Carlos tenía quince años y cursaba tercero de Educación Secundaria Obligatoria. Era un chico con buena formación y los problemas que habitualmente se presentaban en lo referente a los estudios, según nos contaban sus padres, tenían que ver más con su actitud que con sus capacidades.
No obstante, recientemente le habían realizado un diagnóstico de TDAH, que, aunque tardío, a los padres les aclaraba mucho sobre determinados comportamientos de su infancia. Con esta edad, la característica que más sobresalía en él, era su impulsividad, que hacía de sus respuestas, algo rápido y peligroso, pues le metía en muchos líos.
Los padres de Carlos llevaban algún tiempo conviviendo, en mayor proporción con la parte más extrema de su hijo, con los peores gestos, con las peores expresiones, con las reacciones más duras; era como si la parte más normal, la agradable, la social, hubiera desaparecido por completo.
Si bien reflexionaban que siempre había sido un chico con un carácter difícil y muy tozudo, ahora y desde hace un tiempo, ya era como si se hubiese quedado con esa parte y se hubiera desecho de la otra.
En la primera visita me contaban, muy disgustados, que a cada comentario que hacían, durante las comidas o los pocos ratos de encuentro, él soltaba un exabrupto y dejaba patente su opinión, que siempre era contraria y generalmente se situaba en los extremos.
Si estaban viendo la televisión, pasaba igual, cada vez que salía algún político o cualquier persona dando una opinión sobre cualquier asunto, él arremetía verbalmente y se indignaba, haciéndose notar claramente y dejando patente su punto de vista.
Los temas de conversación que más les interesaban a ellos, él poco menos que los odiaba y en cuanto hablaban algo al respecto, arremetía contra ellos implacablemente.
Esto se hacía insoportable y efectivamente los padres transmitían una patente desolación, pero era consecuencia en mayor medida por el miedo que tenían a que esta forma tan extrema de aparecer ante los demás, se estableciera como su forma habitual y que le comportase una manera de pensar en general. Me contaron que mostraba rechazo a los homosexuales y también a los inmigrantes y no tenía ningún reparo en hacérselo saber a todos los que estaban a su alrededor.
Aproveché las primeras visitas de los padres. como solemos hacer habitualmente, para recabar datos precisos de cómo interactuaban con Carlos, de cómo sacaban temas de conversación, de cómo respondían ellos a esas manifestaciones extremas de su hijo.
En este momento es vital, desde el punto de vista de la intervención, saber con exactitud, cuáles suelen ser los detonantes de la conducta problema, así como cuáles son los momentos en los que no se produce ésta y, en cambio, se muestra de manera normal o incluso buena.
Siempre existe este aspecto, aunque generalmente aparece nublado y tapado por las conductas problema, que además de sobresalir por encima del resto, nublan el día a día, dejando pocos espacios para el disfrute.
Así fue como me contaron cuáles eran los temas que más le crispaban, qué era lo que más le molestaba a cada uno de los padres y cómo reaccionaban ellos.
Lo primero que hicimos fue como devolverles el favor, ya que ellos nos habían enseñado cómo actuaba su hijo en términos generales, y ahora nosotros, mediante sus registros de conducta, les enseñábamos cómo había elementos de la comunicación, que estaban sirviendo cómo detonantes y como mantenedores del problema.
Eran variables claras, que, dado que se observaba que no estaban ayudando, incluso a veces perjudicaban claramente, había que cambiarlas. Así cuando la madre intentaba hablar de su tema preferido que eran los animales, por los que sentía pasión, Carlos prácticamente se la comía con la mirada, y si ella seguía, entonces él la paraba en seco con alguna insolencia o con muchas, dependiendo de si ella insistía o no.
Cuando el padre hablaba del deporte que más le gustaba, pasaba exactamente lo mismo. Por otro lado, en las comidas, era como si pretendiera boicotear las conversaciones de sus padres y acababan discutiendo, en la gran mayoría de las ocasiones. Por lo tanto, respecto a estas cuestiones planeamos que los temas tan manidos, aun siendo absolutamente normal que hablasen de ellos si querían, lo dejasen para el futuro, cuando no existiese una posición tan frontal de Carlos a los mismos, de tal manera, que en su lugar, sería mejor hablar de asuntos más generales y menos conflictivos habitualmente.
