Las autolesiones, ¿un daño colateral del Covid?

“Es importante que el sentimiento de culpa no nos paralice, ante la culpa siempre hay que preguntarse ¿qué es lo que la culpa evita que haga?”.

Durante los últimos años las tasas de prevalencia de las autolesiones han aumentado de forma considerable. Sin embargo, la realización de este tipo de conductas se ha incrementado de manera exponencial tras los últimos meses en los que todos hemos sufrido las consecuencias del confinamiento y una pandemia que se alarga en el tiempo. Comprender su origen y qué se quiere transmitir a través de estos comportamientos es vital para poder realizar una intervención terapéutica efectiva. Además, el papel del entorno familiar en la gestión de esta situación resulta clave para facilitar la comunicación con el paciente.

Un problema que aumenta en prevalencia y edad de comienzo

No debemos olvidar que la incidencia de estas conductas se realiza tomando como referencia los casos tratados por los servicios de urgencia, de este modo, podría existir una infraestimación de este fenómeno, pues no todos los casos en los que se producen autolesiones acceden a este tipo de servicios. Con frecuencia ni los propios padres son conscientes de que están ocurriendo.

Una revisión bibliográfica realizada por investigadores cubanos limitando las autolesiones solo a aquellas sin fines suicidas, encontró las siguientes prevalencias:

  • Entre el 30-40% de adolescentes con hospitalización psiquiátrica ha ingresado por una conducta autolesiva, descendiendo incluso la edad de inicio de estas. Mientras que en 2015 la edad media de inicio eran los 16 años, en 2017 se ha reducido a los 12 años.
  • En población general este tipo de conductas son cometidas por un 13-29% de adolescentes al menos una vez en la vida. Con una edad de iniciación entre los 10-15 años y raramente posterior a los 30.

Estas conductas son más frecuentes entre mujeres especialmente en la adolescencia.

¿Qué son las autolesiones? ¿Implican riesgo de suicidio?

Antes de comenzar, es importante detenerse en este concepto y comprender en qué consiste. Las autolesiones son lesiones que una persona se provoca a sí misma de forma deliberada, el método y el tipo de herida es variado, siendo los más habituales los cortes, quemaduras, golpes, punciones y arañazos.

Igualmente, debemos diferenciar entre autolesiones suicidas y autolesiones sin intención suicida. Mientras que las primeras son aquellas que conllevan un alto riesgo de cometer un suicidio y se relacionan con ideas de desesperanza ante la vida, las segundas tienen una intención de calmar estados emocionales de ira, desesperación o angustia que no se han aprendido a gestionar y generan un gran malestar.

La gestión del dolor físico antes que el dolor emocional

Ante la dificultad para gestionar estados emocionales intensos y que resultan desagradables, estas personas encuentran en las autolesiones no suicidas una forma de aliviar el malestar.

De este modo, cuando se produce un acontecimiento, pensamiento o emoción que genera un malestar emocional intenso y difícil de gestionar, tratan de aliviar ese malestar o distrés emocional con un corte físico, golpe, pellizco o quemadura. Así, en un intento por tener el control de la situación, se distrae la atención de la emocionalidad, pues para estas personas resulta más fácil manejar el dolor físico que el dolor emocional.

Sin embargo, tras este alivio, calma y relajación que las personas experimentan tras autolesionarse, comienzan los sentimientos de culpa, vergüenza, estigma, aislamiento y abandono. Así, aparece de nuevo el malestar e incluso se incrementa, haciéndose más probable que la persona recurra a este tipo de conductas e incluso se incremente la frecuencia y la intensidad.

¿Una forma incorrecta de comunicarse?

La conducta autolesiva sin intención suicida adquiere la función de comunicar al entorno el dolor que la propia persona está experimentando de forma interna, comunicando a través del cuerpo lo que con palabras quizás no se puede expresar.

Para romper este círculo vicioso, la misión de los profesionales es proporcionar las herramientas adecuadas para identificar, gestionar y expresar distintos estados emocionales, dotando a la persona de conductas alternativas que le permitan afrontar distintas situaciones de forma adaptativa.

¿Cuáles son los factores de riesgo?

Existen algunos factores de riesgo compartidos en las personas que se autolesionan: dificultad para la gestión emocional, baja autoestima, altos niveles de perfeccionismo y autoexigencia, sentimientos de rechazo, desesperanza e inseguridad, impulsividad, baja tolerancia a la frustración, altos niveles de autocrítica y conflictos frecuentes con amigos y familia.

La situación puede suponer un mayor riesgo si se dan las siguientes circunstancias: trastorno de la conducta alimentaria, historial de abusos sexuales y físicos, trastorno depresivo, trastorno de estrés post traumático, consumo de diversas sustancias, bullying o ciberbullying.

¿Cómo puede ayudarse desde la terapia?

Actualmente, existe una falsa creencia de que, si hablamos sobre el suicidio o conductas autolesivas, incitamos a que este tipo de conductas se precipiten, es lo que se ha denominado efecto Werther. Sin embargo, poder hablar sobre estos aspectos resulta fundamental.

En la consulta, los pacientes encuentran un lugar seguro en el que tratar sobre la ideación suicida, la conducta autolesiva y la sensación de desesperanza con la vida. Una seguridad y oportunidad de apertura que, probablemente, no habían encontrado en otro lugar. Esto, lejos de incitarles, les proporciona un profundo alivio, sentimiento de comprensión y confianza.

El sentimiento de impotencia en el entorno familiar

Como padres, descubrir que nuestro hijo se autolesiona, genera un conjunto de emociones como, por ejemplo: culpa por no habernos dado cuenta antes, impotencia, tristeza, miedo por su salud, enfado hacia uno mismo o hacia el hijo, etc.

La aparición de la culpa es una emoción muy común, pero pensemos que si no lo hemos notado antes no es por descuido o falta de atención sino porque el adolescente ha hecho todo lo posible por mantenerlo oculto.

Por ello, es importante que el sentimiento de culpa no nos paralice, ante la culpa siempre hay que preguntarse ¿qué es lo que la culpa evita que haga? Por el contrario, la conducta adecuada será realizar un acercamiento al adolescente para comprender, sin juzgar, qué es lo que le ha llevado a autolesionarse y que se sienta comprendido y ayudado.

Es necesario separar la conducta, de la persona, mostrarle una aceptación incondicional, fomentar una comunicación abierta sin transmitir ni preocupaciones ni miedos y, por supuesto, proporcionarle la ayuda profesional que pueda necesitar.