¿Y si yo no me lo merezco?

Quienes padecen el síndrome del impostor viven en un estado de inquietud causado por la inseguridad o porque creen que lo que han logrado es más una cuestión de suerte que de su valía

María Jesús Álava

El síndrome del impostor es muy conocido dentro de la psicología. Las personas que lo padecen sienten que son un fraude, y puede afectarles a cualquier área de sus vidas: en los estudios, en el trabajo, en la familia, en las relaciones sociales… Tienden a vivir en un estado de inquietud, pensando que llegará un momento en el que la gente descubrirá su impostura o su mentira.

Causas que lo producen

La causa fundamental es la inseguridad, aunque también puede darse en personas que desde pequeñas han sentido que van sacando las cosas, pero que lo hacen gracias a la suerte que han tenido, y no como resultado de su valía.

En el síndrome del impostor la persona siente que no está cualificada, cuando realmente su cualificación es suficiente o incluso mayor a la necesaria.

El origen suele estar en el perfeccionismo, la elevada autoexigencia y, a veces, la excesiva necesidad de reconocimiento o aprobación.

¿Cómo actúa alguien que lo padece?

Las personas afectadas pueden agruparse en dos grandes categorías, en función de su estilo de afrontamiento: los que se rinden y los que contraatacan.

En el primer caso, tenemos personas que, a pesar de ser extremadamente brillantes, se conforman con puestos poco exigentes, en donde no corren el riesgo de ser descubiertos, pasando prácticamente inadvertidos para sus superiores.

Los segundos son personas muy exigentes y críticas consigo mismas, que en un intento por evitar las consecuencias de su supuesta incompetencia se implican al máximo, invirtiendo grandes cantidades de tiempo y esfuerzo en la preparación y revisión de sus trabajos.

Qué hacer para superarlo

Se trata de interiorizar el éxito, de ser capaz de atribuirlo a la propia competencia y a nuestro esfuerzo, y no a factores externos y ajenos a la persona, como pueden ser la suerte, la competencia de los demás o la facilidad de la tarea.

Lo cierto es que tras superar este trastorno se puede recaer. Es más, las recaídas son frecuentes en condiciones de estrés, especialmente cuando se dan situaciones de cambio o en las que existe un nivel de exigencia muy alto (por ejemplo, ascensos, presión temporal, cambios de jefes…). Para evitarlas lo más importante es trabajar la vulnerabilidad de la persona, especialmente el perfeccionismo, la autoexigencia y la necesidad excesiva de reconocimiento. Cuanto más intenso es el trabajo personal en estas áreas, menos probables e intensas son las recaídas.

¿Qué es lo opuesto?

El perfil opuesto lo tendrían las personas que padecen el trastorno narcisista de la personalidad, que se creen por encima de los mortales, que lejos de cuestionar su valía piensan que son únicos, que nadie tiene derecho a juzgarlos y muestran una falta de sensibilidad y empatía que les aleja del resto de las personas.

Cuando tienen poder, estas personas pueden ser muy peligrosas, ya que no admiten sus equivocaciones, y, a pesar de que los hechos sean muy claros, siempre siguen pensando que son el resto quienes están equivocados.

En el trabajo son malos compañeros, con mucha predisposición a la mentira y a la manipulación, incluso a la traición, pues para estas personas todo es admisible en la lucha por conseguir sus objetivos, y a nivel social resultan insoportables.

Reflexión final:

Quienes dudan de su valía, con frecuencia son personas autocríticas, con un alto nivel de autoexigencia y de honestidad, que para nada se corresponde con las personas narcisistas que se toleran todo, se creen por encima de todos, no asumen fallos o errores propios, y son un peligro enorme, cuando tienen poder.

FUENTE: Diario de Burgos