El caso de Mikel

Adolescentes difíciles. Malas compañías

Mikel había cumplido dieciséis años, repetía cuarto curso de educación secundaria obligatoria y estrenaba colegio, ya que durante el curso anterior se dieron algunos problemas de enfrentamiento a ciertos profesores y, además, sus resultados académicos fueron catastróficos.

La esperanza de los padres era que él hubiera aprendido de los malos resultados y de la determinación del colegio de expulsarlo definitivamente.

Pero cuando vinieron a verme, las cosas ya habían empezado a ir por mal camino otra vez. Su comportamiento con un profesor y una profesora, en concreto, era tremendamente negativo, e incluso a veces, desafiante, con lo que ya había empezado a acumular negativos.

Hay que ser conscientes de que las evaluaciones negativas se acumulan fácil y rápidamente, pero, sin embargo, las positivas se tarda en conseguirlas, porque durante un tiempo queda cierta desconfianza y, hasta cierto punto, una especie de halo del recuerdo de las conductas negativas, que no se borra tan fácilmente.

Empezaba a suspender también otra vez. Su tutora, al reunirse con ellos, además de estos pormenores les hizo mucho hincapié en que Mikel se juntaba, en los recreos y a la salida del colegio, con chicos de dentro y de fuera del centro que eran mayores que él, y que, sin tener muchos más datos, ella creía que algunos no eran una compañía muy recomendable.

Fue la tutora quien les aconsejó buscar ayuda externa para reconducir a Mikel, ya que, si no, veía difícil su permanencia en el colegio, además de muy negro el futuro inmediato del chico.

Con esos ingredientes, el inicio de la orientación está bastante claro por dónde debe ir; debe encaminarse a enseñar a la familia qué hacer de manera inmediata intentando perder el menor tiempo posible.

De momento, había pocas cosas que se pudieran dejar en las manos de Mikel –ya veríamos más adelante–, pero ahora, el tiempo dedicado a estudiar en casa, las salidas a la calle, salir con esos supuestos amigos, y las actividades de ocio, quedarían manejadas por los padres.

Algunas de estas cuestiones ya las habían intentado controlar en el pasado, pero quizá no de forma tan sistemática. Como era un chico con capacidad suficiente para acometer el curso, cosa que ya el año anterior le habían dicho desde el equipo orientador del colegio, en este sentido no habían hecho gran cosa, más allá de insistirle en que estudiara y no fuese un vago.

A partir de ese momento el estudio diario sería controlado y supervisado por uno de los padres o, si ellos no podían, buscarían a alguien que se pudiera encargar de ello; se encargarían de que hiciera todos los deberes que le mandaban, pues hasta ahora, la gran mayoría de las veces, no los hacía o si los empezaba, no los terminaba.

Como sabían que Mikel era difícil en la relación con los profesores, le buscarían ayuda para solucionarlo, pero también le exigían desde ese momento un intento de cambio de actitud inmediatamente, mayor participación en clase y no enfrentarse a ningún profesor.

En la medida en que no se esforzara en este aspecto no estaban dispuestos a complacerle en nada, ni salidas ni ninguna de las cuestiones que tanto le gustaban y que disfrutaba en casa tranquilamente.

Su ordenador, sus videojuegos, sus salidas… quedaban condicionados al esfuerzo diario. Ya todo iba a depender de él. Sus padres consideraban que no podían estar apagando fuegos, hablando con profesores o buscando colegios. Lo mínimo era que tuviera unas consecuencias en consonancia con lo que venía ocurriendo desde hacía tiempo.

El asunto de salir con esos chicos mayores quedó tajantemente cortado; le dieron otras opciones, y le advirtieron de que no iban a permitir que fuese con chavales, que faltaban a clase cuando querían, que hacían pintadas por ahí, que menudeaban con hachís, y que le sacaban dos o tres años, y que sabían que le exponía a situaciones para las que, aún pudiendo no estar nunca preparados, en ese momento no lo estaba seguro.

