El caso de Andrés

Mentir para ocultar una adicción

Andrés era un hombre de mediana edad, que siempre se había caracterizado por su seriedad, su falta de humor, sus dificultades en las relaciones sociales y el gran número de horas que pasaba en el trabajo.

En apariencia todo transcurría normal en su vida, tenían una hija que se parecía más a la madre, una chica sociable, alegre, que se había convertido en una buena profesional y que, para gran felicidad de Andrés, acababa de dar a luz a su primer hijo; un varón precioso que tenía embelesado a su abuelo.

Los problemas por los que Andrés vino surgieron precisamente en el bautizo de su nieto; aunque él en público intentaba no beber, pues sabía que en cuanto empezaba ya no se controlaba, ese día hizo una excepción: Me pareció que un nieto bien valía una copa, -comentó cuando vino a vernos-, pero su mujer apostilló, una copa sí, ¡pero no las siete que te tomaste! El resultado final es que él, tan discreto y serio siempre, montó el “numerito” en el bautizo, para vergüenza de todos; especialmente, de su mujer, de su hija y de su yerno.

Su mujer se empeñó en venir con él y, con la aprobación de Andrés, la vimos a solas los últimos 15 minutos de la primera sesión. La información que quería darnos era crucial: Andrés se había emborrachado en el bautizo de su nieto, pero Andrés llevaba años llegando “cargadito” a casa todas las noches.

En la segunda sesión Andrés confesó que, efectivamente, desde muy joven empezó a beber. Al principio lo hacía para vencer su timidez, el alcohol creaba en él una desinhibición que le ayudaba a superar sus inseguridades, especialmente en su relación con las chicas. Además, por aquel entonces, con dos copas ya se convertía en un chico simpático, ocurrente, con un sentido del humor peculiar.

El problema es que con el paso de los años había pasado de beber un fin de semana para caer bien, a beber por adicción todos los días. Es verdad que estaba muchas horas en el trabajo, pero en realidad se quedaba el último en la oficina porque, cuando se iban sus compañeros, llegaba su premio y empezaba a beber con fruición de una botella de whisky que siempre tenía escondida en su mesa. Era como un ritual que se repetía día tras día. Después, cuando por fin llegaba a casa, se paraba antes en un bar cercano y se tomaba otro par de copas.

Su mujer era la única que sabía en toda su dimensión el problema de Alfonso; su hija lo había intuido en repetidas ocasiones, pero su madre siempre la tranquilizaba, diciendo que su padre controlaba.

Pero si había algo que no hacía Andrés, era precisamente controlar bien. Cuando empezamos a trabajar con él, le pedimos que anotase fielmente todo lo que veía a lo largo del día y lo hiciera durante 1 semana. Muchas personas mienten en estas anotaciones, pero sabíamos que Andrés no lo haría. Nuestro protagonista se había quedado muy preocupado y avergonzado después de la escena del bautizo de su nieto. La mirada horrorizada de su hija y de su yerno, le venía constantemente a la cabeza.

Los registros fueron contundentes: Andrés bebía todos los días, especialmente a partir de las 19.00 horas, y la cantidad de alcohol que metía en su cuerpo era imposible que la pudiera eliminar cualquier ser humano. Se trataba además de alcohol de alta graduación que, sin duda, estaba dañando seriamente su organismo, tanto a nivel físico como de rendimiento intelectual.

Lo que la mujer de Andrés no sabía, aunque lo sospechaba, es que su marido había cometido varias negligencias en su trabajo (llevaba la contabilidad de la empresa), y el Director Financiero ya le había amonestado seriamente en varias ocasiones. Aunque Andrés no lo quería reconocer, sospechábamos que, en realidad, todos sabían que bebía; desde la señora de la limpieza y sus compañeros más cercanos, hasta su director. Precisamente, al día siguiente del bautizo, ese lunes Andrés había llegado al trabajo en unas condiciones deplorables, para colmo, tenían una reunión a primera hora de la mañana de presupuestos…, después de esa reunión su director le llamó a su despacho y le preguntó qué le pasaba; él improvisó y comentó que le había sentado mal algo de la comida del día anterior, pero como vio que su jefe ponía cara de poco convencimiento, decidió apostar fuerte y echó la culpa de sus errores a su ayudante, un joven bien preparado que, en bastantes ocasiones, le había cubierto y tapado sus fallos. El director, bastante enfadado le dijo: Si estás mal Alfonso, quédate en casa, pero ¡no vengas a trabajar en estas condiciones!

En las dos semanas siguientes, de nuevo aparecieron fallos en el presupuesto y Andrés, otra vez, trató de cargar la responsabilidad en su ayudante.

