El caso de Carmen

Ansiedad. Aprender a desconectar

Carmen fue una buena estudiante, esforzada y comprometida, pero, a pesar de sus buenas notas, no disfrutó demasiado, pues siempre vivía en una tensión constante. Estudió una carrera “difícil”, donde aún había más chicos en clase que chicas (hoy esto sólo ocurre en algunas ingenierías, muy pocas ya) Sus exámenes eran brillantes, pero ella sentía, y quizá se equivocaba, que algunos de sus profesores parecía que la exigieran más a ella que a sus compañeros, para alcanzar la misma nota.

Finalmente, terminó su carrera, y aunque fue uno de los mejores expedientes de su promoción, Carmen no se sentía satisfecha y, desde luego, no era para estarlo a nivel emocional; había disfrutado poco, muy poco de sus largos e intensos años de estudiante.

Pero el esfuerzo al menos parecía que había merecido la pena en relación a su futuro profesional, y su expediente le facilitó que le dieran una beca en una gran empresa, donde pronto empezó a destacar en su trabajo.

Cuando la conocimos, era una profesional valorada, pero era una persona infeliz. Desde fuera, se podría pensar que quizá se sentía mal porque se había tropezado con ese techo de cristal con el que se encuentran muchas mujeres; ese techo que parece difícil de superar. Pero esa no era la razón. Nuestra amiga se sentía mal porque, a pesar de su brillantez, no terminaba de aceptarse como era y, en consecuencia, no había aprendido a creer en sí misma lo suficiente; lo suficiente para ser feliz y sentirse satisfecha.

Al analizar su trayectoria, vimos que desde pequeña había suscitado algunas envidias; envidias que había vivido muy mal y que consideraba muy injustas, pues ella siempre se había esforzado por ayudar a los demás: “¿Cómo me podían tener envidia en mi clase, si yo dejaba siempre mis apuntes y mis deberes a los que me los pedían? ¡Si hasta en los exámenes a veces me la jugué para dejar que me copiasen…!”. En el trabajo, más de lo mismo: “¿Cómo me pueden envidiar si me dejo la vida en lo que hago, trabajo tanto como el que más y trato de ayudar a los que están a mi alrededor…?”. Como casi siempre sucede, cuando alguien no se siente bien, mira hacia afuera, en lugar de hacerlo hacia dentro.

A Carmen le costó asumir su error; ese error que llevaba años y años arrastrando y que le impedía ser feliz y disfrutar. Su problema era su insatisfacción; y esa insatisfacción era interna, con ella misma. Nuestra amiga, en el fondo, se había convertido en su peor enemiga. Es cierto que en el trabajo, dos compañeros intentaban ponerle zancadillas siempre que podían, seguramente porque era mejor profesional que ellos; es cierto que podría y debería ocupar un puesto aún más alto… Pero en el fondo, como ella misma fue capaz de admitir, aunque hubiese llegado a ser la presidenta de su empresa, seguiría siendo una persona infeliz. Y lo sería porque se exigía tanto, tanto a ella misma y a su entorno, que nunca, nunca, estaría suficientemente satisfecha.

Nuestra protagonista por fin aprendió que las personas muy perfeccionistas viven en una insatisfacción permanente. Aprendió que su bienestar, para ser auténtico, tenía que ser interior, tenía que sentirse cómoda y satisfecha con ella misma. Aprendió que es fácil sentirse víctima buscando culpables externos, lo difícil es responsabilizarnos de nuestra infelicidad…

Nos costó, pues las personas tan exigentes son muy perseverantes en sus planteamientos y utilizan su inteligencia para buscar argumentos que ratifiquen sus tesis. Carmen podía resultar agotadora en la defensa de sus ideas; de esas ideas tan afianzadas durante tantos y tantos años que parecían resistirse a dejarse caer y ser sustituidas por otras más realistas.

En estos casos, es importante tener paciencia y respetar los tiempos que necesita cada persona para poder asumir su realidad. ¿Qué nos pasaría a nosotros si aquello en que hemos creído durante toda nuestra vida, de repente pareciera tambalearse? ¡Claro que Carmen necesitó tiempo para aceptar que en sus largos años dedicados al estudio y al trabajo había dejado sin aprobar la asignatura fundamental! Ella, tan autoexigente, no había aprendido lo más importante: no había aprendido a ser feliz con lo que hacía, a no depender de la valoración de los demás, a aceptar la realidad que viven los otros, a disfrutar en su día a día… No había aprendido a premiarse por sus esfuerzos; no había aprendido a aceptar sus limitaciones, sus fallos y sus errores (todos los cometemos)… En definitiva, tantos años y tantos esfuerzos no le habían servido para ser dueña de sus emociones.

Fue muy doloroso para Carmen comprobar cómo había malgastado mucha energía y mucho tiempo defendiendo unas creencias irracionales, que no se ajustaban a la realidad. La gente no tiene que responder como nosotros lo haríamos en su lugar; cada persona es única, con sus peculiaridades y sus limitaciones. Cada persona siente de forma distinta y es absurdo pensar que es un clon nuestro, que debería experimentar lo mismo que nosotros.

