El caso de Andrés ilustra con claridad esta problemática. Tenía 20 años cumplidos cuando yo lo conocí y, en principio, el objetivo a conseguir con él era orientarlo en el estudio, pues estaba hecho un mar de dudas, después incluso de haber realizado segundo curso de licenciatura. Sus padres eran universitarios los dos y desarrollaban sus carreras con un alto grado de satisfacción e incluso uno de ellos, con bastante éxito profesional. Aún no habiendo existido evidentes presiones por parte de los padres al hijo, para que cursara determinados estudios, sino que habían sido escogidos por él, con aparente libertad, la situación actual estaba marcada por una insatisfacción tal, que le provocaba un bloqueo incapacitante y no sabía para dónde tirar.
La situación general en casa que vivía Andrés era la siguiente: no tenía más obligación que no fuesen sus estudios y aquí incluso tenía plena libertad para gestionárselo él. Como siempre había sido en general un buen estudiante, había lo que se dice, cumplido con sus obligaciones. Pero conste que era la única, por lo que era curioso observar a un niño grande, a alguien que por su estatura y edad parecía un adulto y que sin embargo era un joven jugando a hacer estudios superiores. Siempre había estado, por ejemplo, al margen de las obligaciones y tareas caseras y cotidianas, de las que se encargaba, principalmente una persona externa a la casa. Al hacer un análisis más exhaustivo de sus responsabilidades, descubrí que desde bien pequeño le habían llevado al colegio en coche, le habían despertado por la mañana, le habían puesto la mesa para comer, le habían acompañado a las actividades extraescolares, le habían apagado la televisión, le habían obligado a ducharse, le habían dicho que se acostara, le habían hecho la matrícula de la facultad, le habían pagado la universidad privada, etc.
Era evidente que no había aprendido a gestionarse él mismo con responsabilidad, con la clara y básica responsabilidad que supone, que si no se levanta llega tarde o si no pone la mesa no come o si no es capaz de apagar la televisión a la hora fijada, no la puede ver la próxima vez.
No conocía que ser responsables es ser consecuentes con nuestras acciones. Una frase simple pero cargada de significado y que le otorga al ser humano el certificado de “preparado para la vida”.
Cuando en una conferencia para padres, una madre me preguntaba si, como creía ella, ya no era posible a partir de cierta edad, doce o trece años, conseguir que los hijos realicen tareas en casa, porque había leído que si esto no se hacía bien cuando son pequeños, luego ya es imposible, te das cuenta hasta qué punto se puede caer en la trampa de que pueden vivir en casa con un carné que les inhabilita para el trabajo pesado. Todos sabemos que la vida nos enseña cuando nos enfrentamos a ella por nosotros mismos, sea cuando sea.
En el caso de Andrés, primero convencí a los padres de que a pesar de los veinte años de su hijo, lo propio, por el bien de todos, es que si vivía en casa, independientemente de que estudiara o trabajara, esto realmente era lo menos importante, tenía que corresponsabilizarse de ciertas tareas de casa, al igual que ellos, que no paraban en todo el día, también lo hacían. En este caso Andrés tuvo ciertas resistencias al principio pero percibió firmeza en la decisión de sus padres y entendió que era totalmente justo lo que le pedían. Comenzaron por poco, concretamente por un mínimo de orden, pactado eso sí, en su habitación y la colaboración habitual en los espacios comunes como recoger las bandejas cuando las usaba, poner y quitar la mesa, sacar la basura, cuestiones muy básicas pero no por ello poco importantes. En primer lugar los padres tuvieron que inhibirse y no hacerle nada que él no hiciera, es decir, si Andrés no recogía su bandeja lo último que podían hacer era recogerlo ellos. Su madre me decía, con verdadera preocupación: “sé lo que va a pasar y no me hace ninguna gracia tener varios días determinadas cosas por medio”. Yo le dije: “Es muy probable que efectivamente ocurra esto o algo parecido y es natural que no te guste, pero…” Entendieron que, de otra manera, no conseguirían que él los viese muy seguros y mucho menos, que tuviera que hacerlo por necesidad. No fue fácil, porque a estas edades ya los hijos se consideran exentos de todo lo que no hacen y ciertamente no se creen a estas alturas, que pueda cambiar. Pero los padres de Andrés sí habían cambiado para no volver a cuestiones del pasado, que entendían que no les iban a servir para evolucionar.
Una cuestión clave en la evolución del caso, fue cuando los padres hablaron con él y le transmitieron, con bastante serenidad, que llegados a este punto, la decisión de seguir estudiando seguía siendo suya obviamente, pero o establecía un método de estudio diario y organizado que siempre conlleva unos resultados adecuados, o sencillamente, ellos, si los resultados de los exámenes de evaluación no eran de aprobado en un setenta por ciento, no seguirían pagando el dineral que suponía cada mes la universidad privada. Además tendría que ponerse a trabajar de manera inmediata pues no estaban dispuestos a mantener una situación sabática, en ningún caso. A pesar de que para ellos era de capital importancia que siguiera estudiando, trataron de esforzarse porque no se notara y se lo expusieron tranquilamente y transmitiéndole el convencimiento de que ya era mayor para tomar la decisión que de manera responsable, le pareciese mejor.
Él tomaría la decisión y sus padres pondrían en marcha las consecuencias, al igual que la realidad fuera de casa, donde el entorno actúa en consecuencia a las decisiones que vamos tomando.
Por otro lado, los padres eran perfectamente conscientes de las cosas que actualmente le estaban haciendo perder el tiempo y le estaban desviando la atención de los estudios principalmente. En este caso no era un chico que saliera demasiado, no consumía sustancias que le influyeran negativamente, no iba con compañías consideradas malas… sin embargo, sí perdía horas y horas con el ordenador y la consola de videojuegos, principalmente. Como con tantas otras cosas, siguieron los consejos de actuar, aunque tuviese veinte años y le restringieron el acceso a esas herramientas con doble filo, con la claridad necesaria para que él entendiera que si no actuaba con responsabilidad, no podía disponer de ellas como hasta ahora. Tiempo después Andrés me diría que llegó a pensar que sus padres se habían vuelto locos si pensaban que podían tratarle como a un niño pequeño. Al contrario, a pesar de las muchas protestas, su grado de madurez y de responsabilidad era mucho mayor sin duda.
Desde bien pequeños se puede empezar a hacerlos responsables de sus actos y ayudarlos así, a que a través de su autonomía vayan descubriendo el mundo y aprendiendo directamente de ello.