El caso de Rosa nos llegó a través de sus padres, derivado desde el colegio, donde una serie de sucesos habían desvelado problemas en la clase y precipitado una reunión familiar con el correspondiente disgusto para todos.
Según nos señalaron sus padres, Rosa se mostraba diferente de sus hermanas desde pequeña, más pizpireta, más revoltosa e inquieta, más des- obediente y contestona, más irrespetuosa, y más de todos aquellos califi- cativos de carácter algo más intenso, extremo e incluso problemático, que hacían que los padres lo expresaran con una sola frase: “No hacemos carrera de ella”.
De hecho, cuando vinieron por primera vez, la tenían castigada desde ha- cía unos días sin poder salir a ningún sitio, lo cual era de las cosas que más efecto temía dado que le encantaba estar en la calle con sus amigas. Pero lo habían hecho tantas veces lo del castigo que parecía más una especie de costumbrismo que una estrategia adecuada. Lo cierto es que luego no lo mantenían tal cual lo formulaban y acababan cediendo, por lo que Rosa, lejos de mejorar su conducta, aprendió a mantener de forma intermitente sus argucias.
La cuestión pues que precipitó que nos vinieran a ver, fue que Rosa en clase abanderaba un grupo de compañeras que tenían por costumbre me- terse con otra de ellas y el tema había transcendido hasta llegar a oídos de los padres de aquella. Hay que saber que en los casos de acoso los alumnos conocen perfectamente este hecho desde el principio, por lo que, como siempre, habrá que establecer una buena relación con ellos para generar flujos de información que ayuden a detectarlo y, sobre todo, a ponerlo en conocimiento de los adultos, de ahí que actualmente to- das las intervenciones destinadas a prevenir el acoso en las aulas cuentan con un trabajo con los chicos, a través del cual se trata de concienciarles, donde se les faciliten elementos que les ayude a discriminar bien, y a pararlo en cuanto sean conscientes de que se está produciendo.
Lo que Rosa había llegado a liderar sin escrúpulos era una serie de repetidos ataques y campañas de desprestigio a la compañera, que, tras apartarla del resto, asegurarían que se mantuviera sin apoyos de ningún tipo, y con una fama de traidora y mezquina que no se quitaría de encima con facilidad.
Con los padres el trabajo comenzó informándoles bien de por qué no conseguían que Rosa cambiase de verdad ciertas conductas nada deseables, como llegar tarde a casa, escaparse, molestar o faltar al respeto a los profesores.
A continuación, por supuesto, les enseñamos a corregirlo con nuevas estrategias que les permitieran cortar el dominio que Rosa sentía que tenía sobre prácticamente todo lo que la rodeaba. Esto fue necesario para que los padres se sintieran eficaces y comprendieran que aún podían reconducir en un primer momento esas conductas problemáticas cotidianas que tenían a la familia en jaque, y, después, aquellas relacionadas con el acoso que se había estado dando en el colegio. Les enseñamos a ejercer un control más efectivo, de tal manera que a partir de ese momento Rosa comprendiera que lo que de verdad iba a permitirle zafarse de las sanciones serían dos cosas; en primer lugar, el paso del tiempo que habían impuesto los padres, que sería fijo, es decir, innegociable, y, por tanto, si iba a estar tres semanas sancionada sin hacer aquellas cosas que tanto le gustaban como consecuencia, serían tres semanas y ni un día menos; y, en segundo lugar, que pudieran ir verificando los padres que los cambios en su comportamiento eran reales y no solo intenciones, que después siempre habían podido comprobar que duraban muy poco.
A esto ayudó, como siempre, que los profesores fuesen diciéndoles cada semana que en clase todo estaba bien y no habían existido motivos por los que preocuparse con Rosa. He de recalcar que en estos casos siempre es importantísimo que los padres se mantengan firmes y sigan las instrucciones de manera exhaustiva, conservando la paciencia necesaria como para aguantar hasta que sus hijos lleguen a la conclusión de que solo hay una forma de mejorar, que es cambiar sus comportamientos negativos y empezar a hacerlo bien.
Empezar a trabajar con chicas como Rosa, que sienten que pueden dominar todo lo que está a su alcance, no es fácil; por ello, es crucial esa tarea previa con sus padres, de tal manera que cuando yo empiezo con ellas, el control de la situación ha pasado adonde nunca debía de haber dejado de estar, a sus padres.
Si hasta ese momento Rosa estaba segura de que era ella quien manejaba su entorno, empezó a experimentar un claro malestar por no controlarlo en absoluto, y entre la rabia, entre la angustia por no poder hacer aquellas cosas que tanto le gustaban y haberse quedado prácticamente sin refuerzo social, empezó a derrumbarse más rápidamente de lo que se puede pensar. Fue cuando comenzó a ver en la terapia su vía de mejora personal. Empezó a compren- der otra visión de la problemática distinta de la que tenía hasta ese momento; si en el plano de casa realmente deseaba conseguir la ansiada normalidad, para poder salir y recuperar todas aquellas cosas para ella consideradas normales, debía esforzarse y mejorar su conducta, olvidarse de escapadas nocturnas para salir o de mentiras, y si en el contexto del colegio quería de verdad ejercer un buen liderazgo y ser admirada, tenía que dejar de querer ser la más malota, y empezar a ponerse más en el lugar de los otros.
Para este aspecto crucial fue necesario que aprendiera a empatizar con los demás, a ponerse en el pellejo de los otros y, en particular, en el de la chica que había estado acosando durante tanto tiempo, pensando cómo se sentiría si fuese ella a quien hubieran acosado y el dolor tan intenso que se va experimentando poco a poco. Este trabajo terapéutico cuesta, pero lo cierto es que todas las personas pueden des- arrollarlo y conseguir unos niveles de empatía necesarios para la convivencia.
Con Rosa fue preciso trabajar todas esas áreas personales que tenía prácticamente sin atender, posiblemente por perder tanto tiempo en compararse, fastidiar y pretender superar a los demás. Era a sí misma a quien tenía que superar realmente, y cuando comenzó a creer que lo podía conseguir fue espectacular, como un mecanismo perfecto, que se retroalimenta de sí mismo, es decir, que cuanto más se lo cree, más se esfuerza y más lo consigue y, por tanto, más piensa que lo puede conseguir y así marcha sin solución de continuidad.
En lo más profundo de Rosa existía la convicción de que no era suficientemente buena en los estudios, y de que era más inmadura que el resto.
Una vez que empezó a poner en duda estas supuestas grandes verdades y trabajó para comprobarlo, resurgieron los primeros resultados positivos y, así, una nueva inercia que crecería poco a poco en sentido positivo.
Quien acosa tiene que encontrar su propio camino para olvidarse del de otros, y así fue como Rosa empezó a sacar verdaderamente lo mejor de sí misma, el camino directo hacia una autoestima alta y adecuada.