El caso de Andrea y Ángel

Vencer la inseguridad para confiar en uno mismo

Ángel y Andrea eran dos hermanos que se llevaban sólo dos años. En general, habían tenido una relación bastante típica; con momentos muy buenos, pero también con peleas frecuentes.

Ángel era el mayor, y era un joven cuyo mayor interés, desde pequeño, había sido agradar y hacer lo que los demás esperaban de él; constantemente trataba de no decepcionar a su entorno: padres, profesores, amigos… En los estudios siempre había “cumplido”; no era brillante, pero aprobaba los cursos con mucho esfuerzo y dedicando numerosas horas extras de trabajo.

Andrea era muy distinta de su hermano. Era una chica con mucho ímpetu, alegre, decidida, segura de sí misma…, que se atrevía con todo y no se venía abajo cuando fallaba. La opinión de los demás no era determinante para ella, y tanto en casa como en el colegio, plantaba rápidamente cara en cuanto no estaba de acuerdo con algo; peleaba al máximo por lo que creía y por lo que quería hacer; resultaba difícil de convencer, aunque cuando algo encajaba en sus planteamientos, lo aceptaba sin problemas. Con su hermano tenía una relación muy de tú a tú; a pesar de que era dos años menor, consideraba que Ángel era muy inmaduro para su edad y no entendía que fuese tan “obediente”.

Cuando ambos terminaron bachillerato, llegó la hora de seleccionar qué iban a estudiar y ese momento fue crucial para los dos.

A Ángel le gustaba mucho la Informática y así lo manifestó a sus padres. A su madre le pareció bien, aunque sabía que su hijo necesitaría ayuda extra en sus estudios, pues le había costado mucho aprobar 2º de bachillerato; de hecho, lo había conseguido a costa de muchos esfuerzos, muchas horas de estudio, clases particulares… y mucho sacrificio para un chico de su edad. Pero su padre tenía la aspiración de que hiciese Telecomunicaciones y, como Ángel evitaba cualquier disgusto o tensión, accedió a los deseos de su padre y, con ello, sentó las bases de lo que viviría después como el gran fracaso de su vida.

Andrea terminó 2º de bachillerato dos años después que su hermano, y al contrario de lo que Ángel había hecho, y para disgusto de su padre, decidió que estudiaría Diseño Gráfico. Su progenitor trató de disuadirla por todos los medios, pero Andrea se mantuvo firme, hasta el punto de plantear que o hacía Diseño Gráfico, que es lo que le gustaba y que estaba convencida de que se le daría muy bien, o dejaba los estudios. Su madre intentó mediar en el tema, pues su marido mostraba una actitud muy drástica y la convivencia se hizo muy difícil, con muchas tensiones e insatisfacciones para todos. Andrea, a pesar de que estaba muy unida a su madre, insistió y le dijo que creyese en ella, que estaba segura de la opción que había elegido y que fuera valiente y se enfrentase a su padre.

El resultado final fue que Ángel estuvo tres años en Telecomunicaciones, pasándolo fatal, hundido ante los pobres resultados que obtenía, a pesar de sus grandes esfuerzos. Finalmente, apoyado por su hermana y por su madre, decidió dejar la carrera. Pero la sensación de ser un inútil fue tan grande para él que ya no quería seguir estudiando; prefería trabajar en lo primero que saliera; ¡se percibía como un joven totalmente fracasado!

Por el contrario, Andrea estaba feliz con lo que había elegido. Era una persona muy creativa y sentía que el Diseño Gráfico le permitía encauzar su imaginación. A pesar de que su padre no valoraba lo que hacía, ella no dudó en ningún momento; nunca pensó en ceder ni en abandonar.

Y fue precisamente Andrea quien resultó vital para conseguir que Ángel volviera a creer en él y tuviera ánimo suficiente para volver a estudiar. En contra de nuevo de la opinión de su padre, ambos hermanos, con la complicidad de su madre, acordaron que Ángel haría un módulo superior de informática y, después, ya verían… Lo que vieron es que se le daba muy bien, y que tenía la competencia suficiente como para convertirse en un gran profesional.

