El caso de Emilia

La importancia de las áreas de éxito

Emilia tenía doce años y cursaba primero de la ESO cuando vinieron a verme sus padres. Tenía dos hermanos, chico y chica, brillantes y que, en general, cumplían las expectativas de sus padres en gran medida, los cuales también habían sido muy buenos estudiantes y en la actualidad se dedicaban a profesiones de un nivel alto con un trabajo bien remunerado y muy bien considerado.

Todos estudiaban en el mismo colegio, un centro de bastante prestigio y mucha exigencia y donde también las expectativas eran francamente altas.
El problema, según nos lo trasladaban sus padres, era que Emilia no terminaba de conseguir unos resultados acordes con lo que se esperaba de ella, y digo ‘terminaba’ porque los intentos por conseguirlo se venían sucediendo desde años atrás.

Desde pequeña, gran parte de la dinámica familiar se centraba en intentar que lo consiguiera, lógicamente acompañada de preguntas sin respuestas.
“¿Por qué, si los demás aprenden rápido y bien, o si los demás ponen mucho interés, o si los demás se esfuerzan, por qué ella no lo hace en la misma medida?”.

Como en tantos casos parecidos, los padres llevaban ya mucho tiempo sintiéndose mal y alterados como consecuencia de un acúmulo de discusiones, gritos y, cómo no, con un poso de culpabilidad que cada vez duraba más.

Aun así, las condiciones familiares no habían cambiado ni un ápice. En estos casos todos llevan tiempo sobreviviendo; es decir, casi nadie se encuentra bien con el papel que le ha tocado: el padre se siente mal porque piensa que la única vía es exigirle a su hija más hasta conseguir unos resultados adecuados, y, por supuesto, como no lo consigue se desconcierta, pero no ceja en el intento.

La madre se siente tremendamente culpable por tantas y tantas veces como ha conseguido que la niña explote, y llore de impotencia y de rabia y por ella misma que a pesar de llevar mucho tiempo siendo consciente de que así no van por buen camino, todavía no ha sido capaz de pararlo y hacer las cosas de otra manera.

Los hermanos, que, a pesar de meterse bastante con ella e incluso de mofarse de su falta de capacidad, otras veces no se sienten a gusto cuando es evidente que los resultados de Emilia no son positivos o cuando el ambiente familiar se enrarece y explotan.

Es importante tener presente que aunque existen casos de adolescentes que parece que no han sido agraciados en ningún sentido, es decir, que carecen de cualquier atisbo de éxito en prácticamente nada, todas las personas tienen cierta facilidad y predisposición para llevar a cabo determinadas actividades o desarrollar concretas facetas de manera más exitosa, pero es cierto que no todas llegan a descubrirlo.

Este no era el caso de Emilia, quien sí tenía cierta mano para el deporte, destacando incluso y siendo este aspecto reconocido por todos.

Pero siempre había un pero con Emilia y era su bajo rendimiento escolar.

Es como la sensación que tienen muchos adolescentes de que nunca se está lo suficientemente satisfechos con ellos como para decirles única y exclusivamente: “¡Qué bien!”.

Se quejan de que cuando les dicen que qué bien, va acompañado de un pero: “Qué bien que hayas aprobado, pero la próxima vez has de sacar una buena nota”.

Todas las personas que no se quieren mucho han tenido “peros” en su vida, quizá al principio por parte de los demás pero después claramente por parte de ellos mismos.

La mayoría de casos como este se nos presentan en consulta en forma de demanda por parte de los padres de ayuda para las dificultades académicas, a fin de poder proporcionarles una línea curricular adecuada, pero en el caso de Emilia su madre sentía, además, todo el peso de saber que llevaban tiempo machacando a la niña y no sabían cómo evitarlo.

Como ya digo, no es habitual que traigan estas pretensiones, sino que más bien las descubramos durante la terapia, y supone un enfoque previo interesante para la salud mental de los jóvenes y para su autoestima.

Por supuesto, también desde el principio evaluamos bien los problemas y las dificultades de aprendizaje con el objetivo de facilitar el avance de Emilia en todo lo concerniente a su progreso escolar, pero de manera especial trabajamos para que recuperara algo que había perdido hacía ya mucho tiempo: la sensación positiva de ser competente, de ser válida, de servir para algo, por mucho que hubiese áreas que no se le dieran bien y por mucho que estas pudieran ser consideradas fundamentales.

Tuve que llegar a descubrir todas las “conductas tapadera” que formaban parte del repertorio de la niña, y que se habían ido estableciendo como respuesta a la continua sensación de que no daba la talla. Por ejemplo, enfados frecuentes, discusiones o ponerse a la defensiva, agresiones al resto, comentarios despectivos, excusas y mentiras, un creciente abandono del esfuerzo y del estudio, etc.

Con sus padres fue necesario enseñarles a cambiar el punto de mira para que consiguieran fijarse en otro conjunto de cosas, como lo competente que era en el deporte, o la voluntad que mostraba cuando se trataba de echar una mano en cosas manuales o, simplemente, lo honesta que era y lo que podría llegar a ser en un futuro como persona.

Esta es una de las claves más importantes. Llegar a valorar a un adolescente no por lo que muestra, o por lo que creemos que es, o por lo que hace bien o muy bien, sino por lo que potencialmente representa, o sea, por lo que puede llegar a ser –con total seguridad, una persona con talentos por descubrir, con fortalezas quizá aún escondidas pero sin ninguna duda por llegar–, y en ningún caso es justo centrarlo en aspectos específicos de ningún tipo.

Situado en Madrid, somos uno de los Centros de Psicología más grandes de España formado por un equipo multidisciplinar de Psicólogos, Psiquiatras, Logopedas y Neuropsicólogos, que nos permite trabajar con todos los rangos de edad y tipos de terapia.