El caso de Javier

Ludopatía y juegos de azar

Javier tenía 28 años cuando todo su mundo se vino abajo. Aunque nunca había sido buen estudiante, con el sacrificio y la paciencia de sus padres, por fin había conseguido terminar una diplomatura en informática (aunque tardó 6 años, en lugar de 3)

Tuvo suerte, coincidió con una etapa en la que se demandaban muchos informáticos y pronto encontró trabajo.

Aparentemente todo iba bien, se independizó, se fue a vivir solo, tenía una novia muy agradable…, pero toda su vida giraba en torno al juego, primero fueron las maquinitas, pero ahora se había convertido en un adicto a los juegos on line.

En el trabajo todo eran mentiras encadenadas, para tratar de justificar lo injustificables. Llevaba meses con un rendimiento bajísimo, argumentaba sus ausencias en base a falsas enfermedades, llegaba tarde la mayoría de los días y sabía que, si seguía así, se estaba jugando la renovación de su actual contrato.

Esta vez quienes vinieron a consulta fueron sus padres, y lo hicieron cuando Javier les había confesado que debía 10.000 euros (finalmente, la cantidad ascendió a 32.000 euros, la mayoría lo debía a los bancos, pero también a compañeros de trabajo, amigos y hasta a su novia)

Este es un tema muy delicado. Los psicólogos somos muy conscientes de que muchas personas, y no solamente jóvenes y adolescentes, presentan adicción a las nuevas tecnologías, y muy concretamente a los juegos “on line”; adicción que, entre otras consecuencias graves, les está provocando un profundo aislamiento, así como problemas de rendimiento y de relación con su entorno más cercano.

Los Ciberjuegos Online con apuestas tienen un potencial muy adictivo por su fácil acceso, por el anonimato y por la variedad de los juegos (al principio el acceso inicial es gratuito)
Son considerados una adicción en el momento que los jugadores no pueden dejar de jugar y no tienen control sobre sus impulsos; a pesar de las consecuencias negativas que tienen para ellos y su vida cotidiana.

La capacidad adictiva irá en función del tiempo que transcurre entre la apuesta y el premio o refuerzo económico, o de victorias, o aumento de las posibilidades de juego. A menos tiempo que se tarde en recibir la respuesta a la jugada, más adicción creara el juego.

Por la información que nos facilitaron sus padres, Javier presentaba una dependencia extrema. La evaluación del caso no dejaba dudas. Su nivel de tolerancia y su capacidad de abstinencia eran muy bajos; es decir, cada vez necesitaba jugar o conectarse durante más tiempo o a más juegos y experimentaba un fuerte malestar cuando debía interrumpir el juego, o cuando llevaba unas horas sin jugar.

El perfil lo completaba con el aumento del gasto de dinero de forma descontrolada.

Aparentemente, estaba en un callejón sin salida. Cada vez se había endeudado más y había entrado en una espiral en que, cuando llegaba al límite y debía pagar a sus deudores, pedía prestado más dinero y seguía incrementando sus deudas.

Según nos relataban sus progenitores, en la última semana, que ellos supieran, se habían producido tres señales de alarma máximas: por una parte, varios bancos le habían denegado la posibilidad de concederle más préstamos; además, tenía tres compañeros de trabajo que le habían dicho que necesitaban los 4.500 euros que en total le habían prestado y, por último, su responsable directo le había informado que ya no podía taparle más, que su rendimiento en el trabajo era mínimo y que el director del área le había ordenado que cuando terminase su contrato actual, no se lo renovase (y faltaba menos de un mes para ello)

Como siempre había hecho, Javier trataba de tapar una mentira con otra más grande. Les dije a los padres que no soltasen un euro, y que le comentaran a Javier que quería verle de forma inmediata. Cuando vino, al final admitió que a sus compañeros de trabajo les había dicho que el dinero era para ayudar a sus padres, para que pudieran pagar la hipoteca de su casa, porque el padre estaba en el paro, pero les había insistido que no se preocupasen, que había pedido un préstamos al banco y se lo devolvería en cuestión de días; a su responsable inmediato le dijo que su bajo rendimiento se debía a la preocupación que tenía por la grave enfermedad de su novia, que no se lo quería decir a nadie, pero que le tenía hundido…, y admitió que la cantidad real que debía no eran 10.000 euros, sino 32.000.

Pero esas mentiras tenían los días contados y, por otra parte, los bancos ¡no esperan! y acababan de embargarle el coche que aún estaba pagando.