Lo difícil para Ángel fue hacer algo en contra del criterio de su padre, pero comprendió que no podía dejar su futuro y su felicidad en manos de su progenitor. Él fue consciente de sus capacidades y de sus limitaciones, aprendió donde podía destacar y dónde fracasar… Nuestro amigo tardó muchos años, pero entendió y asumió que era un joven válido, que su opción era tan buena o mejor que la de su padre, que no podía pasarse la vida agotándose intentando alcanzar metas que no eran las suyas, y que creer en uno mismo significa perseguir las propias ilusiones, defender las propias opciones, mantener los propios criterios, a veces en contra de la opinión de los demás.

Creer en uno mismo es no hundirte en las dificultades, y no sentirte pequeño, inferior, diferente…, sino sentirte bien contigo, aceptándote, queriéndote y valorándote como eres.

Ángel necesitó ayuda psicológica en esa encrucijada de su vida, en esa etapa de absoluto desconcierto, donde quería dejarlo todo y abandonar cualquier lucha.

Curiosamente y, como suele ocurrir, no por casualidad, fue su hermana quien le dijo a su madre que veía a Ángel muy hundido, y tan al límite, que convendría que fuese a un psicólogo para que, según palabras textuales de Andrea, le enseñase a valorarse y no depender de la opinión de los demás.

De nuevo fue su hermana la que también quiso ir al psicólogo de Ángel, para preguntarle cómo podía ayudarle ella; cómo podía conseguir que su hermano cogiera confianza y fuese un chico feliz. Según Andrea, Ángel se había convertido en un viejo prematuro, resignado y fracasado, que sólo quería que le dejasen en paz, pasar inadvertido y que nadie se fijase en él.

Fue muy bonito y emocionante comprobar como en los momentos de duda Andrea le recordaba a su hermano todo lo que él valía, lo buena persona que era, la sensibilidad que tenía… No paraba de remarcarle que, en muchísimos aspectos, él era mejor que ella.

En este caso, Andrea creía en ella misma y eso le había hecho ser una joven independiente y autónoma, llena de confianza y positividad. Por el contrario, Ángel siempre había dependido de la valoración de los demás, y eso le había impedido ser realmente él, creer en él, sentirse bien consigo mismo…; en definitiva, le había impedido vivir de verdad.

Durante un tiempo, se abrió una brecha importante entre Ángel y su padre. Su progenitor no aceptaba que los proyectos que tenía para su hijo no se cumplieran, que éste terminase por abandonar Telecomunicaciones y se rindiera cobardemente (según él). No aceptaba, según sus palabras, que su hijo fuese un fracasado.

Pero Ángel comprendió que no podía vivir lo que su padre había diseñado para él; que se merecía tener vida propia, que él era una persona con valía, con muchos aspectos muy positivos, pero que, al no creer en si mismo, se había convertido en su mayor obstáculo, en su enemigo más difícil: en ese enemigo interno que nos hunde, nos lamina y nos impide encontrar la felicidad.

El trabajo fue tan intenso como fructífero. Todos los días se repetía que era una persona con valía, que tenía que creer en sus posibilidades, aceptar sus limitaciones, valorar sus cualidades… Afortunadamente, el cambio de estudios fue muy positivo y pronto empezó a encontrase bien, a darse cuenta de que era capaz de rendir, de aprender, de aprobar…

Pero el trabajo fundamental lo realizó en el área personal. No paramos hasta que consiguió aceptarse de verdad; creer en sus criterios, en sus posibilidades y en su forma de ser y de sentir.

Vimos que el objetivo estaba plenamente conseguido cuando su hermana le dijo un día: “¡Por fin te veo feliz! Por fin eres capaz de decir NO a papá! Por fin has vuelto a disfrutar!”.

Creer en nosotros es el primer paso en el largo camino de nuestra vida.

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