Cuando Clara vino a vernos aún no había entrado ni en la preadolescencia, tenía diez años y representa un hecho que ocurre muy frecuentemente y es que el acoso escolar puede comenzar a una edad bastante temprana.
Era hija única, y sus padres se presentaban machacados al haberse enterado recientemente del acoso que se venía produciendo en el colegio, atando cabos, desde hacía ya unos cuantos meses.
En ocasiones habían intentado indagar, pero Clara nunca había contado nada. Los hechos objetivos eran que ella prácticamente nunca era invitada a los cumpleaños de sus compañeros y que cuando sus padres la veían en algún encuentro de toda la clase, ella no se desenvolvía con soltura, más bien estaba algo apartada.
A pesar de estas evidencias, los padres nunca llegaron a pensar que fuese tan grave, y lo cierto es que era la punta del iceberg, y ahora la situación era alarmante, o sea, Clara mostraba gran angustia y rechazo a ir al colegio con frecuencia, lo que les hizo ponerse en guardia y actuar sin más dilación.
La cuestión es que Clara era una sufridora nata y había permanecido en silencio todo este tiempo, por lo que, a buen seguro, había aprendido a silenciar su sufrimiento, a negar lo evidente. Había pasado la fase en la que se había sentido tan mal, que mentir como si no pasara nada le reportaba cierto alivio, cierta sensación de normalidad, cuando en realidad no lo era en absoluto.
Y, de esta manera, se había instalado en la apariencia y el engaño para tratar de ocultar este asunto en casa.
Analizamos con ella la situación y le ayudamos a identificar todos aquellos comportamientos que llevaba a cabo y que no le ayudaban a enfrentarse a la situación de acoso.
De igual forma, nos hicimos cargo de las primeras cuestiones que era necesario abordar, como que entendiera que ella no tenía que cambiar en esencia, que ella no era problemática, ni rara, y que era distinta, pero como todos lo somos, por lo que el hecho de que se metieran con ella y la apartaran del grupo en ningún caso equivalía a que valiese menos que los demás ni nada por el estilo.
Esto siempre cuesta conseguirlo, pero es fundamental para ir reconstruyendo una autoestima de manera sólida. Respecto a esto, los padres suelen hacerlo en todos los casos insistiéndoles en todo lo que valen y demás, pero sin mucho éxito porque los adolescentes lo relativizan y tienen mucho más en cuenta lo que perciben de sus iguales.
Clara tuvo que hacerse cargo de esas conductas, que, como decía, no eran adecuadas para la situación de acoso por la que estaba pasando, y, de esta forma, le ayudé a no mostrar más la evidente debilidad que delataban sus gestos, sus caras y la ausencia de respuestas en algunos momentos.
A partir de ahora, la tenían que ver más fuerte, menos vulnerable; por tanto, cuando se metieran con ella, en vez de callarse como de costumbre y quedarse expuesta a las risas de todos, respondería escuetamente y seria, y seguiría a lo suyo o se iría a otra zona de la clase mostrando firmeza y en ningún caso pareciendo indefensa.
A la par, tuvimos que desempolvar sus fortalezas que pareciera que no existieran, para que, además de empezar a creerse que todos las tenemos y por supuesto ella también, comenzase a ponerlas en marcha y así se convenciera de que también podía tener éxito.
Ha de llegar un momento en la vida en que asumamos que quizá no somos los más guapos pero sí los más simpáticos, o que quizá no somos los más estudiosos pero sí los más astutos, o quer tal vez no somos ni los mejores deportistas ni los más habilidosos sociales ni los más de los más, pero no por eso nos hemos de sentir mal y perder el tiempo en realzar nuestras desgracias, sino que hemos de trabajar en descubrir y potenciar nuestros talentos.
En el proceso de acoso se produce un punto de inflexión importante cuando quien acosa se da cuenta de que la persona acosada ya no es vulnerable, cuando se la ve fuerte y demuestra estar por encima del acoso, y evidencia que tiene los suficientes recursos como para dejar de sufrir por ello.
Es el momento en el que quien acosa deja de sentirse tan bien y, por el contrario, comienza a experimentar sensaciones negativas que le llevan a reflexionar que ya no le compensa tanto.
Clara se convenció de que por no querer muchas veces que dijeran de ella que era una chivata se había callado hasta permitir la impunidad de quienes la acosaban, y nunca más tuvo esa actitud; por el contrario, aprendió que siempre hay personas de referencia en el centro escolar, como su tutora o el jefe de estudios o la orientadora, que están suficientemente sensibilizados con el tema como para no permitir que se sigan dando situaciones de este tipo una vez que han tenido conocimiento de ello.
Nunca más silencio, nunca más sufrir en la intimidad pudiendo compartirlo, y consiguiendo, así, que quienes se dedican a acosar se encuentren acorralados y obligados a contenerse y desistir.
En el año 2010 se produjo en Seseña, una población de la provincia de Toledo, la muerte de una adolescente a manos de algunas de sus compañeras de clase por parte de las cuales sufría un acoso desde hacía algún tiempo.
Para esclarecerlo y conocer que verdaderamente se había producido tal acoso, fue necesario indagar en sus más íntimos mensajes y datos que lo delataban y que se encontraban en las redes sociales fuera del alcance de sus padres.
Los padres de Clara aprendieron a observarla, a escucharla y a comprender qué le pasaba sin para ello tener que estar totalmente encima interrogándola y ejerciendo más presión.
Era necesario que entendieran que su hija contaría más cosas si veía comprensión y seguridad en ellos y no desesperación o miedo.
En este caso, también fue necesario que hablasen con el colegio y pusieran en marcha el protocolo que permite que los casos de acoso escolar sean abordados desde los diferentes elementos implicados, es decir, los acosadores, los compañeros cómplices, los acosados, los responsables tutores y los padres de unos y otros.