíamos hablado él y yo, y como consecuencia directa de su implicación y esfuerzo demostrado, lo cual le resultaba muy gratificante y agradable, pues nunca llegó a disfrutar del hecho de que sus padres le trajesen al psicólogo, conseguimos un mantenimiento de sus conductas positivas que, sin duda, han ido perfilando lo que sus padres dicen como que es otro, que está totalmente cambiado y que lo que les transmite, a su vez, a ellos, es también que son otros padres, satisfechos, seguros y felices.

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