Sergio y Clara llevaban dos años de casados cuando por fin se decidieron a pedir ayuda psicológica.
En contra de lo que suele ser habitual en muchas parejas, en este caso era Clara quien se mostraba más insatisfecha, ante el escaso número de relaciones sexuales que tenían.
Ambos coincidían en que su convivencia era muy agradable, se llevaban muy bien y, cuando por fin tenían relaciones, estas estaban llenas de ternura y de cariño.
Pero Clara pensaba que algo pasaba, ambos querían tener hijos, pero ella decía que al ritmo de sus actuales relaciones, sería una auténtica lotería que se quedara embarazada.
No utilizaban métodos anticonceptivos desde hacía año y medio, pero en los últimos meses, las relaciones eran tan esporádicas, que apenas alcanzaban una media de una relación cada 8 o 10 semanas.
Clara le había preguntado repetidas veces a Sergio si había otra mujer en su vida, pero él siempre contestaba muy rotundo, y enfadado, negando esa posibilidad.
Cuando empezamos a trabajar con ellos, algo resultaba extraño desde el principio. Los dos tenían un buen nivel cultural, un empleo con el que se sentían satisfechos, unos ingresos que les permitían vivir bien, una convivencia muy armónica, pero unas relaciones sexuales con cuentagotas, lo que no es habitual en una pareja que sólo lleva dos años de casados.
Lo más extraño es que, además, esa falta de interés por parte de Sergio en las relaciones sexuales se había manifestado desde la misma noche de bodas.
A Clara siempre le había inquietado que durante el noviazgo Sergio apenas había intentado tener relaciones. Cuando ella se insinuaba, él le decía que en ese tema era muy conservador y que, precisamente, porque estaba convencido de que era la mujer de su vida, no quería utilizarla y tener con ella la típica aventura. Quería casarse, tener hijos y construir la familia que los dos anhelaban.
La realidad es que tenían dos formas de ser muy diferentes: Clara era muy extrovertida, incluso impulsiva, muy vital y espontánea. Por el contrario, Sergio era más reservado, más controlado, muy agradable en el trato, pero muy hermético en la manifestación de sus emociones.
Al contrario de lo que les sucedía a la mayoría de las parejas que vienen por dificultades en sus relaciones sexuales, quien se quejaba amargamente de la poca frecuencia de estas relaciones era Clara, y no Sergio.
De hecho, Sergio el primer día intentó una maniobra poco inteligente, pues me preguntó (en presencia de Clara) si no era verdad que hoy en día, con las presiones y el cansancio que tenemos, la frecuencia de las relaciones sexuales en las parejas había descendido mucho, diciendo que, de hecho, tenía compañeros que estaban en su media (una relación cada 2 meses).
«Tú sabrás lo que te han dicho tus compañeros, Sergio, pero ¿cuánto tiempo llevan casados o teniendo relaciones sexuales con sus parejas?» Clara contestó por él: «Los compañeros a los que se refiere superan los 50 años y llevan cerca de 30 con sus parejas.»
Ese día, al escribir el resumen de la sesión, anoté: mal comienzo. Sergio no está siendo sincero y sus primeros intentos se han dirigido a que Clara no le presione tanto. Como está muy bloqueado y poco preparado para abrirse de verdad, seguiremos un programa “lento”, aunque las posibilidades de éxito son escasísimas.
La conducta de Sergio era muy sospechosa y poco compatible con la respuesta sexual que cabe esperar en un hombre de 30 años.
En general, cuando una de las dos personas se siente muy presionada y con cierto miedo al fracaso en las relaciones sexuales, preparamos un programa que incluya unas fases de acercamiento, de juegos amorosos, de desarrollo de su afectividad y sus caricias, pero sin ningún tipo de presión. De hecho, explícitamente prohibimos que en las primeras fases se tengan relaciones sexuales.
Cuando les contamos que empezaríamos con ejercicios de Focalización Sensorial, que en las primeras fases excluyen el coito y la penetración, observamos que, tal y como habíamos previsto, Sergio lo agradeció mucho y Clara se mostró más escéptica, aunque estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para desbloquear esta situación.
Gran parte de estos ejercicios se hacen en base a las investigaciones que en su momento realizaron William Masters y Virginia Johnson.
