La importancia de perdonar y perdonarnos. María Jesús Álava Reyes para «Muy Segura»

La mayoría de las personas no son conscientes de que su vida y su felicidad depende, en gran media, de la capacidad que tengan para perdonarse.

La psicología nos enseña a ver lo que el ojo humano no percibe y a escuchar lo que las palabras no dicen, y nos muestra la necesidad que tiene cada persona de aprender a perdonar y a perdonarse.

“Perdonar no siempre significa olvidar; al menos no obligatoriamente. Perdonar nos ayudará a seguir aprendiendo de nuestras experiencias, a no perder nuestra autoestima y a mantener nuestro equilibrio emocional”.

El perdón nos facilita el conocimiento de las auténticas motivaciones que están en la base de las conductas y los comportamientos que nos afectan.

Somos humanos, si fuéramos “dioses” no nos equivocaríamos, pero como somos humanos cometemos fallos; fallos absolutamente lógicos y necesarios, que nos permitirán seguir avanzando y aprendiendo.

Por qué es tan importante aprender a perdonarnos

El perdón a nosotros/as mismos/as nos proporcionará el equilibrio que tanto necesitamos, y el perdón a los demás nos liberará de la tensión y del desgaste que provoca el resentimiento.

“Aprender a perdonarnos es aprender a vivir. La vida sin perdón es el fracaso del ser humano”.

Si nos perdonarnos por las decisiones que tomamos en el pasado y dejamos de sentirnos culpables por las difíciles situaciones que vivimos en el presente, tendremos fuerzas para rectificar hoy lo que hicimos ayer.

“Entre los pilares de nuestra inteligencia emocional destacamos la tolerancia, el respeto y la flexibilidad. Nuestra valía no está en nuestros conocimientos, sino en la asunción de nuestras limitaciones”.

Perdonarnos mejora nuestra autoestima. Por el contrario, cuando alguien tiene un concepto pobre de sí mismo, y constantemente se formula reproches, su autoestima baja, en la misma medida en que baja su propio afecto.

“El perdón nos devuelve la paz y la tranquilidad y debemos ser indulgentes con nuestros errores; especialmente, cuando no ha habido maldad ni egoísmo, cuando no hemos querido engañar ni abusar de nadie, cuando inmediatamente hemos reaccionado y hemos intentado reparar el daño causado”.

¿Cuándo debemos perdonarnos?

¿Cuándo debemos perdonarnos?; ¿cuando hayamos corregido nuestro error? Debemos perdonarnos cuando nos hemos equivocado y hemos cometido errores que nos habría gustado evitar, y cuando nos arrepentimos, sinceramente, por el dolor que hayamos podido causar.

Cuando tengamos dudas sobre si merecemos perdonarnos, la clave será cambiar el tiempo verbal. No se trata de juzgar lo que hicimos ayer, sino analizar la actitud que tenemos hoy.

Sentirnos culpables no significa que no podamos perdonarnos, aunque ese perdón no justificará lo que hicimos, ni saldará los perjuicios que pudimos ocasionar.

Perdonarnos “de verdad” implicará compromiso y necesidad de reparación, y nos ayudará el intentar subsanar, en la medida de lo posible, los daños que provocamos con nuestras acciones o nuestros errores.

¿Debemos perdonarnos siempre, o solo si nos perdonan los demás?

El perdón auténtico es interno, personal e intransferible. Si nos sentimos culpables de determinados hechos, por mucho que nos perdonen los demás, hasta que no nos perdonemos nosotros mismos, su perdón no nos servirá.

Una persona puede tratar de herirnos; incluso a veces, en función de determinadas circunstancias, puede mostrarse agresiva, insultarnos y hasta descalificarnos, pero no podrá conseguir que nos sintamos mal si nosotros no dejamos que sus opiniones y sus actos afecten a nuestra autoestima y mermen nuestra seguridad.

“Por tanto, perdonarnos no significa que no asumamos nuestra responsabilidad; perdonarnos es un derecho que siempre nos podemos ganar: ¡de nosotros dependerá que lo consigamos!”.

¿Cuáles son los perdones más difíciles?

Cuando sentimos que hemos fallado a la persona o personas que más nos quieren en el mundo.

También nos cuesta perdonarnos cuando nos sentirnos inseguros/as y no cubrimos las expectativas de los demás. Cuando por fin superamos la inseguridad, empezamos a ser dueños de nuestra vida y, a partir de ese momento, dejan de condicionarnos las opiniones y las valoraciones de los demás.

¡Cuidado! En general, a las mujeres nos cuesta más perdonarnos que a los hombres. Nuestro nivel de autoexigencia y de inflexibilidad puede ser tan alto, que con frecuencia nos castigamos una y otra vez por no ser perfectas; y recordemos que somos humanas y, como tal asumamos que cometemos errores.

Igualmente, nos resulta difícil perdonarnos cuando nos hemos dejado engañar y sentimos que hemos perdido nuestra dignidad.

