El caso de Flori

Adolescentes difíciles. Discutiendo todas las órdenes

Los padres de Flori contactaron con nosotros porque entendían que así no podían seguir, que constantemente discutiendo e intentando convencerla de todo, de que hiciera, de que dejara de hacer, no se podía vivir.
No les parecía normal, y necesitaban que los orientáramos sobre cómo solucionar el problema.

Flori tenía catorce años y un hermano mayor, que había cumplido diecisiete. En la escuela sus resultados eran algo justos, pero no era un área que resultase demasiado problemática: podía dar mucho más de sí, pero al final acababa cumpliendo con las exigencias que le pedían. Eso sí, no tenía ninguna intención de ir sobrada de ninguna manera.

Fuera de casa no presentaba apenas ningún problema, y salir por ahí con sus amigas y disfrutar fuera de casa era algo que podría estar haciendo constantemente; ahora bien, en casa era una auténtica cruzada lo que llevaba a cabo, prácticamente con todas las obligaciones que no asumía, y ya había llegado un momento en que prácticamente discutía por todo, por las opiniones de los demás, por las sugerencias y comentarios…

Ante instrucciones de cosas que siempre le habían gustado, Flori llegó incluso a decir: “¿Por qué lo tengo que hacer? Pues no lo hago”. Esto se convirtió en una respuesta automática y prácticamente sin pensarlo le salía.

Si le pedían que quitara la mesa, ella no entendía por qué, si ya había colaborado al ponerla; si le decían que se fuese a la ducha, siempre decía que nunca le dejaban tiempo para hacer sus cosas y que lo tenía que hacer cuando ellos querían; si le instaban a irse a la cama, que era muy pronto y que a su hermano no le decían nada.

El hecho de que este tuviese tres años más es algo a lo que recurrían muchas veces, pero era inútil, ella seguía como si nada y para sus padres resultaba como hablar con una pared.

Aunque existen muchas familias donde se intenta tratar a todos los hijos por igual, incluso aunque su edad sea distinta, en este caso, los padres de Flori le dejaban claro que no se podía comparar con el hermano, pues este era mayor y, por consiguiente, en determinadas cuestiones ella tendría que esperar hasta que le tocase, por edad.

Lo primero que nos propusimos fue que los padres entendieran que era más problemático que ellos trataran constantemente de intentar convencer a su hija de que tenía que cumplir y acatar las órdenes que el hecho de que Flori las discutiera frecuentemente.

Estaba claro que la hija, por esa vía, lo seguiría haciendo y lo que los padres se debían marcar como objetivo era precisamente que disminuyera esa costumbre.

Para avanzar en este sentido fue imprescindible que reflexionáramos juntos respecto a los registros que mostraban fielmente la interacción entre ellos y su hija. En estos, era bastante evidente que Flori se había hecho fuerte a través de esos momentos, pues cada vez que le ordenaban hacer algo, ella se negaba y automáticamente le pedían explicaciones, y se mostraban insistentes en el hecho de por qué, con lo que era una forma de darle la opción de justificarse, de expresarse, de quejarse, de oponerse, sin llegar a darse cuenta de que con ello, facilitaban en cierta forma esas respuestas de Flori.

Cuando ellos dejaron de discutir con Flori, ella, en primer lugar, se quedó bastante sorprendida, porque cuando le decían que hiciera algo, tras insistirle de por qué y demás, lo único que obtenía de sus padres era un “ya te hemos dicho que lo hagas”, alto y claro, pero sin mostrar enfado.

Le estaban quitando todo lo que un discutidor necesita para seguir siéndolo, es decir, la confrontación. Dos no discuten si uno no quiere.

Una vez que le quitaron fuerza al asunto, buscaron involucrarla lo más posible en la toma de decisiones sobre asuntos que debían hacer entre todos, pero lo hicieron escogiendo el mejor momento para hablarlo y esto nunca es justo tras una orden puntual, sino en momentos alejados, es decir, cuando se encuentran tranquilos.

Por muchas veces que le hubieran podido insistir, tras ponerse a discutir tenazmente alguna orden, en que era su responsabilidad hacer tal o cual cosa, nunca habían conseguido ningún grado de conciencia o implicación de Flori; sin embargo, ahora, oportunamente, no solo le hacían ver que había cuestiones obligatorias que eran de su responsabilidad, sino que estaban dispuestos a escuchar lo que tuviera que decir, sus opiniones e, incluso, en algunos aspectos, cómo quería involucrarse.

En ocasiones ocurre que los hijos cuando se les da una orden o se les señala la conveniencia de hacer o dejar de hacer algo muestran sistemáticamente su disconformidad, y esto, fuera de ser algo que podría considerarse normal, en cuanto a que se entiende que pueda no gustarles o apetecerles determinadas tareas o cuestiones, suele convertirse en generador de conflictos y desavenencias en la familia.

Las razones de que esto constituya una fuente de problemas, son varias: en primer lugar, el hecho de que no cumpla las órdenes, pero, ¡atención!, en la gran mayoría de las ocasiones acaban cumpliéndolas; en segundo lugar, la incomodidad de tener que escuchar las mismas quejas y discusiones por órdenes rutinarias y que no terminan de asumirse; y por último, el que, con el tiempo, se convierte en un hábito, por el cual los chicos se acostumbran y pueden llegar a hacer de la discusión y la confrontación, lo normal y habitual en la interacción con los padres.

Después de analizar la opinión de tantos y tantos padres al respecto, está demostrado que lo que más les molesta es la tendencia a la discusión, el constante inconformismo.

De hecho, muchos padres que tienen más hijos dicen aquello de que: “si actuara como mi otro hijo, que se calla y luego hace lo que quiere, no habría tantos problemas. Aunque lo que realmente desean los padres es que las órdenes se cumplan, lo que les molesta profundamente es la discusión contínua.

Los padres de Flori, a partir de ese momento, estuvieron pendientes del nuevo objetivo, que no era otro que ella, de manera autónoma, cumpliera con sus responsabilidades y cuando hubiera alguna nueva, las protestas fuesen mínimas y no le sirviesen para nada.

Así fue cuando empezaron a usar convenientemente el término negociación, consiguiendo que ella entendiera que, en principio, había cuestiones que no podía escoger ella, pero otras, como el momento de realizar ciertas obligaciones de casa, podía decidirlas sin mayor condición que dejar todo por escrito y lo suficientemente claro como para no tener que estar encima, propiciando lo que sabíamos que hacía muy bien, que era discutir. Oportunidades se darían, pero tenían que ser las menos posibles.

Situado en Madrid, somos uno de los Centros de Psicología más grandes de España formado por un equipo multidisciplinar de Psicólogos, Psiquiatras, Logopedas y Neuropsicólogos, que nos permite trabajar con todos los rangos de edad y tipos de terapia.