En la Focalización Sensorial nivel I, se prohíbe a la pareja tener un coito, pero se les anima a que desnudos, y en un ambiente muy relajado y diferente al habitual (uso de música, velas, cremas…), utilicen todo lo que les ayude a que se sientan más cómodos, exploren sus cuerpos y jueguen con ellos, acariciándose primero uno y después el otro, y concentrándose en sentirse bien cuando son acariciados, y en que su pareja descubra nuevas sensaciones placenteras cuando les toca a ellos acariciar.
Podrán acariciar cada punto de su cuerpo, excluyendo en esta fase las caricias en los pechos y en los genitales.
Es un ejercicio muy placentero, siempre les insistimos en que todo son caricias y no tiene que haber exigencias, con lo cual eliminamos la ansiedad previa y la sensación de fracaso que pueden tener de experiencias anteriores. El objetivo fundamental es restablecer la intimidad sexual en la pareja.
Cada fase deberá durar un mínimo de una semana, pero no se pasa a la fase siguiente hasta que no se han conseguido plenamente los objetivos anteriores.
A la pareja siempre se le anima a que hablen durante esos juegos, que cuenten a la otra persona cómo se están sintiendo, lo que más les gusta, lo que les piden para sentirse aún mejor… Se trata de informar cómo reacciona nuestro cuerpo.
En la fase II, las caricias se repetirán, pero ahora ya podrán incluir los pechos y los genitales, aunque se les prohíbe que tengan orgasmo y, por supuesto, no habrá penetración.
La realidad es que en esta fase muchas parejas “desobedecen”, se dejan llevar y pueden llegar a sentir unos orgasmos maravillosos.
En la tercera fase, se les pide que se acaricien a la vez, mutuamente, mirándose con ternura, pero sin buscar el orgasmo.
En la fase cuarta, el objetivo de las caricias será tener un orgasmo extravaginal, sin realizar el coito.
En la quinta fase, se realizará la penetración, pero de nuevo el objetivo es obtener un orgasmo extravaginal.
Finalmente, en la sexta fase, podrán tener un coito normal, sin restricciones.
Nuestra pareja realizó muy bien las tres primeras fases, pero en la cuarta fase, aunque los dos manifestaron que habían alcanzado el orgasmo, nos dimos cuenta, por la forma de enfatizar de Sergio, que de nuevo estaba mintiendo. En realidad, sólo Clara consiguió su orgasmo.
En esa sesión les pedí, como de costumbre, hablar a solas con cada uno de ellos 10 minutos para ver cómo se habían sentido.
Cuando entró Sergio, se mostró aparentemente muy contento, diciendo que había tenido un orgasmo muy placentero. Le dije que se tranquilizase, que conmigo no tenía que fingir, y que, para que no sintiera ansiedad (seguramente estaba ya muy preocupado porque en la fase quinta sí debía haber penetración), les dejaríamos otra semana en esta fase.
De nuevo le pregunté: «Sergio, ¿no te parece que sería mejor que me dijeras tu verdad?» Él se sintió muy turbado, bajó la cabeza y dijo que no sabía bien a qué verdad me refería y que, en cualquier caso, le incomodaba mucho mi pregunta.
Cuando una persona no está preparada para verbalizar su verdad, es mejor no insistir, porque ante la presión puede empezar a mentir para no afrontar su realidad.
A la siguiente semana los dos venían muy eufóricos. Habían tenido orgasmos muy agradables y, esta vez, por fin Sergio reconoció que se había permitido concentrarse en su propio placer, sin estar tan pendiente de que Clara alcanzase su orgasmo.
Quise dar a Sergio otra semana más antes de pasar a la fase quinta, pero insistió en que estaba muy preparado y se sentía muy bien y capaz de dar el siguiente paso.
Lo que siguió fue el desencanto de Clara y la frustración de Sergio. Desde el primer intento no consiguió mantener la erección un tiempo mínimo y, de nuevo, él se sentía muy bloqueado por la ansiedad.
Clara, muy impaciente al comprobar que llegaban a un punto en el que no avanzaban, le preguntó en voz alta si lo que le ocurría era que ella no le gustaba.
Como de costumbre, Sergio mintió y dijo que eso era una tontería, que él estaba enamoradísimo y lo único que necesitaba era no sentirse presionado.
Por mi parte, tenía muy claro lo que le pasaba a Sergio, por lo que decidí no prolongar una “representación”, la que él estaba llevando a efecto viniendo a terapia con Clara.
De nuevo le comenté varias veces que no podría ayudarle si él no se abría y verbalizaba sus dificultades, y que me daba mucha pena ver cómo Clara sufría pensando que no era atractiva y que no le gustaba a él lo suficiente.