Él siempre decía que sus compañeros de clase eran unos frikis, que se aburría mucho con ellos, que se comportaban como críos. Sus padres le transmitieron la idea de que entendían que pudiera pensar así, pero ya no estaban dispuestos a ser permisivos en este aspecto y transigir más.

De un tiempo a esta parte habían observado, y ahora, lo entendían mejor, como Mikel cada vez hablaba con más exigencias sobre los demás, con un tono más chulesco, dando la sensación de estar enfrentado a todo. Era evidente que estaba experimentando un cambio a peor en el talante, y era bastante evidente que el entorno que formaban esa panda de chicos no era de lo más aconsejable.

Como es esperable en estos casos, se quejó mucho durante un tiempo, pero sólo hasta que entendió que sus padres no iban a ceder si él no se esforzaba y mejoraba.

La mejora respecto a los deberes y al estudio en general fue bastante evidente y se produjo relativamente pronto; la actitud ante los profesores le costó más pero ya sabemos que ésta es una cuestión que mejora mucho cuando empezamos a trabajar nosotros con ellos, pues los chicos como Mikel, no son muy habilidosos en estos asuntos, y entre la valoración de la injusticia que suelen tener, y lo impulsivos que pueden ser, estropean las cosas con bastante facilidad.

Y así fue; cuando comencé a intervenir con él fue viendo que no era tan complicado y que, con tiempo, iba consiguiendo actuar inteligentemente y en general, recibiendo del entorno lo propio en estos casos, es decir, actitudes también consecuentemente positivas.

Yo le advertí que al principio es fácil que ciertos profesores se puedan resistir un poco al evidente cambio en sus actitud, y esto ocurre por dos razones, una, porque pueden no creer que se está produciendo un cambio de verdad, y otra, porque la imagen que tendrán ya muy bien formada se tarda un cierto tiempo en cambiar. Pero también le aseguré que se acaba por conseguir en la medida en que él perseverase.

Como los padres lo tenían muy claro y no cejaron en el esfuerzo iniciado, no fue necesario, por mi parte y a partir de ese momento, trabajar prácticamente más con ellos, aunque sí para cuestiones puntuales y para coordinarnos cuando fuese importante, y así me centré en trabajar con él, enseñándole recursos que le facilitaran el rendimiento en el estudio, y ayudándolo a asentar las conductas que iba poniendo en marcha para mejorar su actitud y respuesta, tanto en casa, donde aún se daban algunos enfrentamientos, como consecuencia de todo lo sucedido, y en clase, donde cada vez eran menos evidentes y frecuentes, pero donde la imagen, que había adquirido durante bastante tiempo, y algunos rasgos, que había adquirido de chico malote, le traicionaba en ciertas ocasiones.

Con algún sobresalto que otro, que se reconducía con cierta facilidad, fue mejorando hasta conseguir los objetivos y acabar el curso aprobando y con la motivación adecuada para seguir hacia delante.

El papel del tutor aquí fue fundamental, pues aunque sancionaba cuando tenía que hacerlo, como en las ocasiones en que le mandaban a casa tres días, lo que ocurrió en varias ocasiones, estuvo en todo momento muy interesado en sacar el caso adelante, observándole, reforzándole positivamente cuando avanzaba, avisando a los padres si veía merodear a los chicos con los que se juntaba al principio, etc. En definitiva apostando por la línea de actuación que llevaban los padres y que, inevitablemente al principio, requería un eficaz control.

Aunque a veces parecía que Mikel era un chico mucho más receptivo hacia los amigos problemáticos y a los líos en general, y es verdad que sentía más admiración por ciertas conductas complicadas, como pintar donde no debía, o hablar y discutir con quien no debía, también seguía teniendo capacidad para aprender cosas positivas, comportarse de manera adecuada, y aprobar y recibir la admiración de los adultos, como después pudo demostrarse. Pero para ello, hubo que llegar a apartarle, sin contemplaciones de lo que sabían que no era adecuado para él.

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