“En la culpabilidad está nuestra debilidad. Si las personas que nos manipulan consiguen que nos sintamos culpables, solo superamos su extorsión cuando nos hayamos perdonado a nosotros mismos por nuestra ingenuidad y nuestra debilidad. A partir de ahí, no habrá meta que no podamos alcanzar.

Las buenas personas tienen a juzgarse con excesivo rigor y les cuesta perdonarse a sí mismas, por aquello por lo que no dudarían un segundo en perdonar a los demás”.

¿Qué es lo que los demás no nos perdonan?

Hay gente que no te perdona que triunfes, que tengas tu propia forma de ser, que defiendas un estilo diferente de trabajar, que no “tragues” como los demás, y que no te comportes como un cordero dentro del rebaño. En este sentido, desde la psicología, sabemos que una de las emociones que más debilitan y que más daño pueden hacer es la ENVIDIA; la envidia es una reacción y una vivencia poco noble, pero desgraciadamente muy extendida, que genera una insatisfacción permanente en quien la siente, y que está en el origen de muchas conductas y actitudes ruines y deshonestas.

Las personas envidiosas no son felices, nunca estén satisfechas, y a pesar de lo mucho que tengan, siempre anhelan lo que les falta, lo que no pueden comprar, lo que jamás serán capaces de sentir; pero, no nos equivoquemos: son peligrosas, por eso conviene tenerlas lejos, no darles ninguna confianza y mostrarnos indiferentes ante sus provocaciones y sus miserias.

Otra emoción muy complicada son los celos. Hay personas que no perdonan que otros disfruten y caigan bien.

De nuevo comprobamos como el cariño y el apoyo incondicional pueden ser el mejor antídoto contra la envidia y los celos enfermizos de las personas que pretenden manipularnos para conseguir sus objetivos.

Recordemos que a los manipuladores no les ganaremos intentando que razonen, sino retirándoles la atención y cerrándoles todas las puertas a sus intentos de extorsión.

¿Cuáles son las 3 claves que nos ayudarán a encontrar la felicidad?

LA PRIMERA ES “PERDONARNOS EL PASADO”

“Constatamos como muchos adultos viven aún condicionados por situaciones que vivieron hace muchos años. En numerosos casos no son conscientes de ello, pero el origen de su debilidad puede remontarse a hechos lejanos en el tiempo, pero presentes en sus emociones”.

Hoy nos cuesta mucho perdonarnos porque, en algún momento de nuestro desarrollo, no nos enseñaron que detrás de un error casi siempre hay una posibilidad de rectificación, que la equivocación puede ayudarnos a ver el aprendizaje que estaba oculto, y que es la confianza la que genera seguridad; mientras que el miedo nos lleva a la debilidad y al fracaso.

LA SEGUNDA CLAVE ES “ASUMIR NUESTRO PRESENTE.

No sentirnos culpables por la conflictividad de las personas más cercanas, incluidos nuestros hijos”

Muchas personas se sienten responsables de lo que ocurre a su alrededor, y muchos padres sufren hoy y se sienten muy culpables; culpables de lo que hacen sus hijos o de lo que omiten; culpables de la agresividad que pueden tener o de la falta de control que manifiestan; culpables del fracaso que cosechan en los estudios o de la carencia de esfuerzo y motivación que presentan.

“Es posible que algunas personas piensen que los hijos son el fiel reflejo de sus padres, pero este hecho, por muy extendido que esté, no es exacto, ni se corresponde siempre con la realidad.

Los padres influyen en sus hijos, pero no son ni determinantes, ni enteramente responsables de cómo evolucionen”.

Los chicos que están confundidos y presentan conductas de riesgo, no necesitan padres culpables; lo que precisan son progenitores seguros, valientes, llenos de energía y de confianza, que les faciliten el análisis de sus equivocaciones y les ayuden a encontrar el equilibrio emocional que hace tiempo perdieron.

Y los padres que se sienten al límite y quieren ayudar a sus hijos, previamente, deberán perdonarse por todo aquello por lo que injustamente se sienten culpables.

LA TERCERA CLAVE ES “SER NUESTROS MEJORES AMIGOS. QUERERNOS BIEN Y PERDONARNOS MEJOR”

Recordemos que las únicas personas que estaremos siempre a nuestro lado –en el sentido literal de la palabra-, somos nosotros mismos. Por ello, resulta crucial que nos queramos bien.

Desde la psicología sabemos que podemos aprender a querernos bien, y si lo hacemos, estaremos más cerca de alcanzar la felicidad que anhelamos.

“La fórmula para ser nuestros mejores amigos es perdonarnos por nuestros fallos y querernos por nuestros esfuerzos”.

La madre Teresa de Calcuta decía que el perdón era el regalo más bello.

Termino con una reflexión sobre el Perdón de mi libro Saca Partido a tu Vida

Cuando otros te fallen te dolerá, pero lo superarás. Si te fallas a ti será más difícil. Aprende a perdonarte y quiérete bien, pero hazlo sin engañarte