Jaime había sido siempre un estudiante con muy buen potencial intelectual, lo que le había permitido sacar los cursos sin apenas esforzarse. Pero cuando llegó a la universidad, las cosas cambiaron drásticamente.
Arquitectura era una carrera que exigía mucho esfuerzo y una cantidad importante de trabajo, y él no estaba acostumbrado a dedicar el tiempo y el sacrificio que el nivel de esos estudios requería. Además, Jaime tenía muchas Habilidades sociales: era el típico chico simpático y alegre, muy popular entre sus compañeros y amigos, que salía casi todos los días y tenía gran éxito con las chicas.
Se tomó la carrera con “calma”, prevaleciendo el pasárselo bien y esforzándose lo “justo” para ir tirando, por lo que ya no aprobaba los cursos enteros. De hecho, tardó oficialmente ocho años y medio en terminar.
Sus padres se habían mostrado muy pacientes, en parte porque creían que poco podían hacer, y en gran medida porque Jaime siempre conseguía pequeños trabajillos que le permitían pagarse la matrícula y cubrir sus gastos. Además, nuestro amigo era tan encantador fuera como dentro de su casa, por lo que, especialmente a su madre, la tenía literalmente “conquistada”.
Cuando Jaime vino a vernos tenía 30 años, llevaba dos semanas de baja médica y se encontraba en una situación muy delicada, a causa de una mentira que había dicho durante el proceso de selección, cuando le habían contratado en la empresa en la que trabajaba ahora.
La historia había empezado dos años atrás. Entonces, nuestro flamante arquitecto se presentó a una selección donde pedían que el candidato, además de ser arquitecto, dominara perfectamente el inglés y tuviera excelentes habilidades de comunicación y de relación, pues el puesto era básicamente para realizar labores comerciales, dentro de la política de expansión internacional que quería potenciar la empresa.
Aparentemente, Jaime tenía el perfil ideal y cumplía con todas las exigencias que demandaba el puesto de trabajo. Incluso, en el tema de idiomas, además de ser prácticamente bilingüe en inglés, se defendía bien en alemán. Por otra parte, sus habilidades comerciales estaban fuera de toda duda.
“Pero el éxito me jugó una mala pasada” –nos comentó Jaime en su primera sesión–. “Como empezamos a crecer más rápidamente de lo esperado, pronto surgieron otros puestos en la empresa y mi jefe, para premiarme, y a instancias del director de nuestra área, me subió de categoría… y, con ello, me hundió”.
Esta es una historia que con diferentes versiones, circunstancias y matices, he visto muchas veces en la consulta, por lo que en este punto me adelanté, y con una sonrisa le dije a nuestro amigo:
“Vamos a empezar bien, Jaime, no te engañes. No fue tu jefe quien te hundió, ni tan siquiera el exceso de éxito y las nuevas necesidades que surgieron en tu empresa. Por supuesto, no fue la mala suerte la que jugó en tu contra. Me imagino que ese ascenso puso al descubierto alguna carencia grave de tu currículum, algún requisito que no tenías y que habías mentido u obviado en tu proceso de selección”.
La cara de Jaime mostraba una sorpresa infinita cuando por fin me preguntó:
“¿Tú sabes lo que me ha pasado? ¿De verdad que con lo poco que te he dicho sabes el drama que estoy viviendo?”.
“No –le contesté–. No sé exactamente lo que te ha pasado, y espero que tú me lo digas. Pero conozco bien las competencias y requisitos que se necesitan para el puesto al que te acaban de ascender. Es un puesto que exige que puedas firmar los proyectos que estáis presentando y, para ello, además de haber terminado los estudios, cosa que sí que has puntualizado, necesitas tener aprobado tu proyecto de fin de carrera. Y ahí no has dicho nada. Quizás me estoy adelantando, pero no sería el primer caso que veo con una situación parecida a la tuya”.
Jaime se hundió en su silla, y con una mirada aún llena de interrogantes, dijo:
“¡Bingo! ¡Has acertado! Pensé que podría terminar el proyecto de fin de carrera en los meses siguientes a mi incorporación, pero el trabajo fue muy intenso, viajaba constantemente y, para qué mentir, como estando únicamente de comercial no necesitaba firmar proyectos, me relajé y ¡ahora me ha pillado el toro! El problema es que en mi empresa no saben nada de esta circunstancia, y cuando tuve que firmar el primer proyecto me sentí tan pillado, que no se me ocurrió otra cosa que ‘ponerme enfermo’. Pero claro, esa no es la solución. Estoy atrapado, hundido por esa gran mentira. ¡Todo mi mundo se va a venir abajo! Por eso he venido a verte. Nunca pensé que necesitaría un psicólogo, pero mi novia me ha dicho que me podéis ayudar, aunque, perdona que te diga, estoy convencido de que por muy buena psicología que aquí hagáis, no seréis capaces de sacarme de este pozo en que me encuentro”.