Además, ese mismo día la situación aún había empeorado más, pues uno de sus compañeros, que ya estaba harto de tantas disculpas, y que a estas alturas seguramente estaba empezando a sospechar que Javier era un jeta, que trataba siempre que otros hicieran su trabajo, y se pasaba el día cambiando sospechosamente la pantalla del ordenador, en cuanto alguien se acercaba a su mesa, se metió en linkedin y vió que su padre, el que en teoría estaba en el paro, en realidad tenía un buen puesto de trabajo, así que fue directamente a él y le dijo: Javier, quiero los 1.500 euros que te dejé hace ya dos meses, y que me los ibas a devolver en dos días…

Al final, los otros compañeros también se enteraron que Javier les había engañado con la historia de “pobrecitos sus padres, que les embargaban el piso” y le conminaron a devolverles su dinero o lo pondrían en conocimiento de su jefe inmediato.

Pero incluso en estas circunstancias, cuando le pregunte a Javier si era consciente de la situación tan delicada a la que había llegado, su única respuesta fue: Claro, claro, ya he aprendido la lección, y no lo volveré a hacer, yo sé que lo puedo conseguir, creo que no necesito venir aquí, aunque si quieres lo hago, pero ahora lo importante es que me ayudes a convencer a mis padres para que pagan todas las deudas. De nuevo el mecanismo de Javier, era el mismo: le daba igual con quien hablase: él seguía mintiendo, prometía lo que no podía cumplir, y lo único que quería era que le quitasen el agobio inmediato, con la promesa engañosa de que iba a cambiar. En realidad, sus palabras, sus gestos, su actitud y su nivel de excitación nos demostraban que estaba muy enganchado, que su adicción era enorme y que iba a seguir jugando.

Los psicólogos tenemos como objetivo ayudar de verdad a la gente, pero ayudar no significa dejar que nos utilicen, que les sirvamos de coartada o excusa para manipular.

Estaba claro que Javier seguía con su espiral de mentiras y que aún no estaba dispuesto a enfrentarse de verdad a su adicción, por lo que le dijimos que cuando fuese sincero, cuando de verdad decidiese que había llegado el momento de recuperar el control de su vida y dejar de mentir, a él y a los demás, que entonces, si quería, que nos llamase, pero que mientras, con quien trabajaríamos sería con sus padres, y que la fórmula como mejor estos le podían ayudar era no dejándose engañar por él y no pagándole sus deudas.

A los padres, especialmente a su madre, les costó mucho asumir que no debían pagar las deudas de su hijo, pero se dieron cuenta que Javier mentía de forma compulsiva desde que era pequeño y que ahora, con 28 años, tenía la gran oportunidad de poner orden y verdad en su vida, y eso pasaba por asumir sus responsabilidades y hacer frente a sus errores.

Analizamos las posibles personas a las que Javier podría intentar aún pedir dinero, y vimos que siempre le había protegido mucho su abuela paterna, en parte porque Javier había sido su primer nieto, pero además, como buen mentiroso, nuestro joven podía ser muy embaucador. Y… Javier, efectivamente, llamó esa misma tarde a su abuela, y le contó otra de sus grandes mentiras. Los padres no consiguieron que la abuela no le prestase el dinero, Javier le había dicho llorando que si no se lo daba, iría a la cárcel, pero sí que lograron que le dejara sólo la mitad y que Javier asumiera y se comprometiera a recibir ayuda psicológica.

Volvió a vivir a casa de sus padres (debía dos mensualidades en su piso) y aceptó todas las normas que le impusieron, incluida la de dormir en la misma habitación que su hermano pequeño (que tenía 21 años), para que este le vigilase y controlase que en ningún momento se engancha a jugar por las noches.

Fue un tratamiento largo, con algunas recaídas, pero cuando Javier se vio en el fondo del pozo, cuando fue consciente de que ya no podía seguir mintiendo, que no disponía de un solo euro para gastar, y que el crédito de su familia con él era “cero”, asumió que tenía que reaccionar.

Javier les había pedido dinero a sus compañeros, había mentido a su jefe cuando faltaba o llegaba tarde, se las había apañado para que otros hicieran parte de su trabajo…; en definitiva, se había aprovechado de todo el que había podido.

Un principio muy básico, pero muy eficaz, para detectar las mentiras de las personas que están enganchadas a algún tipo de adicción es comprobar que NO HACEN LO QUE DICEN. Prometen y no cumplen, se aíslan, viven como en un mundo en paralelo y, lo más visible desde el exterior, GASTAN DEMASIADO; incluso aunque se lo puedan permitir, sus gastos no son justificables.

Actuaciones como la de Javier suscitan la pérdida de confianza en sus compañeros y el deterioro de las relaciones personales.

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