El caso de Gonzalo

Resiliencia para superar los fracasos

Nuestro protagonista era el típico joven que caía bien a todo el mundo. Tenía veinte años; era una persona sensible, culta, agradable, que sabía escuchar y que razonaba con mucha sensatez.

Cuando vimos a Gonzalo estaba pasando un mal momento. Toda su vida había tenido bastante éxito en los estudios; no era de los primeros de la clase, pero siempre había aprobado sin demasiadas dificultades. Al llegar a la universidad había decidido hacer una doble licenciatura y se había entregado a la tarea en cuerpo y alma. Los primeros resultados fueron muy negativos, pero Gonzalo siguió porfiando, hasta que comprendió que era inútil continuar.

El segundo año había cambiado de carrera, y, gracias a su buen ánimo, rápidamente había hecho buenos amigos en su nueva facultad, pero de nuevo los resultados fueron desalentadores.

Gonzalo estaba desesperado; por una parte sentía ganas de tirar la toalla, pero por otra sabía que se arrepentiría si lo hacía, así que se debatía en medio de un aparente “callejón sin salida”. Había vivido los distintos suspensos como los mayores fracasos de su vida.

De esta forma, había conseguido aprender a tener miedo; se había vuelto inseguro, incluso en sus relaciones personales; todos sus pensamientos eran catastrofistas, y, aunque aún estaba dispuesto a intentarlo, la verdad es que ¡daba pena verle! De poco parecía servirle que sus padres estuviesen a su lado, que aún confiasen en él, que pudiera tener otras oportunidades.

Después de no pocas indecisiones, por fin decidió cambiar de carrera, pero esta vez lo hizo con criterio; minuciosamente habíamos analizado su perfil, sus habilidades, recursos y competencias, de tal forma que las posibilidades de un nuevo fracaso eran mínimas.

El siguiente paso era entrenarle para controlar sus miedos y sus insegurida- des. Con mucho trabajo, consiguió empezar a comprender que una persona no se vuelve “tonta” de un día para otro; pero es cierto que puede cometer muchos errores cuando está tensa, nerviosa, inquieta, desmoralizada, angustiada…

A continuación, hicimos registros de sus conductas académicas; eso nos permitió ver cuáles eran sus fallos y, en consecuencia, por dónde debíamos empezar para desarrollar sus habilidades intelectuales.

Descubrimos que los recursos que le habían servido para terminar el Bachillerato ahora se quedaban muy cortos, ante los retos que planteaba su carrera. Tuvo que reforzar su forma de tomar apuntes, de estar atento de forma selectiva, de resumir lo más importante, de tener más comprensión en su lectura, de concentrarse en los elementos clave y…, tuvo que trabajar y mejorar mucho su autocontrol en los exámenes. Hicimos muchas prácticas de examen, intentábamos reproducir las condiciones, de la forma más fiel posible: el mismo tiempo límite, el mismo número y tipo de preguntas, una situación de presión semejante… Los resultados se hicieron esperar al principio, Gonzalo no consiguió mejo- rar sus habilidades hasta que no adquirió un buen control sobre sus pensamientos, hasta que no se quitó el “miedo de encima”. Una vez convencido que podía “controlar sus nervios”, los éxitos llegaron, y con ellos su tranquilidad.

Gonzalo había estado a punto de abandonar la universidad y colocarse en algo que ni le gustaba, ni tenía futuro; pero en ese momento solo quería huir, pues no veía “ningún camino”, ninguna posibilidad de reconducir sus últimos fracasos. Cuando perdemos la confianza en nosotros mismos, toda nuestra vida se desmorona. En esos momentos resulta extraordinariamente difícil reaccionar, pero es ahí cuando tenemos que luchar y no dejarnos llevar por la apatía, el desencanto, la tristeza, la falta de esperanza, de ilusión…, la ausencia de horizontes. Desde fuera, lo mejor que podemos hacer con las personas que están en esa situación es mostrar nuestra confianza en sus posibilidades, pero también nuestra determinación en esa lucha interna que están viviendo, para que no abandonen y no tiren la toalla.

Otro de los principios que dan buen resultado en esas circunstancias es obligarles a “salir de su escondite”, que vuelvan a quedar con los amigos, a hacer deporte, a realizar tareas, a darles pequeñas obligaciones…; en definitiva, a conectarles otra vez con el mundo, para que se den cuenta que siguen teniendo un sitio y que, finalmente, terminarán encontrando “el ca- mino acertado”. A veces una recta no es el camino más corto. Cuando una persona se siente hundida o perdida, antes de volver a caminar conviene que haga algunos “ejercicios previos”, y aunque no le apetezca, le incitaremos a ello poniéndonos a su lado, a fin de que termine recuperando “su forma física y psíquica”, y pueda conseguir que sus pasos sean de nuevo firmes y seguros.

Gonzalo necesitó aprender otra vez a estudiar, a coger apuntes, a separar lo importante de lo accesorio, a esquematizar…, pero, sobre todo, necesitó aprender a controlar sus emociones, a sentirse de nuevo seguro y animado, a saber que podía volver a encontrar su camino, y que cuando lo hiciera, ya estaría preparado para seguir su trazado. Salir con sus amigos, volver a montar en bicicleta, participar en las sobremesas, “engancharse a todo aquello que antes le hacía feliz”, fueron parte de las “muletas” que Gonzalo utilizó, antes de lanzarse a la “carrera”.

Siempre existen uno o varios caminos acertados, pero a veces necesitamos separarnos un poco del arcén, y alzar la vista, para poderlos ver.

Por supuesto que nuestro joven de veinte años terminó consiguiendo el éxito que tanto anhelaba y se merecía, y lo consiguió cuando puso, entre otras cosas, su voluntad al servicio de su inteligencia, y no al revés.

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