Juan es un niño de tres años de edad que viene a consulta con sus padres porque, desde el colegio, se muestran preocupados.
La profesora observa que le cuesta seguir el ritmo de la clase, que no acata las órdenes –la profesora no sabe si por desobediencia o porque no las llega a entender–, es muy poco autónomo, no sabe quitarse ni ponerse el abrigo…
Su evolución está por debajo de lo esperado para su edad y tiene un retraso importante respecto a sus compañeros de clase.
Los padres no advierten que haya un problema tan importante; piensan que la tutora es muy estricta, y han acudido más por la insistencia del colegio que por su propia iniciativa.
Tras evaluar a Juan en profundidad y observar las pautas educativas de los padres, nos dimos cuenta de que el problema de Juan radicaba en el estilo educativo sobreprotector que sus padres tenían.
Lo trataban como a un bebé.
Por la mañana le levantaban y le daban el biberón viendo los dibujos en el salón; le vestían ellos (Juan no tenía que hacer nada); el pequeño seguía utilizando el chupete en casa; le llevaban todavía en silla para ir al colegio porque, si no, tenía que salir antes de casa; le daban de cenar, tomaba un biberón antes de acostarse, y no le permitían que se durmiera él solo: con tres años se dormía meciéndole en los brazos.
Juan, con tres años, ya presentaba un retraso significativo respecto a los niños de su edad porque estaba asumiendo el rol de bebé que sus padres le habían perpetuado.
Esto estaba afectando incluso a su relación con sus iguales.
Sus propios compañeros no le trataban como a un igual, con el que jugar y divertirse, sino que le cuidaban como a un bebé, pese a tener su misma edad.
Todo ello estaba perjudicando seriamente a Juan.