Los padres de Ángel vinieron al Centro de Psicología cuando el pequeño contaba dos años de edad.
Ángel es el menor de tres hermanos, y en su casa estaban muy preocupados por las rabietas que llegaba a tener. No sólo era capaz de estar un largo tiempo llorando y tirado en el suelo, sino que llegaba a romper cosas.
Tras analizar los registros de conducta realizados por los padres, en los que anotaban dónde estaban, quiénes, qué hacía Ángel y lo que los padres y hermanos contestaban, observamos que tanto los padres como los hermanos de Ángel estaban reforzando sus rabietas.
Cuando el niño les decía que no, les parecía muy gracioso, y se reían con él. Incluso en casa le habían puesto un mote cariñoso, “destroyer”, porque cuando se enfadaba rompía las cosas.
El problema radicaba en que se lo decían riéndose, y el niño lo estaba viviendo como algo positivo y divertido. Veía que a sus familiares les hacía gracia esta “hazaña”.
Evidentemente, Ángel, con dos años de edad, no era capaz de saber dónde estaba la línea entre la gracia y la saturación.
Pero sus padres tampoco eran conscientes de que, con su conducta, ellos eran los que estaban reforzando, agravando y manteniendo el problema del niño.
A raíz de revisar con ellos los registros que realizaron, es cuando se dieron cuenta de lo que ocurría. Por eso se trabajó con los padres para que aprendieran a cortar a Ángel de la siguiente manera:
Reforzándole cuando se portaba bien. Además de decirle “muy bien”; le harían caso y le prestarían atención cuando obedeciera y no tuviese rabietas.
“Extinguiendo sus rabietas”, es decir, no haciendo caso ni riéndose cuando empezaba a decir que no, que es como se iniciaba la rabieta. De esta forma, evitaban que la situación fuera a más y que terminara llorando, gritando y rompiendo lo que encontraba.
Y, además, eliminando las etiquetas del niño. A Ángel le parecía que “destroyer” era algo positivo, tenía su propia entidad dentro de la familia, y todos se reían y le hacían caso gracias a romper las cosas.