Además, cuando él opinase de manera desagradable y cortante ante cualquier asunto, ellos deberían actual de manera mucho menos tensa y de dos formas claramente diferenciadas:
La primera consistía en que, si en sus respuestas no había falta de respeto clara, o sea, no había insultos ni desprecios, ellos actuarían con normalidad, escuchando su opinión aunque no la aceptaran y lo que nunca iban a hacer era ponerse a discutir con él desaforadamente, que era lo que habían hecho hasta ahora en la mayoría de las ocasiones. Esto era necesario para evitar caer más en lo que les venía ocurriendo, que era que él protestaba y ya todo giraba en torno a esa opinión y posición extrema suya, con lo que a Carlos solo le bastaba ya gruñir para ser él quien marcara el resto de la comunicación negativa que se producía, mientras estaban juntos, ya estuvieran comiendo, viendo la televisión o sencillamente, haciendo algo por casa.
La segunda manera de actuar, si Carlos con sus respuestas les ofendía directamente, era que a partir de ese momento no mantendrían ningún tipo de comunicación con él, aunque sí entre ellos. Sencillamente, era necesario que él entendiese que así no se iba a poder comunicar más con sus padres.
En este punto, los padres suelen ser escépticos con esta estrategia, porque piensan que en el fondo, es lo que quiere su hijo, es decir, que le dejen en paz y no le hablen, pero la realidad es que Carlos y los jóvenes como él lo que quieren es que sus opiniones se escuchen, se discutan y se sigan como ellos las plantean.
Y en estas condiciones, si usaba estas formas, sus padres se lo iban a impedir rotundamente. Ahora bien, no como hasta ahora discutiendo con él y dándole, aunque no la razón, sí la posibilidad de emplearse a fondo mostrando su punto de vista y despreciando el del resto. Ya no iba a tener esa concesión.
La mejora de la comunicación estaba ya en marcha y era imparable, siempre y cuando los padres no volviesen a formas antiguas de interacción, que por mucho que nos puedan parecer las normales, con estos chicos extremos, dificultan seriamente las relaciones familiares.
A la par, fuimos analizando la preocupación que ellos tenían respecto a los puntos de vista extremos que Carlos mostraba en relación a homosexuales, inmigrantes y otras personas o conductas de personas.
Aquí, ya sabemos de antemano lo profundamente decepcionados que se suelen encontrar, respecto a temas, que a los padres les produce un profundo respeto y que, como primera idea, no se explican siquiera de dónde le vienen esas ideas de rechazo tan patente y extremo.
“Siempre ha tenido manías con algunas cosas” o “Nunca le han gustado, la verdad” son algunas de las frases que me decían sus padres. Pero, aun así, ser conscientes de que tu hijo se muestre de manera homófoba o racista, haciendo comentarios, o quién sabe si agrupándose y haciendo un malentendido proselitismo de ello… Cuanto más respeto manifiestan los padres a estas cuestiones, mayor perplejidad y preocupación denotan también.
Ante las manifestaciones que frecuentemente hacía Carlos respecto a estos asuntos, cambiamos la estrategia habitual; si ellos cada vez que opinaba, se lanzaban contra él, fruto de ese sentimiento de costarles aceptar que su hijo pensara así, lo que conseguían exclusivamente era un conflicto y un posicionamiento mayor en sus ideas, porque no olvidemos que la adolescencia es como un período de prueba, donde se suele mantener durante más tiempo todo aquello que genera chispa, atención, reacción en los demás; es a través de esta respuesta del entorno como el adolescente se va formando y va escogiendo y tomando partido por diferentes formas, con las que se va identificando.
Muchas veces hay que saber que, para ellos, es su forma de mostrarse diferentes. Era necesario que entendieran que no reaccionar así no era en absoluto dar por sentado que están de acuerdo con lo que él piensa o que admiten en alguna medida sus planteamientos. Sencillamente significaba no entrar en el juego, que suponía seguir sus discursos extremos. En vez de discursos pasarían a ser frases o palabras y poco más.
