El caso de Elena

Pequeños tiranos. Desacuerdos en la educación

Elena tenía cinco años y era hija única. Su madre nos pidió orientación sobre cómo actuar con la niña y con su marido, “pues la situación se me ha escapado de las manos”.

Los padres estuvieron bastante tiempo de novios, parece que fue la madre quien insistió en casarse, pues le apetecía tener niños.

El padre siempre ha sido una persona muy inmadura, infantil y protegida por su familia: “Tenía treinta años y le seguían tratando como a un niño pequeño”.

Es un hombre inseguro, que está trabajando en un puesto muy inferior a su cualificación profesional, “pero que no quiere complicarse la vida”. La madre renunció a un trabajo que le gustaba mucho por su marido y su hija. Era una empresa que ella había ayudado a crear, donde se sentía muy valorada y encajaba maravillosamente, pero que finalmente dejó, a petición de su marido. Actualmente está realizando un trabajo muy monótono y que requiere menor cualificación.

Entre ellos la situación es muy difícil, el marido siempre hace “de bueno” y continuamente “rompe” el trabajo que la madre intenta realizar con la niña. Elena, por su parte, se ha hecho muy exigente, pide sin parar, chilla constan- temente y cada vez presenta conductas más desadaptadas.

Los registros nos mostraron a una niña “aprendiz de tirana”, que literalmente estaba “desquiciada”, ante la disparidad de conductas y criterios por parte de sus padres.

Elena llevaba las situaciones hasta el límite, al ver que su padre no reaccio- naba y se mostraba muy blando; finalmente, este se terminaba marchando, argumentando que la niña era insoportable. Lógicamente, entrenamos a la madre para que cambiase inmediatamente de actitud; no consentiría los “desmadres” de Elena, pero para ello hablaría previamente con su marido y le plantearía la necesidad de actuar los dos de la misma forma; si el padre se mostraba incapaz o en desacuerdo, no intervendría en la escena y se mar- charía a otra estancia de la casa.

La niña empezó a reaccionar positivamente, aunque aún montaba números, cuando veía como su padre recriminaba con la mirada a su madre.

Por fin, conseguimos ver al padre; efectivamente, era una persona muy inmadura e in- estable emocionalmente. Confesaba que no quería a su mujer, pero no quería separarse, pues decía que la madre era demasiado exigente con la niña. Su distorsión de la realidad nos obligó a decirle que debería ponerse en tratamiento psicológico y que, mientras tanto, era mejor que no estuviera en la casa con su mujer y su hija. La madre se sintió muy confusa, pues le daba pena ver a su marido tan apesadumbrado, pero después de dos situaciones auténticamente límite, donde la niña vio lo que nunca un niño está preparado para ver, decidió finalmente separarse; al principio, de forma temporal.

Elena reaccionó de maravilla, le costó los primeros quince días, pues su padre se empeñaba en ir a casa todas las tardes, “porque necesitaba ver a la niña”; finalmente, acordamos que esta situación era insostenible, y accedió a ver a Elena los fines de semana.

La niña pronto dejó de tener miedos, su conducta se hizo sociable, cooperadora y cariñosa; al principio, volvía todos los fines de semana con regalos y chucherías, pero pronto dejó de hacerlo, al decirle su madre que no debía “aprovecharse” de su papá y de sus abuelos.

Al que costó convencer fue al padre, pues tuvo que “aprender” a tener otra relación con su hija, que no se basara únicamente en comprarle todo lo que la niña le pedía.

Al cabo de unos meses, la madre estaba convencida de haber tomado la mejor decisión; la niña se había transformado en una persona alegre, risueña y estable emocionalmente, que, de vez en cuando, sentía la necesidad de decirle a su madre lo bien que estaban así: “Tú y yo juntas, y papá, en la otra casa”.

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