De nuevo decidió huir, sonreír y decir que no sabía muy bien a qué me refería, pero que me estaba confundiendo.
En ese punto, opté por no preguntar más a Sergio y respetar su decisión. Pero yo no podía blindarme a servir de “tapadera” con la excusa de que necesitaban terapia de pareja.
Esa sesión les comuniqué a los dos que interrumpíamos la terapia.
Ante la sorpresa y decepción de Clara, les dije que no podíamos continuar, que necesitaban tiempo para asimilar su situación, para hablar entre ellos, para verbalizar lo que realmente ocurría, que les tocaba caminar «solos.»
Cuando me despedí, en un aparte le dije a Sergio: «¿No te da pena lo que está sufriendo Clara? ¿Y no te das pena tú mismo en negar algo que sabes que es obvio?»
En esos momentos se derrumbó y aproveché para decirle que él y yo sabíamos lo que le pasaba, pero que yo no podía seguir con una terapia donde uno de los actores no decía la verdad.
Le insistí en que recapacitara sobre su situación, en que no tenía sentido mantener por más tiempo su “mentira”; ni él ni Clara se lo merecían.
A los dos meses me llamó Sergio y me dijo que se iban a separar.
«Bien,» le comenté, «¿le has dicho a Clara lo que de verdad te pasa? ¿Queréis que os ayudemos en esta nueva etapa?»
Aunque la conversación era por teléfono, el tono de su voz, sus titubeos, sus suspiros y sus respiraciones profundas me indicaban que su ansiedad era máxima.
Sergio quiso cortar mis preguntas diciendo que llamaba porque él seguía queriendo mucho a Clara y le gustaría que la apoyásemos para afrontar la separación, pues estaba muy deprimida.
En este punto, volví a insistir: «Sergio: ¿sabe Clara el auténtico motivo por el que os separáis?»
Tras una larga pausa, respondió: «Porque ella quiere tener hijos y yo no.»
«Veo que sigues mintiendo, Sergio. Desde luego le mientes a Clara y, seguramente, te mientes a ti mismo.»
Aquí por fin estalló y, llorando, dijo: «¿Pero cómo le voy a decir la verdad? ¿Cómo le voy a decir que me gustan los hombres? Te juro que lo he intentado. Tú la conoces y sabes que es una gran persona, pero todo ha sido inútil.»
Sergio por fin dejó de mentir y de mentirse. Hoy vive con un hombre, aunque no quiere que su familia ni sus amigos lo sepan (es su decisión).
Clara lo pasó fatal hasta que entendió que el problema no era ella.
Un día preguntó: «¿Sergio es homosexual?»
«Esa es una pregunta que él debe contestar, Clara,» –respondí–, pero ella añadió: «María Jesús, tú sabes que él nunca lo admitirá.»
«Bien,» le dije, y con una amplia sonrisa enfaticé: «Pero ese, en todo caso, será su problema, no el tuyo. Tú puedes volver a ser feliz porque tienes todo el derecho de serlo y porque, además, eres una persona alegre, optimista, vital, con mucha capacidad para amar y ser amada. Así que sólo nos queda una cosa.»
«¿Cuál?» preguntó Clara.
«RECUPERAR LA ILUSIÓN. Recuperar las ganas de vivir, recuperar la confianza en ti misma, la esperanza en tu futuro, y para ello hay que empezar ya, hoy mismo. Hoy mismo puedes poner tu cerebro a tu favor y programarlo para que vuelvas a disfrutar de cada segundo, de cada minuto, de cada momento de tu vida.»
Clara decidió, por fin, liberarse. Sintió que, efectivamente, ella no era responsable de aquel matrimonio fallido, de aquella experiencia tan extraña, y, con la generosidad que la caracteriza, decidió no pasar factura a Sergio.
Las mentiras en la esfera de la sexualidad son muy dolorosas y, en contra de lo que pudiéramos pensar, muy numerosas.
Hay muchos hombres y mujeres que viven una gran mentira. Están casados “socialmente,” conviven en muchos casos con sus maridos y mujeres, pero sienten una soledad y una marginación muy dolorosa.
Con frecuencia, tienen relaciones en paralelo; relaciones homosexuales o heterosexuales; pero relaciones que prefieren no sacar a la luz.
Sergio es un exponente típico, pero seguramente sólo es una punta del iceberg.
Hay millones de personas que mienten en su sexualidad.