Una vez que asumió este principio, que se dio cuenta de que los demás no tienen por qué responder a nuestras expectativas, no tienen por qué actuar cómo lo haríamos nosotros; que aunque ella intentase ayudar y ser generosa, habría gente que le seguiría teniendo envidia… Cuando por fin lo aceptó, le resultó más fácil darse cuenta de su singularidad y asumir que había estado durante muchos años equivocada; equivocada sí, con mayúsculas, pero, afortunadamente, aún estaba a tiempo de aprender y lo podía hacer a estas alturas de su vida. Podía utilizar su inteligencia en el aprendizaje de la asignatura más importante: descubrir el camino que la llevaría a sentirse bien y satisfecha con lo que hacía, a disfrutar de su día a día; a no esperar que los demás reaccionasen como le gustaría. En definitiva, podría conseguir una matrícula de honor en la materia más difícil: ¡encontrar su felicidad!

Como Carmen se había pasado toda su vida analizando y esperando que los demás respondieran como ella pensaba que debían hacerlo, utilicé para este caso una metodología propia, que creamos y diseñamos en nuestro equipo, y que nos da muy buenos resultados: el método AR3.

Con personas especialmente “brillantes”, pero resistentes como nuestra amiga, hacemos que desde el principio participen mucho, que se impliquen e involucren en todo el proceso y se conviertan en los grandes protagonistas de éste. Con tal objetivo, le preguntamos a Carmen:

¿Qué es lo primero que necesitamos para empezar a trabajar en nuestro proceso de mejora?
La pista que le di era que la palabra empezaba por “A”.
Nuestra amiga no tardó en acertar y dedujo que lo primero que necesitamos es profundizar en nuestro AUTOCONOCIMIENTO. A partir de ahí, la siguiente pregunta era obvia:

¿Cómo conseguimos profundizar en nuestro autoconocimiento?
La pista en este caso, es que la palabra empezaba por “R”.
Costó un poco más, pero terminó deduciendo que podemos profundizar en nuestro autoconocimiento y en el conocimiento de los demás, a través de la REFLEXIÓN.

Ya teníamos nuestra primera AR1. Y así lo hicimos; durante varias sesiones conseguimos ese primer objetivo a través de la “reflexión” sobre nuestras conductas, sobre nuestros pensamientos, y sobre las conductas de las personas que nos rodean. La reflexión nos fue proporcionando las claves que le permitieron conocerse mejor y conocer más en profundidad a las personas de su entorno.

Llegados a este punto, podíamos afrontar la segunda AR2, y lo hacíamos con las siguientes preguntas:

¿Para qué queremos conocernos mejor? ¿Para profundizar en qué?
De nuevo la pista era que la palabra empezaba por “A”.
Aquí resultó más complicado, aunque, con ayuda, vimos que nuestro autoconocimiento nos lleva a nuestro AUTODESARROLLO, pero:
¿Qué “R” nos facilita nuestro autodesarrollo y el desarrollo de las personas que están a nuestro alrededor?
En realidad, tuvimos que emplear un paso intermedio, pero finalmente Carmen entendió que favorecemos nuestro desarrollo a través del aprendizaje, y cuando ya tenemos cierta edad, lo que necesitamos es un REAPRENDIZAJE.

Ya teníamos nuestra AR2, si lográramos nuestro autodesarrollo y favoreciéramos el desarrollo de las personas de nuestro entorno a través del reaprendizaje, deduciríamos el siguiente paso, con la ayuda de las próximas preguntas:

¿Cómo conseguimos el autodesarrollo que queremos, cómo nos llenamos de energía y de ánimo cada día?
Podemos dudar al principio, pero la respuesta termina siendo clara: para autodesarrollarnos, necesitamos AUTOMOTIVARNOS cada día. Nuestra automotivación nos ayudará a motivar también a nuestros equipos, a la gente que tenemos alrededor y…

¿Cómo nos automotivamos cada día? ¿A través de qué “R”?
La respuesta era obvia, aunque nuestra amiga no la encontraba: A través de la REILUSIÓN.

Aquí ya teníamos nuestro AR3.

En definitiva, trabajamos con Carmen:

Su autoconocimiento y el conocimiento de los demás a través de la reflexión.
Su autodesarrollo y el desarrollo de su gente, a través del reaprendizaje.
Su automotivación y la motivación de su equipo y su entorno, a través de la reilusión.
Fue un proceso apasionante, de esos que nos ayudan a crecer a todos, que estimulan nuestra inteligencia, nuestro razonamiento y nuestra creatividad.

Llegó un momento en que Carmen por fin disfrutaba con su trabajo, disfrutaba en sus relaciones con los demás, disfrutaba más con su familia, con sus amigos, con su vida.
Curiosamente, y no por casualidad, la gente empezó a verla más contenta, más alegre y más simpática. Todos se preguntaban qué había pasado, qué nuevo éxito había logrado o qué nuevo nombramiento estaba por llegar. La realidad, como ella misma aseveró, es que “había dado un salto cualitativo en su vida: el salto de la felicidad”.

Animo al lector a que se haga las preguntas que trabajamos con Carmen, para profundizar también en su AR3; en esas claves que nos ayudarán a conocernos más, a crecer más, a creer más en nosotros mismos, para motivarnos e ilusionarnos cada día.

Nuestra amiga por fin asumió un principio clave, que muchos años atrás había sido expresado de forma magistral por Gandhi: “Nadie puede herirme sin mi permiso”.

Situado en Madrid, somos uno de los Centros de Psicología más grandes de España formado por un equipo multidisciplinar de Psicólogos, Psiquiatras, Logopedas y Neuropsicólogos, que nos permite trabajar con todos los rangos de edad y tipos de terapia.