Ante los hechos, muchos de los cuales se reflejaban en los registros, la actuación sin embargo tenía que ser contundente y la estrategia no era permitirle impunemente hacer lo que quisiera, sino, sancionar y establecer consecuencias claras, cuando su conducta fuese reprobable en este aspecto considerado. Me refiero a comportamientos como despreciar explícitamente a alguien por cualquier aspecto externo o interno, cualquier muestra de agresividad tanto verbal como física o cualquier pelea en la que se pudiera ver envuelto, sobre todo en el entorno escolar, donde estos chicos tan extremos suelen topar con otros como ellos, pero que piensan según el extremo contrario.
En casa, no iban a dejar impune ninguna muestra de desprecio hacia ellos, y como habían decidido y ponían en práctica bastante bien, lo de enredarse en la búsqueda de explicaciones de por qué hacía o decía esto o lo otro, se había acabado; simplemente ponían en práctica lo que le habían ya avisado que harían, y actuaban, y así cuando Carlos, por ejemplo, pegaba un puñetazo de rabia a una puerta, cuando ya estaba tranquilo sabía que tenía que arreglarla, por cierto, con los materiales que ya habían comprado con el dinero de su paga, y hasta que no lo hiciera, no había concesiones de ningún tipo, es decir, no podría usar ni el ordenador ni el reproductor de música ni nada de nada.
Para ayudar a un adolescente a que se autocontrole no se le puede estar repitiendo constantemente que lo haga o que por qué no lo hace o que ya es mayorcito para hacerlo o que fulanito o su hermano sí lo hace o que ya está bien y debería de haberlo conseguido dejar de hacer.
Para apreciar esto que digo fácilmente, solo hay que hacerlo o seguir haciéndolo y observar. En cambio, aplicar consecuencias negativas para ellos funciona en todos los casos, si bien, es cierto, que si nunca se han aplicado con ellos, los propios padres suelen tener dificultades para ponerlas en marcha porque tienen incluso miedo a sus reacciones cuando lo hagan. Esto lo demuestra el hecho de que en una amplia mayoría de casos de este tipo, lo que se ve que viene pasando es que cuando el joven ofende, o manifiesta sus drásticas opiniones o da patadas a las puertas, obtiene reprimendas y se producen discusiones en casi todos los casos, pero nunca se observa que luego estén establecidas unas respuestas reparadoras ni consecuencias de ningún tipo.
Cuando dentro de los hechos que se están produciendo, se encuentra que los hijos están saliendo con grupos de chavales también extremos, como pueden ser asociaciones de extremistas, tipo ultras o movimientos con tendencia nazi o por el estilo, la actuación, además de contundente, ha de tratar por todos los medios de impedirlo y de cortar esa debacle que, en caso contrario, progresará con bastante rapidez, haciéndose cada vez más difícil de parar y acercándose progresivamente a asuntos cada vez más complicados, como peleas frecuentes, identificarse cada vez más con pensamientos racistas de lo más extremos, problemas policiales, etc.
En el caso de Carlos, no había llegado tan lejos, de tal manera que él se relacionaba con la gente de clase, no con todos, pero sí con bastantes e incluso salía con una chica, que no pensaba de manera tan drástica como él. Esto siempre es un buen síntoma, en la medida que señala, que es capaz de relacionarse con gente que piensa de manera diferente que él. Cuando esto no es así, y se puede apreciar que abandonan a sus compañeros de siempre y que tienen tendencia a querer hacer casi todo con sus “supuestos amigos” que piensan y actúan como ellos, sirve de señal de alerta para tomar medidas, pues una vez que dejan de compaginar su forma de pensar con la variedad de formas que exhibe el entorno, tienden a aislarse mucho más y a cronificarse seriamente su forma extrema de pensar.