Cuando Jaime terminó de contar su historia, me quedé un momento en silencio, reflexionando sobre sus palabras. Su situación era complicada, sí, pero no imposible de resolver. Sabía que lo primero que debíamos hacer era ayudarle a gestionar la ansiedad que le estaba causando el problema, y luego encontrar una solución realista y ética para enfrentarlo.
“Jaime,” le dije con un tono calmado, “antes de abordar cómo resolver esta situación, es importante que trabajemos en algo más inmediato: tu estado emocional. La ansiedad y el estrés que estás sintiendo te impiden pensar con claridad y, aunque ahora te sientas atrapado, siempre hay alternativas. Vamos a ir paso a paso”.
En las sesiones siguientes, nos centramos en varias áreas clave. Primero, trabajamos técnicas de relajación y mindfulness para que pudiera manejar su ansiedad en el día a día. Esto le permitió recuperar cierta calma y afrontar los problemas con más perspectiva.
Después, pasamos a analizar su situación profesional con honestidad. Le planteé la necesidad de reconocer que había cometido un error al mentir sobre un aspecto tan importante de su formación. Era esencial que asumiera la responsabilidad de sus actos si quería resolver el problema de una manera que no comprometiera su integridad ni su futuro.
Finalmente, juntos elaboramos un plan de acción. Jaime decidió que la única forma de salir adelante era ser honesto con su empresa. Preparó una reunión con su jefe directo y el director del área, en la que explicó su error y las razones por las que había caído en esa situación. Aceptó que esto podía suponer su despido, pero entendió que era el primer paso para reconstruir su carrera de forma sólida y ética.
Para su sorpresa, la empresa valoró su valentía al confesar la verdad y decidió darle una segunda oportunidad. Sin embargo, le dejaron claro que debía completar su proyecto de fin de carrera en un plazo máximo de seis meses. Durante ese tiempo, le asignaron tareas menos críticas que no requerían su firma como arquitecto, pero que seguían aprovechando sus habilidades comerciales.
Con mucho esfuerzo y disciplina, Jaime logró terminar su proyecto de fin de carrera dentro del plazo. Esta experiencia no solo le permitió formalizar su título, sino que también le enseñó una valiosa lección sobre la importancia de la honestidad y la responsabilidad en el ámbito profesional y personal.
Cuando volvió a mi consulta seis meses después, era un hombre distinto. Había recuperado la confianza en sí mismo y, lo más importante, había aprendido a enfrentarse a las dificultades con integridad y determinación.
Jaime no solo consiguió superar esa etapa complicada, sino que comenzó a destacar dentro de su empresa gracias a su renovado enfoque y compromiso. Haber afrontado una situación tan difícil con valentía y transparencia había cambiado su forma de pensar. Ahora no temía asumir errores ni pedir ayuda cuando era necesario.
Durante nuestras últimas sesiones, reflexionamos sobre lo que había aprendido a lo largo de ese proceso. Jaime reconoció que la presión social y su propia inseguridad lo habían llevado a tomar decisiones equivocadas en el pasado, pero también comprendió que todos los errores pueden convertirse en oportunidades de crecimiento si se abordan con honestidad y esfuerzo.
Su historia comenzó a inspirar a otros compañeros. En reuniones informales de la oficina, Jaime compartía su experiencia de forma abierta, alentando a sus colegas a priorizar la ética y la autenticidad en sus carreras. Su jefe, impresionado por su evolución, le propuso liderar un pequeño equipo en el área comercial, donde no solo demostró sus habilidades, sino también un compromiso renovado con el desarrollo profesional y personal de quienes trabajaban con él.
Con el tiempo, Jaime también decidió involucrarse en actividades fuera de la empresa. Se inscribió como voluntario en una organización que ofrecía orientación profesional a jóvenes, ayudándoles a entender la importancia de construir carreras basadas en la verdad y el esfuerzo. Para él, esto era una forma de devolver algo positivo a la comunidad, una manera de redimir sus errores a través de acciones concretas.
La transformación de Jaime no fue inmediata ni fácil. Hubo momentos en los que sintió ganas de rendirse, especialmente cuando el estrés o la culpa volvían a asomar. Pero aprendió que el cambio verdadero requiere perseverancia y que, aunque el camino pueda parecer cuesta arriba, las recompensas son profundas y duraderas.
Al final, lo más significativo no fue solo que Jaime lograra mantener su carrera, sino que se convirtió en un ejemplo vivo de resiliencia y responsabilidad. Su historia sigue siendo un recordatorio poderoso de que, con humildad y valentía, es posible superar cualquier adversidad y construir una vida más auténtica y significativa.