Finalmente, hacía dos días que el director le había llamado de nuevo y le había dicho: Andrés, ¡despide a tu ayudante! No podemos continuar así, si él es el culpable, pues tendremos que echarle! Andrés se quedó muy sorprendido, no sabía qué decir. Finalmente, su jefe le miró con desprecio y le dijo: ¿Cómo eres tan irresponsable? ¿cómo eres capaz de jugar con el puesto de trabajo de un buen chico, con tal de no asumir tus errores? Alfonso intentó balbucear una excusa, y sólo acertó a decir que esa no era una buena solución, que era verdad que últimamente le costaba concentrarse en el trabajo y que lo sentía mucho, pero que no volvería a suceder. A regañadientes, consiguió que su jefe le diera dos semanas de margen, pero cuando ya iba a salir, le miró fijamente y le dijo: Andrés, me has decepcionado profundamente, tú sabes que el problema no es de tu ayudante, te conozco desde hace mucho tiempo y me cuesta tener esta conversación contigo, pero si en dos semanas no veo un cambio radical, tendré que tomar una decisión muy dura contigo. Yo te aconsejaría que te dieses de baja y te trates el problema que tienes.

Cuando Andrés nos contaba lo sucedido, su primera reacción ante esa conversación fue la que tienen muchas personas que presentan adicciones: la negación. Negar su responsabilidad, buscar culpables y supuestas confabulaciones contra él; pretender que todos son injustos, que exageramos, que en realidad él lo único que hace es tomar un par de copas cuando termina de trabajar, nada más. En el fondo, como sucede en estos casos,

Las personas que presentan problemas de adicción, NIEGAN la realidad, para no admitir su RESPONSABILIDAD.

Y lo hacen, entre otras cosas, porque no confían en sí mismos, y no se sienten capaces de vencer su adicción, su dependencia del alcohol.

En este punto, ante la actitud aparentemente dolida de Andrés, le dije que dejábamos la terapia, que yo no podía trabajar con alguien que mentía, que negaba su responsabilidad y no asumía sus errores, que en pocos meses se quedaría sin trabajo pero, lo que era peor para él, se quedaría sin poder ver a su nieto: ¡Cómo! –exclamó sorprendido- Pues resulta obvio, respondí, si continuas bebiendo, los errores y la negligencia no sólo los cometes en el trabajo, también fuera de él, y tú, que en el fondo eres buena persona, sabes que cualquier día que estés con tu nieto, puedes provocar un accidente. Además, sentencié, sabes que tu hija se lo ha comentado a tu mujer, no quiere que veas al niño hasta que hayas sido capaz de dejar de beber y no tenga miedo de que estés con el bebé.

En ese instante, Andrés, por fin reconoció su adicción, estalló en un llanto incontenible y dijo que haría todo lo que le dijéramos para superar su alcoholismo.

No fue sencillo, diseñamos un programa multidisciplinar que incluía un tratamiento médico (ansiolíticos, e ingesta de un medicamento que provocan una reacción adversa muy intensa si tomas una gota de alcohol) y una terapia psicológica, donde trabajamos al máximo el autocontrol que no tenía, hasta que recuperó su confianza, su dignidad y pudo afrontar sus errores.

Su mujer jugó un papel crucial, fue su gran apoyo en esos meses de desintoxicación. No le ingresamos, no fue necesario; hubiera sido muy humillante para él, por lo que hicimos un acuerdo por escrito, donde además de él, también firmó su mujer en calidad de testigo. En ese acuerdo él se comprometía, a partir de ese día, a no tomar una gota de alcohol y seguir en todos sus términos el tratamiento médico y psicológico que habíamos diseñado el equipo que llevábamos su caso. De esa forma, trabajaríamos con él en régimen ambulatorio, pero a la primera recaída, había dejado firmado su ingreso voluntario en un centro de desintoxicación.

Entre las muchas tareas que incluía el programa, una muy importante era asumir sus responsabilidades. A los pocos días fue a ver a su director, para pedirle disculpas, y decirle que en realidad él era el único responsable de los errores que se habían detectado, pero que le daba su palabra que lo solucionaría; que de hecho ya había empezado un tratamiento para superar sus problemas. Al finalizar su exposición, se quedó muy sorprendió cuando su director, abiertamente, le preguntó: ¿Andrés, vas a seguir un tratamiento para dejar de beber? En realidad él, como la inmensa mayoría de las personas con problemas de adicción, pensaba que los demás no conocían su adicción: ¡qué gran error! ¡qué difícil es tapar una adicción durante largo tiempo!

Alfonso demostró que era capaz de asumir sus responsabilidades. Cuando cumplió el primer mes sin haber bebido una gota de alcohol habló con su ayudante, y le pidió disculpas por haberle echado la culpa de sus fallos.

El resto es fácil de adivinar, por fin su hija y su mujer comprendieron que se podían fiar de él, que lo había conseguido, y estaban encantadas de ver lo feliz que era con su nieto.

El último día, Andrés nos dijo “lo que más me costó fue saber que todos en el trabajo conocían mi gran mentira, que sabían mis problemas con la bebida…, ¡qué vergüenza!, ¡yo que me las daba de persona responsable y exigente con ellos!”.

Andrés reaccionó in extremis, pero a tiempo, y su ayudante no tuvo que pagar por sus mentiras, pero no todos los casos terminan así.

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