«Mi obsesión era adelgazar, llegué a 36 kilos». Una revisión «al trastorno mentiroso» que es la anorexia

Una revisión «al trastorno mentiroso» que es la anorexia

Es una enfermedad que afecta al 1% de la población, especialmente a chicas jóvenes

El plato que tenía enfrente me producía auténtico miedo. En ese momento tenía 15 años y pesaba 36 kilos. No, no quería comer». Habla Olatz Rodríguez, exgimnasta de la selección española. Acaba de publicar ‘Vivir del aire’ (editorial Planeta), «un testimonio sobre la anorexia, la presión y la inseguridad». Retirada de forma temprana de la competición tras su ingreso hospitalario y a punto de empezar Medicina, da voz a un trastorno que sigue arruinando adolescencias y afecta al 1% de la población, mayoritariamente chicas jóvenes.

«’Olatz, tampoco hace falta que te comas el plato’, me dijo una entrenadora sin ser consciente del impacto que esas palabras iban a tener. Las compañeras se rieron, yo me sentí humillada. Desde ese momento me aseguré de no dejar jamás el plato limpio»

Sin darnos cuenta, sin maldad… pero lo hacemos. «’No comas tanto, que te vas a poner gordita’. Se lo decimos a veces a las niñas y, al hacerlo, basamos su valía en su aspecto físico», advierte Irene Moñino, psicóloga del gabinete Álava Reyes de Madrid. Así, el hecho de que esa niña empiece a hacer dieta y bajar de peso puede pasar desapercibido hasta en su casa. «Hay madres que dicen: ‘Mi hija cena un yogur porque se cuida’ y cuando les dices que es poco te dicen que come sano». Más allá de la falta de autoestima o el ‘bullying’, también pueden influir en este trastorno «modelos familiares patológicos: una madre o padre obesos y niños que no quieren ser como ellos, o padres dominantes que ponen expectativas muy altas en esa niña, que se preocupan por que esté delgada y perfecta…».

«Apuntaba todas las calorías y mi obsesión siempre era comer menos al día siguiente. (…) En el colegio no era capaz de pensar en nada que no fuera en restringir calorías»

Las personas que sufren anorexia conocen exactamente cuántas calorías ingieren al día porque las cuentan. Pueden ser 700, 800, menos incluso, muy lejos de las 1.800-2.500 recomendadas para un adulto. «Saben cuántas cómen pero no cuántas necesitan. Se pesan a menudo, leen las etiquetas de los productos pero solo se quedan con cuántas calorías tienen, no saben lo que son las proteínas o los carbohidratos, qué nutrientes se necesitan…», explica la psicóloga. De ahí que una de las primeras cosas que se hacen en terapia es desinstalar de sus móviles las ‘apps’ que ayudan a comer saludable «porque solo se fijan en las calorías».

«En el gimnasio, me ponía una chaqueta para pesarme y si podía, colaba el móvil en uno de los bolsillos para que pesara más»

Cuenta la psicóloga que a su consulta llegó una chica con 35 kilos. «Sus profesores, sus padres… la veían así, pero no se daban cuenta». No es raro. «Usan ropa holgada y de colores oscuros para verse más delgadas». Pero no solo se nota la enfermedad en que la ropa les queda enorme: «Tienen la piel más seca, se les cae más el pelo, en niñas que vomitan se erosiona el esmalte de los dientes…», enumera Guadalupe Blay, responsable del grupo de trabajo de Endrocrinología y Nutrición de la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia. En el aspecto anímico, «se vuelven más irritables, hurañas, agresivas…».

«Adelgazar era más importente en aquel momento que tener amigos, así que comencé a aislarme»

El perfil de la persona que sufre anorexia es una adolescente. «Antes era un trastorno que se daba entre los 14 y los 24 años, pero ahora ya hay niñas de 11 así y mujeres que en la menopausia empiezan dietas tan restrictivas que acaban en anorexia», da la voz de alarma la doctora.

También hay chicos, pero menos. «A las niñas se las hipersexualiza, se espera que estén delgadas, a nadie le llama la atención que usen una talla 32. Pero en los chicos es muy llamativo que estén por debajo del 18 del índice de masa corporal. En ellos, este trastorno suele ir acompañado, más que en ellas, de un déficit de habilidades sociales, son chavales retraídos», completa el perfil Moñino.

«Era Navidad en el colegio y repartieron chocolate caliente con pastas. El chocolate se lo di a una compañera y las pastas aparenté que las comía, pero las guardé en una servilleta en la mochila»

Los trastornos de la alimentación «son muy mentirosos», alerta la psicóloga. «Yo les digo de broma: ‘¿Hay perro en casa?’. Pues que se quede fuera mientras comes. Se ponen en el plato menos de lo que dicen, tiran comida…».

«Estaba pletórica, tenía control sobre mí misma»

Ahí radica la clave, el control. «Es una motivación intrínseca. Imaginemos a alguien que se impone unas expectativas de trabajo muy altas, nada realistas, y no lo consigue, siente que pierde el control… Las personas que sufren anorexia son obsesas del control. Dicen: ‘Al menos, puedo controlar lo que como’», explica Moñino.

«En casa me daban galletas para desayunar, pero en lugar de cuatro, cogía tres, después solo dos, y después una… o ninguna (…) Les pedí a mis padres que me dejaran hacerme la cena y casi siempre recurría a una tortilla francesa … En lugar del helado que quería me comía una fruta o un trozo de pan integral con pavo y lechuga»

Cuando se requiere ingreso hospitalario lo primero es recuperar un peso que les saque fuera de la zona de peligro. Y es complejo. «La gente que sufre anorexia come una miseria y no se le puede pedir que se meta de repente un plato de lentejas, aunque solo tengan zanahoria, cuando esa persona lleva tiempo comiendo lechugas y zanahorias. No es bueno meter muchas calorías de golpe», advierte Guadalupe Blay. «Es fundamental que hagan cinco comidas al día, que no se salten ninguna, que coman acompañadas. Al principio, los pasos son muy pequeños, subir cien gramos en una semana. Hay que hacerles entender que no engordan, solo se recuperan», aclara la psicóloga.

Pero la resistencia que encuentran los profesionales es grande: «Para quemar calorías se pegan unos maratones por el pasillo del hospital tremendos o se ponen a subir y bajar escaleras. Por eso, a veces se les obliga a reposar tres horas en la cama después de comer. Se cierran los baños para que no entren, se vigila que nadie les pase laxantes…».

«Yo siempre tengo ganas de dejar de comer y adelgazar. Volvería a estar tan delgada como cuando me ingresaron»

Las recaídas, advierte la psicóloga, son habituales en personas con anorexia. Y rechaza hablar de curación «porque no es un tema médico, sino psicológico», insiste. «Siempre queda esa predisposición».

FUENTE: elcorreo.com