Antonio tenía 52 años cuando, por una reestructuración en su sector, de la noche a la mañana se quedó sin trabajo. Ahí, en ese preciso momento, todo pareció desmoronarse en su vida; pasó de ser alguien con éxito a una persona amargada e insegura, a la que la mayoría evitaba. Nuestro protagonista, después de unos meses de búsqueda infructuosa de trabajo, se sintió incapaz de superar esa prueba del destino, y empezó a dejar de luchar, a quedarse en casa, a no llamar a nadie…
Antonio se hundió en el mismo momento en que dejó de creer en sí mismo. No le servía de nada el apoyo de su familia y de dos buenos amigos, que permanecieron incondicionalmente a su lado; tampoco le ayudó que surgieran dos buenas oportunidades de trabajo, que él vivió como otro fracaso, pues en la entrevista final no le seleccionaron. Incluso, siguió abatido cuando su hija mayor terminó su carrera con buenas notas… Nada parecía valerle, nada le hacía reaccionar.
Tuvimos que trabajar con Antonio lo que los psicólogos llamamos “desaprender”; es decir, nos centramos en los hábitos y costumbres que debía eliminar, antes de enfocarnos en los hábitos nuevos que convendría instaurar. Lo que más le costó fue dejar de machacarse y parar; parar y no seguir dándoles vueltas y más vueltas a hechos ya pasados. Lo que más le ayudó fue empezar a confiar de nuevo en sus posibilidades, animarse en los momentos de desesperación, aceptar que a veces las cosas llegan más tarde de lo que desearíamos…, pero lo más determinante fue CREER DE NUEVO en sí mismo, sentir que tenía valor como persona, que eso nada ni nadie se lo podía quitar, volver a tener esperanza y recuperar la ilusión, su ilusión.
Nuestra mente puede ser nuestro peor enemigo o nuestro mejor aliado. Pasamos del sufrimiento a la ilusión cuando conseguimos ponerla a nuestro favor.
De eso se trata, de poner la mente, nuestra mente, a nuestro favor.
Cuando Antonio de nuevo volvió a creer en sí mismo, consiguió transmitir su seguridad y su confianza a la persona que le estaba entrevistando para un puesto de trabajo; consiguió convencerla que él era la mejor opción, que se alegraría con creces de haberlo seleccionado. Antonio empezó en un puesto inferior al que tenía antes de quedarse en paro, pero no le importó; sabía que volvería a demostrar su valía y que seguramente se lo reconocerían, pero incluso estaba preparado para que no lo hicieran, pues había logrado lo más importante: que su éxito fuese sentirse bien y en paz consigo mismo. “Lo mío es luchar –sentenció en la última sesión–; ellos podrán valorarme o no, pero he aprendido que mi felicidad no puede depender de los demás; yo sé lo que valgo y tengo el apoyo de mi familia; a partir de ahora, no me podrán hacer daño; espero que las cosas vayan bien, pero si van mal me volveré a levantar… Ya sé cómo hacerlo, he aprendido mucho en estas circunstancias y no volveré a hundirme, pase lo que pase y venga lo que venga. Mi éxito depende de mí y mi mayor éxito es sentirme bien y feliz”.