En la primera parte de la intervención, los padres pudieron ir apreciando una disminución de los conflictos y una cierta mejora de Carlos, en sus cuestiones personales, como su aparente satisfacción con compañeros o con el estudio, incluso en casa tenía un mejor talante, pero no tanto como ellos esperaban y tampoco tanto, como yo también pensaba que era deseable; faltaba un talante de comunicación positiva y de actitud de querer mejorar las relaciones en casa de verdad.
Cuando empecé a ver a Carlos pasó algo, que a veces ocurre en los casos, en los que se da esa mejora esperada durante las primeras sesiones y es, que llegan a la consulta pensando que ya para qué van a venir si las cosas no están ni con mucho, como hace unos meses, donde llegaban a situaciones extremas. Y esto les ocurre no solamente a los chicos, sino también a los padres, quienes ya no padecen la intensidad tan alta que tenían los problemas anteriormente. Pero la realidad es que este es el momento en el que comienza el trabajo directo de esas ideas tan drásticas, el descubrimiento de las razones que puede tener ese chico para hacerse notar tanto a través de ellas y las dificultades que pueda estar teniendo respecto a otras conductas más adaptativas y que le permitirían relacionarse más y mejor.
Era un chaval que mostraba un aspecto de chico duro, pero era respetuoso de entrada, lo cual dice mucho de las capacidades y habilidades que tiene y que no deja ver habitualmente.
Mi objetivo con él era hacerle ver cuanto antes los beneficios, que conseguía con una actitud normalizada y conciliadora en casa, donde había podido comprobar cómo era más interesante e inteligente, conseguir estar de la manera que estaban ahora, que como estaban antes, donde los hechos caían por su propio peso. Se mostraba como muy seguro de sí mismo, con un poco de prepotencia, y aunque en primera instancia daba su punto de vista, al final, cuando yo le iba proponiendo buscar soluciones inteligentes para las situaciones que me iba contando, no podía decir que no, ante la evidencia.
Así fue como me fui enterando de los problemas que se le presentaban en casa, en clase, con su chica, y, lo que era mucho más importante, cómo pensaba él y cómo percibía la opinión y los actos de los demás.
Ello me daba la oportunidad de desmontarle muchas de sus ideas y, lo más importante, de proporcionarle estrategias para que experimentara por sí mismo, cómo mejorar su situación con los que lo rodeaban, tanto en casa como fuera de la misma, porque entendió que no era posible, que todos estuviesen en contra de sus ideas y que quizá era él, quien estaba casi siempre valorando la realidad, con sus ideas preconcebidas ya de antemano. Vio con claridad, por ejemplo, que la chica con la que estaba saliendo no podía ser en todo como a él le gustaría que fuese, sino que si quería estar con ella, en cierta forma, tenía que aceptar ciertas cosas que dependen de los demás, en este caso de ella y no de él.
Una de las ideas centrales que trabajamos prioritariamente fue la que sustentaba el que él pensara que a sus padres no les interesaba nada de él, de sus intereses y que en cambio, le exigían que él atendiera complaciente, cuando le hablaban de sus intereses. Esto le hacía rebelarse y actuar drásticamente, cuando le sacaban alguna conversación al respecto y en consecuencia le provocaba, según él, una rabia que acentuaba que se posicionara de manera mucho más extrema. Cuando los padres conocían esta forma de percibir y entender estas situaciones por parte de Carlos, les era más fácil entender sus posiciones, que muchas veces no eran más que respuestas defensivas por parte de él.
Poco a poco, nos fuimos adentrando en todas y cada una de sus ideas, sobre asuntos de todo tipo, como la homosexualidad por ejemplo, y fuimos trabajando una actitud de respeto a todo lo que fuese distinto, sin perder el tiempo en quitarle la posibilidad de pensar lo que quiera y poniendo todo el énfasis en analizar su punto de vista, sobre aspectos particulares y otras formas más realistas del mismo, descubriendo su intransigencia y sus pensamientos erróneos también.
Al no verse atacado, su capacidad de pensar racionalmente se veía mejor aprovechada. Y así pudimos trabajar su conducta, cuando vio que, en realidad, era mucho más reaccionaria que la de los que le rodeaban y que mostraba mucha menos transigencia que el resto.