La vida de Concha era un vaivén constante de emociones, de subidas y bajadas, de alegrías y penas… Ella misma resumió muy bien su caso cuando nos dijo: “Es muy difícil vivir en una incertidumbre constante, especialmente cuando piensas que tu presente y tu futuro no dependen de ti. Llega un momento en que esto no es vida, es una angustia permanente que te ahoga y te asfixia cada día”.
“Efectivamente –le dije a Concha–, tienes toda la razón; es difícil expresarlo con mayor claridad: ¡no se puede vivir sin respirar! Y eso es lo que te pasa cuando el oxígeno te lo dan o te lo quitan los demás”.
Los niños y los adolescentes pasan una etapa en que dependen tanto de las personas cercanas que experimentan una angustia permanente. Pero es una etapa de nuestro desarrollo, que tiene que servirnos para crecer, para aprender, para ser resistentes a la frustración y sensibles a la felicidad.
El problema es cuando nos quedamos anclados en esa etapa, cuando dejamos de ver lo importante, la auténtica esencia de la vida, y nos quedamos con lo accesorio. En ese instante entregamos el timón de nuestras emociones y, con él, el timón de nuestra vida.
Concha tuvo que desaprender, tuvo que quitar de su mente todo un arsenal de ideas irracionales y pensamientos erróneos, que la llevaban a no valorarse; a vivir pendiente de los otros; a buscar continuamente la atención y la aprobación de quienes la rodeaban, en lugar de profundizar en su propio desarrollo, en sus ideas y valores, en sus creencias y emociones…
En definitiva, tuvo que aprender a conocerse en profundidad, a valorarse como merecía y a quererse cada día, cada instante de su vida.
Nuestra amiga lo consiguió, y lo consiguió cuando por fin aprendió a creer en sí misma, cuando fue capaz de descubrirse, de gustarse y de saber que ella, y sólo ella, podía ser lo mejor de su vida.
Pero hay muchísimas personas que siguen cometiendo uno de los errores más graves de nuestra existencia: vivir sólo para agradar a los demás.
No seamos una veleta movida caprichosamente por el viento, seamos un velero que navega hábilmente, utilizando la fuerza del viento y las corrientes marinas, y que se desliza firme y velozmente hacia el destino que hemos marcado.
Para conseguirlo, para creer en nosotros, primero tenemos que llenarnos de energía positiva; tenemos que querernos, gustarnos y ser nuestra mejor compañía en el largo viaje que hacemos cada día. Ya nos lo decía Oscar Wilde: “Amarse a uno mismo es el comienzo de un romance de por vida”.
**El caso de Fernando —Problemas laborales (Problemas. Demasiado estrés)**
Fernando, un buen trabajador, estaba en medio de una lucha de poder, donde uno de los dos bandos había tomado la decisión de utilizarle como una diana a la que dirigir sus dardos. Una diana con la que demostrar a la parte contraria su poderío y su capacidad para destruir a cualquier persona que ellos escogieran, por muy brillante y limpia que fuese su trayectoria profesional.
El medio que estaban utilizando para esta destrucción era una munición siempre peligrosa: las dudas; las dudas continuas sobre su idoneidad.
Fernando estaba en medio de unos rumores, perfectamente orquestados, cuya finalidad era lanzar un aviso intimidatorio y una carga de profundidad a su director general.
Finalmente, para nuestro protagonista el dilema estaba muy claro: o resistía y defendía su gestión, su honorabilidad y su lealtad al director general; o transigía y firmaba algo que no era verdad.
Tenía muy claro que no mentiría, y no cedería al chantaje.
Aprovechamos esas semanas de baja para trabajar intensamente con Fernando, para conseguir fortalecerle, para que recuperase el control de sus emociones y de sus principales hábitos de vida: sueño, alimentación, ejercicio, equilibrio emocional…
La sorpresa que se llevaron en su trabajo fue mayúscula; lejos de encontrarse a una persona débil y vulnerable, cuando nuestro protagonista se incorporó, actuó con mucha proactividad e inteligencia emocional.
Nuestro protagonista venció; los que le atacaron no consiguieron crearle dudas y, por ello, no pudieron vencerle.
A estas alturas ya sabemos que el enemigo imbatible es el que está dentro de nosotros.